BAUDRILLARD, Jean, El complot del arte. Ilusión y desilusión estéticas, traducción de Irene Ago, Buenos Aires-Madrid, Amorrortu, 2006, 132 pp., 20 x 12 cm., ISBN 84-610-9003-9.

 

El libro está dividido en una primera parte, titulada “ilusión y desilusión estética”, una segunda, “el complot del arte”, publicado originalmente en el periódico Libération en 1996 y que los editores de la obra francesa de la que ésta es traducción no dudan en calificar de “libelo”, y una tercera constituida por una serie de entrevistas concedidas por Baudrillard, una del año 1990 y otras tres de 1996, éstas para responder al las reacciones provocadas por “el complot del arte”. Baudrillard estudia la deriva del arte actual hacia la cita y apropiación aburrida del pasado, de tal modo que parece que ha quemado sus últimos cartuchos. Hay una especie de hiperrealismo que elimina la ilusión propia de la ausencia y que es indiferente a su propio ser de arte, y que cae en la banalidad y en la simulación por la repetición hasta el hastío de “imágenes en las que no hay nada que ver” (p. 26). La ilusión que procedía de la capacidad de arrancarse de lo real mediante la invención de formas, la que inventaba otro juego y otra regla del juego, es imposible, porque las imágenes han pasado a las cosas. Ya no son espejo de la realidad, transformándola en una hiperrealidad. La imagen ya no puede imaginar lo real, pues ella es lo real; ya no puede trascenderlo, transfigurarlo ni soñarlo, puesto que ella es su realidad virtual. Hay un elemento esencialmente publicitario en nuestro mundo de hoy. Hay un elemento de crisis artística (que tiene que ver bastante con la conceptualización del arte) que se ha convertido en la misma sustancia del arte, al menos desde Warhol, sostiene Baudrillard. El arte contemporáneo se dedica a apropiarse de la banalidad, del desecho, de la mediocridad como valor y como ideología (p. 59). Nulidad, insignificancia de falsarios que proyectan su nulidad sobre el público, acusándole de “no entender”. Baudrillard insiste en que el arte no tiene el privilegio de lo sublime, sino que ha de sometérselo al mismo juicio que el resto. Se hizo del arte algo pretencioso en su intención de trascender el mundo, pero el hecho es que el arte y el discurso sobre el arte ejercen un chantaje mental considerable. No hay relación directa con los objetos y acontecimientos, sino que sólo existen discursos proferidos en torno a ellos o "las miradas acumuladas que acaban por crear un aura artificial" (p- 105). A partir del acto de Duchamp toda la banalidad del mundo pasa a la estética y toda estética se vuelve banal, con lo que la estética, en el sentido tradicional del término, llega a su fin. Baudrillard incide en las denuncias hodiernas contra una forma de arte contemporáneo que ha dejado de ser arte para convertirse en banalidad museística o justificada por la teoría, pero que es absolutamente incapaz de hacer que giremos la cabeza.

 

Sixto J. Castro