ECO, Umberto (a cargo de), Historia de la fealdad, traducción de María Pons Irazazábal, Barcelona, Lumen, 2007, 454 pp., ISBN 978-264-1634-6.

 

La historia de la fealdad no es el contrapunto de la historia de la belleza, porque la fealdad, como categoría sustancial, es romántica. Hasta entonces, la fealdad era una carencia de las proporciones y de las notas que constituían lo bello. No era un en-sí, sino que se definía negativamente como ausencia de belleza. Pero en el siglo XIX, Rosenkranz escribe su estética de lo feo, llevado a ello por los excesos hegelianos. Eco distingue entre la fealdad en sí misma (que tiene bastante que ver con lo que los teóricos contemporáneos de orientación psicoanalítica denominan lo abyecto); la fealdad formal (caracterizada por Eco en términos tomistas, como ausencia de la perfección debida) y la representación artística de ambas (que nos muestra lo que en cada cultura se considera perteneciente a los tipos anteriores). Así, Eco comienza por exponer lo feo en el mundo clásico, con una buena porción de textos que ilustran bellamente lo feo (nótese la paradoja) y la concepción de la pankalía en el cristianismo, donde se considera que todo, en cuanto procedente de Dios tiene belleza. El arte, como dirá Hegel, no puede representar a Cristo crucificado siguiendo los cánones griegos. Mas representa la bondad y la maldad moral en términos bellos, pues así decía San Buenaventura: puede hacerse una representación bella del diablo cuando se le representa en su fealdad. La muerte, el infierno, los monstruos y la condenación son otros tantos temas del arte pictórico de parte de la era antigua y medieval cristiana. Pero Eco reconoce que todo el mal que se pinta, se narra o se relata “está redimido por la inspiración artística” (p. 89). El arte representa lo feo, pero bellamente, como diría Kant. Así sucede en los bestiarios, conjuntos de seres de la más variada constitución que cohabitan con los seres humanos en las descripciones de los autores, sin mayores problemas conceptuales (hasta la época moderna, en que empiezan a verse como una violación categorial y por tanto, como fuente de horror). Lo feo se emparenta también con lo cómico y lo obsceno, con la locura, que adquiere un estatuto nuevo en el Renacimiento, por contraposición a su consideración medieval. Mas lo que se describe como desagradable se representa en el arte de manera bella, aunque no sea una belleza canónica, mas si es una invitación a la mirada.

Eco dedica un capítulo a la fealdad de la mujer entre la Antigüedad y el Barroco, con una selección de textos que expresan de manera bella la fealdad, para pasar a un capítulo sobre el diablo en el mundo moderno y la satanización de los enemigos, con la correspondiente descripción en términos de fealdad. Tras ello, las brujas, marcadas por su fealdad y otra serie de elementos de crueldad (que cuando se representan artísticamente siguen siendo bellos, mas cuando se presentan, como en fotografías, entonces provocan la repulsa). Ya, a esta altura del libro, se va viendo que nuestra época tiene interés, precisamente por la presentación y no la representación de la fealdad de modo bello. El capítulo noveno lleva por título “Physica curiosa” y se dedica a la teratología, es decir, a los monstruos y seres deformes en el mundo moderno, así como a la doctrina fisiognómica. Y el capítulo “la redención romántica de lo feo” pasa revista a todo el universo gótico que surge al albur de esta reivindicación. Y es verdad que lo romántico introduce de modo novedoso lo feo en su catálogo. Pero cualquiera que lea los poemas seleccionados por Eco o vea las pinturas que ilustran estos capítulos, difícilmente verá cuadros feos: el tema puede serlo, pero los cuadros son, en su inmensa mayoría, muy bellos. De este capítulo se desprende el siguiente, que se centra en lo siniestro. Pasamos luego a la fealdad industrial, que lo es y mucho, pero las representaciones de la misma la redimen, en cierto modo, si bien los artistas del arte por el arte hacen una apología del decadentismo. No oibstante, hasta esta altura de la historia, todo está, en cierto modo, bien. Llega la vanguardia y ahí sí, triunfa lo feo en el arte y en los manifiestos hasta llegar al triunfo de lo kitsch y lo camp (de lo trash no habla Eco). En el último capítulo, “Lo feo hoy”, se echa en falta algo más de desarrollo, pero aún así apunta de nuevo esa relación que parece que se perdió en algún punto del camino: la que existe entre la fealdad moral y la fealdad física. Nuestro mundo y nuestras maneras de pensar han cambiado desde que ambas realidades se identificaban, pero no resulta fácil romper conexiones. Lo mal hecho (moral, productiva y prácticamente) suele ser feo.

Cada exposición de Eco se acompaña de un número de fotografías de enorme calidad, así como de textos ilustrativos de filósofos y literatos. De nuevo, al igual que la historia de la belleza, la edición de Lumen es excelente, no sólo por la calidad de las fotografías, sino por la disposición de los textos, que Eco ilumina con breves comentarios ilustrativos. Da gusto leer, oler, y mirar este libro.

Sixto J. Castro