KUSPIT, Donald, El fin del arte, traducción de Alfredo Brotons Muñoz, Madrid, Akal, 2006, 155 pp., 24 x 17 cm., ISBN 978-84-460-2341-8.

 

La versión original de esta obra, publicada por Cambridge University Press en 2004, ya fue reseñada en EF LIV (2005) 386-387. Allí comentábamos la agradable impresión que la lectura de una obra de este tipo causa al que considera que los derroteros que buena parte del arte contemporáneo está tomando adquieren la fuerza de dogmas no escritos que convierten el arte en banal y la banalidad en arte, todo ello adornado con la jerga psicoanalítica de Duchamp. La obra empieza glosando las críticas que Frank Stella hace a una exposición celebrada en el MOMA en 2001, que articulan el carácter postestético del arte. Duchamp es la bestia negra de Kuspit, pues desdeña la experiencia estética, amplifica el mito romántico del artista como genio y carga sobre el público el esfuerzo de creer que lo que ha sido nivelado a la baja por su canalización, al “cotidianizarlo”, es arte. Que nada sobresalga, pues se le corta la cabeza, parece decir el banal Duchamp. El arte postestético es una parte del arte contemporáneo y no necesariamente la mejor, pues hay parte importante del arte contemporáneo que es eminentemente estético. Kuspit arremete contra Duchamp, a quien llama de todo menos inteligente, con bastantes argumentos, dicho sea de paso, y propone leer el arte moderno como una dialéctica entre entropía y creatividad. Duchamp es el que anuncia también la ruptura entrópica del arte, el fin del arte bello, la destrucción de lo estético, su único logro, a decir de Kuspit. Siguiendo las ideas de Kaprow, insiste no sólo en lo desastroso, sino en el despropósito que ha supuesto la indiferenciación de arte y vida que se ha impuesto en el postarte, haciendo que la vida real sea mucho más importante e interesante que el arte. La conciencia crítica ha desaparecido por esta banalidad, donde todo se reduce a mercado. El postarte es banal, cínico, confirmador del statu quo y, sobre todo, se presenta como “opuesto a...”, a lo que se quiera, que eso es lo de menos, con el consiguiente olvido de determinadas notas muy arraigadas en el arte, quizá no tanto su aura, perdida desde que Benjamin lo dictaminase, sino de ese elemento sacral que la repetición cotidiana no puede integrar. La religión del arte ha periclitado en favor de una consideración puramente económica, con la consiguiente transformación de la autocomprensión del artista. La anomia del postarte deja poco lugar para la esperanza, más allá de esperar la desaparición del mismo y el renacimiento del arte, que Kuspit (y quizá esto es lo que más le han criticado en los foros de discusión) cifra en los Nuevos Viejos Maestros. Es cierto que desde que reseñé la edición original, mi consideración respecto a esta obra ha variado. Lo que no ha cambiado es la sensación de que Kusìpt sabe de qué habla e incide en esa especie de lucha que mantiene un sector del arte contemporáneo por construir, deconstruir y finalmente, convencer de modo muy falaz al público. Si las armonías de Kuspit no son del todo adecuadas, no hay duda de que soportan una melodía que conviene que suene, pues el mundo del arte está tedioso. Hay que leerle.

 

Sixto J. Castro