SCHAMA, Simon, El poder del arte, traducción de Juan Rabasseda, Barcelona, Crítica, 2007, 499 pp., ISBN978-84-8432-872-8.

 

“El poder del arte empezó siendo una idea para una serie televisiva de la BBC2, pero se convirtió en algo más” (p. 490). Y en efecto, cada uno de los personajes aquí retratados forma parte de un documental de la BBC realizado por Schama. Caravaggio, Bernini, Rembrandt, David, Turner, Van Gogh, Picasso y Rothko forman, a decir de Schama, una línea artística en la que pueden descubrirse elementos comunes, quizá el más importante de los cuales sea la ruptura con determinados dogmas. En palabras de Schama: “El poder del arte presenta ocho de esos momentos de auto-dramatización, en los que el artista, sometido a una gran presión, emprende un trabajo con un objetivo increíblemente ambicioso en el que se encarnan sus creencias y pensamientos más fundamentales. Todos ellos constituyen testimonios directamente personales; todos ellos defienden un arte que va mucho más allá del principio del placer y del entretenimiento. Son creaciones que pretenden cambiar el mundo” (p. 11). De este modo, en sus manos, el arte se pretende un nuevo poder ante los que ostentan el poder institucional. Por eso, con buen criterio, Schama empieza donde empieza, con los renacentistas, y se centra en el XIX, época de genios melancólicos, inseguros, etc., de la que aún no han sabido liberarse los artistas contemporáneos.

La obra consta de una serie de breves alusiones biográficas, bastante desmitificadoras, acompañadas de un fantástico despliegue editorial de imágenes de las obras más representativas (sólo por la calidad de las reproducciones y por la atención a ciertos detalles que presta Schama la obra está más que justificada), con un comentario de las circunstancias que rodearon la ejecución de las mismas, lo cual es bien interesante, y las descripciones de su factura, y sobre todo, con una serie de interpretaciones de la obra por parte de Schama, casi siempre fijándose en detalles que pasan desapercibidos al profano. El capítulo dedicado a David es especialmente sorprendente al acentuar la función política del arte, así como el componente moral que le es inherente, tema de renovada actualidad, especialmente por el influjo que las vanguardias aún tienen en los modernos artesanos. Pero no es igual de afortunado Schama al comentar el Guernica. Visto desde España, los impulsos picasianos parecen insertos en un marco demasiado maniqueo (aunque maniquea sigue siendo España). La edición del libro, con un enorme número de ilustraciones de una enorme calidad, es excelente.

Una pequeña crítica al autor es que cada vez que habla de territorios bajo el dominio español (Milán en la época de Caravaggio, los países bajos en el entorno temporal de Rembrandt) maneja tópicos poco fundados, pero eso forma parte de una leyenda que no vamos a poder levantar nunca. Al traductor habría que recordarle que San Diego de Compostela es Santiago (p. 125) y no sabemos si achacárselo a Schama o al traductor, el “convento jacobino” en el que se reunían los líderes de la revolución francesa es el convento de Santiago (Saint Jacques), de los dominicos, pues no existe una orden jacobina (p. 231). La obra, en todo caso y menudencias aparte, se lee de un tirón y con sumo placer, independientemente de que se compartan las tesis del autor o no, pues aunque pretende ser descriptivo, en ocasiones es muy valorativo, y a veces las bases de la valoración no están lo suficientemente claras.

 

Sixto J. Castro