BERMÚDEZ, José Luis and GARDNER, Sebastian, Art and Morality, International Library of Philosophy, London and New York, Routledge, 2003, 253 pp., 24 x 16 cm., ISBN0-415-19252-8.

 

El presente volumen, a través de sus 14 colaboraciones, trata de aproximarnos a las complejas relaciones entre arte y moralidad. El libro es un homenaje al filósofo de Cambridge Michael Tanner, de modo que muchos de los contribuidores se refieren a él en sus diversas colaboraciones. En el primer artículo Michael Tanner explora una tesis desarrollada ya por varios autores, a saber, que entender los juicios estéticos, a posteriori, requiere un trato de primera mano con la obra que se va a juzgar (acquaintance thesis) y no con principios generales del gusto, a diferencia de los juicios morales, a priori, que no requieren de esta familiaridad, aunque es consciente de que eso no se aplica en todos los casos y examina el contraste entre la comunidad moral y la estética. Christopher Hamilton estudia la moralidad ambigua de determinadas obras de arte y el papel del arte en la educación moral, que en ocasiones viene dado precisamente por esa ambigüedad, en la medida en que nos conducen a explorar el significado de nuestras creencias morales y a adoptar un "estilo" propio" (por cierto, se les ha escapado la nota a pie n. 8, que no existe), criticando ciertas concepciones clásicas, como la de Nussbaum, negando la necesidad del arte para ser moralmente mejor, o al menos sólo para alguna gente en algún tiempo y criticando las posturas que tradicionalmente se han llamado eticistas. Ambos autores se apartan del eticismo, para el que cualquier defecto moral en una obra cuenta ipso facto como un defecto estético. Matthew Kieran aborda, en su contribución (bastante semejante, dicho sea de paso, a la que aparece en el Oxford Handbook of Aesthetics) el eticismo, que rechaza en favor de la idea de que el carácter moralmente reprensible de una obra de arte puede ser una virtud estética, al igual que la recomendación moral puede ser un vicio estético, pues al explorar una perspectiva deficiente una obra puede profundizar nuestra apreciación y comprensión de un modo único, de modo que defiende una especie de "inmoralismo cognitivo". Un pequeño error en la p. 57: en la cita de Gaut (8), en lugar de "ethically meritorius" (sic) debería decir "aesthetically meritorius". Mary Mothersill, por su parte, examina el "problema de la resistencia imaginativa" (siguiendo a Richard Moran), el problema de acceder a un mundo ficcional en el que las creencias se supone que están justificadas, y al que uno sólo puede acceder considerando que lo están. Se trata de un problema nacido de un intercambio de ideas entre Tanner y Walton. Para ella, lo que está en juego es un tipo de imaginación dramática (no hipotética) en la que lo que uno hace es ensayar una perspectiva moral para ver si encaja. Michael Tanner vuelve de nuevo a explorar la cuestión de la sentimentalidad (en un artículo original de 1976 y reimpreso aquí), especialmente, aunque no sólo, en el ámbito musical. Y José Luis Bermúdez se centra en el concepto de decadencia: cómo se ha usado para caracterizar ciertas etapas de la literatura o como un término descriptivo y evaluativo aplicado a la historia o a la crítica. Aaron Ridley examina la cuestión de la crítica, es decir, qué cuenta como honestidad e integridad al responder a una obra de arte y propone tres criterios para la crítica.

Estos primeros capítulos se dedican a cuestiones teóricas y avanzan argumentos que pueden aplicarse a las obras de arte en general, pero, por sus propósitos argumentativos, se centran más en la literatura que en otras formas de arte. ¿Pueden las demás artes llevar el mismo peso moral que la literatura? En efecto, según Roger Scruton, quien examina el amor en el Anillo de Wagner (en un homenaje a Tanner, quien dedicó muchos escritos a este músico), plagado de cuestiones morales, para cuyo reconocimiento es esencial la música, no sólo el libreto, y lo mismo opina John Armstrong, que estudia la pintura, que también puede contribuir a la comprensión moral, examinando una obra de Sassetta y otra de Poussin. Los cinco últimos capítulos tienen una orientación histórica. Anthony Savile estudia la idea de belleza en Kant como "símbolo del bien moral", lo que hace utilizando la noción kantiana del "ideal de belleza". Alex Neill y Sebastian Gardner estudian la tragedia. El primero se acerca a Schopenhauer, cuya concepción de la tragedia deriva de su metafísica y nos revela el carácter moralmente indiferente y doloroso de la vida, como resultado del auto-antagonismo de la voluntad en la esfera de la individuación. Gardner, en un capítulo muy extenso, analiza la conflictiva relación entre tragedia y moral, para centrarse en la visión kantiano-schilleriana y la hegeliana, además de la de otros muchos, entre los que destacan Schopenhauer y Schelling, románticos que abren las puertas a la visión no moral de Nietzsche. Christopher Janaway explica los métodos literarios de Nietzsche y muestra cómo La Genealogía de la Moral está designada, como proceso terapéutico, para provocar respuestas afectivas en el lector. Colin Lyas estudia el poder transformador del arte, explorando el concepto de expresión desarrollado por Croce y siguiendo de cerca los análisis de Tanner sobre Wagner. El conjunto es una excelente aportación al tema de la relación entre arte y moralidad, de enorme actualidad, si bien no todas las contribuciones tienen el mismo valor. Los primeros artículos tienen más peso teórico, pero se ven bien completados por las aproximaciones más concretas de los siguientes.

 

Sixto J. Castro