DESMOND, William, Art, Origins, Otherness. Between Philosophy and Art, Albany, State University of New York Press, 2003, 306 pp., 22,5 x 15 cm., ISBN 0-7914-5746-X.

 

Desmond parte de la constatación de que nuestra época suele denominarse postreligiosa o postmetafísica y en ella el arte es para muchos el lugar de encuentro con la trascendencia, donde acontece la comunicación de la "otredad significante", la expresión de la originalidad humana, del origen último. La pregunta por el origen se ha trasladado, pues, al arte. Y la idea de Desmond es explorar el metaxy que aparece en el Banquete de Platón, el "entre", el lugar de comunicación entre el pensamiento y lo otro que el pensamiento, entre la filosofía y lo otro que la filosofía, y por ello trata de elaborar una "metaxología". Por eso el autor comienza por analizar la idea platónica de mímesis, subordinada a un paradigma que la trasciende, a una otredad irreductible, pero, dada la falsedad de la imagen, debe haber un "ser verdadero" que tome en cuenta la equivocidad de la misma, de tal modo que esta imagen es capaz de mostrar la otredad. Asimismo, el eros y la manía (recuperados en la modernidad y en la postmodernidad para ser aplicados al genio) dan expresión a lo que Desmond llama "la porosidad del ser", son modos de atravesar el espacio intermedio entre los originales y las imágenes, tratando de articular estos espacios de diferencia metaxológicamente, sin caer en dualismos.

De ahí pasa al análisis de Kant y a su idea del poder del yo trascendental de mediar entre objeto y sujeto, centrándose en los conceptos de genio (cuya equivocidad anota bien Desmond, señalando los elementos "excesivos" incluidos en esta idea y su carácter de autotrascendencia de la naturaleza misma) y de sublime (la otredad cuya relación con la naturaleza cuestiona el modelo newtoniano de esta en Crítica de la Razón Pura) y su influjo en los románticos.

Los capítulos 3 y 4 se centran en Hegel, cuyas ideas analiza el autor con cuidado, especialmente lo que se refiere a la consideración del arte como forma de auto-mediación dialéctica por medio de la otredad sensible, y acusa al alemán de perder de vista la otredad del arte y el misterio de la trascendencia religiosa, superados por el concepto, analizando las diversas épocas de la historia del arte: simbólico (la otredad de la naturaleza respecto al espíritu), clásico (el arte como expresión de lo absoluto) y romántico (la trascendencia del ideal) en su relación con el origen: la auto-mediación dialéctica en y por medio de la otredad sensible. Asimismo, presta especial atención al análisis hegeliano de la arquitectura (arte simbólico), el modo de arte más primitivo para Hegel, por estar más comprometido con la materia. Pero el gótico es el estilo arquitectónico propiamente romántico, y es rehabilitado por Hegel como un estilo sublime, en el sentido kantiano, que materializa la casa de un metaxy religioso que simboliza el "entre" como el acontecimiento del paso entre lo humano y lo divino, entre nuestra autotrascendencia y la trascendencia como otro, comunicada en el metaxy, que es justamente el servicio del gótico.

El capítulo 5 se dedica a Schopenhauer, quien, frente a Hegel, para quien toda otredad es superada por el pensamiento, defiende la otredad de la voluntad frente al pensamiento, voluntad que afecta a todas las esferas de la creación y la recepción estéticas. También dedica atención a la música en Schopenhauer, especialmente a su poder para descubrir "la porosidad del ser", insistiendo y analizando críticamente repetidas veces aquello de que el arte es el "Sabbath de la voluntad".

El capítulo 6 se dedica a Nietzsche, al que ubica no tan lejos de Platón como suele considerarse, precisamente en virtud de pensar a Platón como pensador del eros, de la manía, de la mímesis en el metaxy. A diferencia de Hegel, en Nietzsche el origen implica una relación a la otredad que no puede subsumirse en un círculo dialéctico cerrado, y profundiza en la metafísica del origen que desarrolla Nietzsche, aun a sabiendas de que este mismo término (metafísica) puede acarrearle muchas críticas, y en las deudas más o menos explícitas del pensamiento de éste con otros autores como Kant o Hegel. Con él se despacha a gusto.

El capítulo 7 se centra en Heidegger y su obra El origen de la obra de arte, analizando en él el papel del "entre". De un modo bastante irónico, le critica su interpretación univocista de Platón, su dependencia de Kant y su relación con Hegel. Estudia en él el problema del origen, la lucha entre el mundo y la tierra, el problema de la verdad, etc.

El capítulo final reflexiona sobre el fin del arte y la tarea de la metafísica, especialmente en lo que se refiere al arte y la cuestión de la trascendencia, e insiste en los equívocos entre arte y religión. Este último capítulo condensa todo lo anterior y es especialmente interesante.

En conjunto, se trata de un ensayo impresionante, denso, lleno de reflexiones personales, muy valiosas y valientes, que no se limita a exponer sin más a los autores, sino que los enmarca en la tesis general que persigue y desde ahí les lanza sus críticas.

 

Sixto J. Castro