DEWEY, John, El arte como experiencia, traducción y prólogo de Jordi Claramonte, Barcelona, Paidós, 2008, 405 pp., ISBN978-84-493-2118-4

 

Aparece esta nueva traducción de la obra de Dewey, con algunos que otros errores en la misma y con demasiada semejanza con respecto a la traducción ya existente en FCE, lo que apena un tanto, ya que hubiera sido una excelente ocasión para renovarla por completo, ya que el pragmatismo, al menos en estética, está de moda desde la reivindicación que del mismo se ha viene haciendo en el ámbito de los EE.UU . Sin embargo, por otra parte, hay que darle la bienvenida como obra clásica que es, en la que, como tesis de fondo, está la crítica a la concepción museística del arte, que considera el arte como un territorio apartado de la experiencia ordinaria. Es la tesis capitalista, que ha generado museos, coleccionistas y ha convertido a las obras de arte en símbolo de estatus, desligándolas de la vida cotidiana (lo que, desde otro punto de vista emparenta a Dewey con los frankfurtianos). Dewey considera que el arte es todo aquello que intensifica la experiencia de la vida ordinaria, por eso es necesario “recobrar la continuidad de la experiencia estética con los procesos normales de la vida” (p. 11), regresando a la experiencia de lo común y viendo la cualidad estética que posee. La tesis deweyana, en esta continuidad, es que el contraste entre lo estético y lo intelectual radica en los distintos puntos que se elige enfatizar o en el constante ritmo que marca la interacción de la criatura viviente con su entorno. Es sólo una cuestión de énfasis el que una experiencia se considere de un tipo u otro, pero ante todo es una experiencia, por lo que el arte no es cuestión de objetos, sino de la interrelación de la criatura con su entorno. Por eso, constantemente, y para evitar cosificaciones, Dewey distingue entre el producto artístico (estatua, pintura o lo que sea) y la obra de arte. El primero es físico y potencial; la última es activa y está en la experiencia, es lo que hace el producto, su acción. El arte es, pues, ante todo, experiencia, y la experiencia es algo que acontece entre un objeto y un sujeto, un relación de la criatura viviente con su entorno, por eso se da en todas las actividades. No se trata ya de borrar las fronteras entre el arte a la vida, sino de establecer la continuidad “naturalista” (entiéndase este término en sentido deweyano, que nada tiene que ver con materialismos ni empirismos extremos) entre vida y arte, que no tienen por qué estar separadas. Dewey se opone a las distinciones, hijas de circunstancias específicas, entre arte elevado y bajo, entre bello y útil, entre lo sensible y lo espiritual en el arte. Por eso, a lo largo de toda la obra hay una crítica constante a la anteposición de una filosofía a la experiencia, que obliga a juzgar la experiencia del arte en función de los supuestos previos de la filosofía.

La obra repasa el concepto básico de experiencia  desde muchos puntos de vista y trata de recuperar el ámbito experiencial en todo el mundo de lo estético, que va mucho más allá del arte, si bien el arte es un territorio privilegiado para el mismo, que revela la misma estructura experiencial de la vida. Dejando de lado los errores citados en la obra (en los que se incluye incluso alguna anotación personal que se le ha colado al traductor), El arte como experiencia es una obra que ha de estar en la biblioteca de cualquiera que quiera entender el decurso de la estética en el último siglo.

 

Sixto J. Castro