DU BOS, Jean-Baptiste, Reflexiones críticas sobre la poesía y sobre la pintura, edición, estudio preliminar y notas de Ricardo Piñero Moral, traducción de Joseph Monter, colección estética y crítica, Valencia, Universidad de Valencia, 2007, 512 pp., 27 x 19 cm., ISBN 978-84-370-6842-8.

 

De nuevo la colección Estética y Crítica, dirigida por Román de la Calle, y publicada por la universidad de Valencia, nos ofrece una obra del máximo interés. Se trata de estas Reflexiones de Du Bos, traducidas por Josep Monter, y precedidas por un espléndido estudio preliminar, a cargo de Ricardo Piñero, quien nos pone sobre aviso de la importancia de este personaje, quien reclama para el arte el estatuto de poder atraer a sentimiento, es decir, de complacer y de emocionar. El sentimiento se vuelve juez de la obra de arte y de ahí que el tribunal último sea el público. Esta es, en efecto, la idea clave, y para ponernos en contexto, Piñero, en su introducción, hace un recorrido por los sentidos de “experiencia estética”, un nombre nuevo para designar un fenómeno muy antiguo, al tiempo que nos ubica en las concepciones que de la experiencia estética tiene Du Bos, más aristotélicas que platónicas, tal como las muestra en esta obra de 1719. La cuestión fundamental de este pensador es la del gusto, que adquiere una significación especial en el contexto de las polémicas estéticas dieciochescas.

Continuando la ideas clásica horaciana de ut pictura poiesis, Du Bos reivindica al espectador, desarrolla la idea, tan contemporáneamente usada en las teorías institucionales y hermenéuticas, de la comunidad entre el artista y el espectador (por lo que la obra ha de ser verosímil). En la primera parte de las tres que constituyen este tratado –quizá la menos sistemática de las tres–, Du Bos atiende a la especificidad de cada forma de arte no en cuanto tal, sino en lo que respecta al modo de tratar el tema (1, 13ss), de ahí que introduzca normas de cómo y qué abordar en las comedias y las tragedias y que aborde el tema de los diferentes tipos de poesía, e insista en la pervivencia de los temas a pesar de sus múltiples realizaciones particulares, en la medida en que el auténtico pintor sabe sacar lo diferente en lo que a los iletrados les parece igual. Du Bos insiste en que siempre hay una especie de contraste y comparación, propia de la época, entre pintura y poesía, en las que se busca la belleza (y no la instrucción). Al mismo tiempo, defiende que el poder de la pintura sobre las personas es mayor que el de la poesía, al igual que se inclina por el talento sobre la técnica a la hora de crear objetos de arte, que imitan los objetos que excitan en nosotros pasiones reales.

En la segunda parte, Du Bos aborda la noción de genio, que considera que es algo con lo que se nace, si bien Du Bos no lo restringe al ámbito del arte, y se remite a nuestro Huarte de San Juan. Para él, el genio nace, pero depende también de la cultura que recibe. También presta atención a las causas morales y físicas (con análisis del aire y el clima, anticipando los positivismos decimonónicos y recordando las consideraciones clásicas) en el progreso de las artes y las letras, elaborando no tanto una historia del arte cuanto una filosofía de la historia del arte. Establece asimismo la capacidad de emocionar al público como criterio del mérito de una obra, de modo que el sentimiento es juez de la obra. Este sentimiento, como la vista, lo tienen todos, sólo que algunos lo tienen orgánicamente mejor compuesto o porque lo han perfeccionado con el uso o la experiencia. Al final, todas las personas que juzgan a partir del sentimiento se ponen de acuerdo sobre el mérito y el efecto de una obra. No hay argumento, en opinión de Du Bos, que pueda compararse al sentimiento: es más, la “gente de oficio” suele juzgar mal por deformación (II, 24 y 25). El juicio final queda, pues, en manos del público, si bien atenuado por circunstancias de tiempos y lugares. También desarrolla aquí Du Bos a tesis de que mientras que en ciencia los modernos razonan mejor que los antiguos (pero precisamente por haber desbrozado éstos el camino) en historia, en política y en moral civil no se ha avanzado. Por eso, al igual que la filosofía puede ser eliminada por el tiempo, si suponemos solamente que las personas de todas las épocas poseen un mismo corazón, habrá que admitir que un poema emocionará a todas las generaciones, lo que supone una clara defensa de la universalidad estética. También dedica espacio al problema de traducir (II, 35-36) y a cómo las traducciones, en ocasiones, inhiben el sentimiento que nos provocaría la obra original. Sólo se deja de prestar atención a lo bueno en el arte cuando se encuentra algo mejor.

La tercera parte la dedica a la música, tal como la entendían los antiguos. Habla así de los modos, los ritmos, de la melodía y la melopea, la declamación, la gestualidad, la danza, etc. con multitud de citas, pero con menos interés para el lector de hoy (salvo el interesado expresamente en esa materia), al ser más descriptivo, como una recopilación de citas, y menos sugerentes que la parte segunda. Destaca el estilo ilustrativo de la obra, tachonada de autoridades por doquier, muestra de la enorme erudición del autor.

Es de agradecer a todos los involucrados en el proyecto haber dado a la luz esta espléndida obra, que aún hoy tiene mucho que decir a la teoría del arte, especialmente la magnífica segunda parte.

 

Sixto J. Castro