DUTTON, Denis, The Art Instinct. Beauty, Pleasure and Human Evolution, Oxford-New York, Oxford University Press, 2009, 278 pp., ISBN 978-0-19-953942-0.

 

Habla de instinto artístico parece un oxímoron. Pero la teoría darwiniana de la evolución tiene mucho que decirnos respecto al arte, y eso es lo que defiende Dutton en esta obra, en la que trata de rastrear las fuentes evolutivas y ver cómo afectan a los gustos e intereses de hoy, pero no desde el origen de los tiempos, sino mirando el arte de hoy y tratando de comprenderlo a la luz de lo que sabemos de la evolución. El capítulo 1 de esta obra (algunos de cuyos contenidos han aparecido en algunas otras colaboraciones de Dutton) estudia los paisajes y su relación con los calendarios: los paisajes que aparecen en éstos están en relación con gustos prehistóricos que todos compartimos: el paisaje de tono azul y con imágenes acuáticas es la representación preferida en términos generales por todas las personas, según arrojan algunos estudios al respecto, de ahí su representación constante y a lo largo de todo el mundo en los calendarios más variopintos. Frente a Danto, que cree que el calendario deforma el gusto, Dutton sostiene que esa preferencia básica está arraigada en la naturaleza humana, y desde ahí reflexiona sobre el concepto mismo de “naturaleza humana”, en la que se incluye la experiencia artística: el arte, como el lenguaje, se incluye en una estructura psicológica común a todos los seres humanos. Apoyándose en Aristóteles, Hume y Kant y guiándose de Steven Pinker y Joseph Carroll, Dutton señala una serie de rasgos y habilidades naturales de la mente y describe una suerte de rasgos que constituirían lo que podría llamarse una naturaleza humana reconocible en cualquier cultura. Y si se habla de naturaleza humana, de la mano viene una definición transcultural de arte, que Dutton ofrece como un concepto racimo. Para Dutton, el centrarse en casos marginales a la hora de elaborar teorías generales del arte es un intento condenado al fracaso. Hay que centrarse en rasgos de comportamiento y discurso transculturales. Dutton expone 12 rasgos, pero se ve llevado a acentuar algunos, lo que puede ser una suerte de esencialismo fallido, si bien lo importante de su intento es que nos sitúa en el centro de lo que consideramos arte, dejando fuera los casos extremos, al menos de momento. Para atajar las críticas, Dutton defiende que nadie puede hablar de que en otras culturas “otros” tienen un concepto de arte diferente al nuestro, si no se parte de que comparten algo de nuestro concepto, es más, en nuestra tradición artística occidental pueden encontrarse analogías para cualquier forma de hacer “arte” en cualquier otra cultura. Se opone, así al relativismo cultural, lo que le lleva a criticar el experimento mental de Danto de las tribus cesta y pote, bien conocido por los estetas analíticos y, contra él, insiste en el aspecto perceptivo de las obras de arte. Y frente a los que consideran que las artes son un subproducto de la evolución (como Stephen Jay Gould), Dutton defiende que el gozo de la ficción es una evidencia clara de la adaptación darwiniana (como una extensión del pensamiento contrafáctico), oponiendo la explicación darwiniana (en términos de la necesidad de supervivencia de nuestros ancestros) a la explicación jungiana, que es, a su entender, alicorta. Aún así queda la sensación de que Dutton poco más que apunta una hipótesis que no se puede contrastar, ya que reduce toda su exposición a la narración y aún en ésta es difícil, por más que apunte algunas pistas, ver qué relación tiene con la adaptación y la supervivencia.

Si a la selección natural le añadimos la selección  sexual (la belleza sexual como muestra de buena salud, capacidades reproductivas, etc.) cree Dutton que nos podemos acercar más a comprender el origen de las artes, para lo que aplica también la tesis de Thosrtein Veblen en su obra “Teoría de la clase ociosa”, en la que viene a defender que la belleza es otro nombre que le damos al dispendio económico (lo que, de nuevo, puede interpretarse en términos de la selección sexual). Acto seguido, Dutton se centra en algunos de los debates más actuales en la teoría del arte (la falacia intencional, las falsificaciones, la interpretación de movimientos como el dadaísmo, etc.) bajo la luz de la evolución, conflictos que muestran, en su opinión, que el instinto artístico no es simple (como el gusto por lo dulce), sino un conjunto complicado de impulsos o sub-instintos. Los discursos artísticos son indicadores darwinianos de aptitud: modos de juzgar el ingenio, la originalidad o la inteligencia general de una persona (y eso le lleva a reclamar la intención autorial), al igual que las obras originales.

Finalmente, desde sus posiciones establecidas, Dutton examina cuáles son los límites del arte: hay cosas que, por razones naturales, nunca llegarán a gustar. Hace así, un análisis del olor y la música y muestra que el olor difícilmente se constituirá en base de una tradición artística. Pero con la música tiene un gran problema, ya que no es capaz de explicarla desde presupuestos darwinianos. La considera “otro misterio de la evolución” (p. 219). Finalmente, en el último capítulo del libro, Dutton se centra en la relación que la teoría evolutiva tiene con la comprensión de las cualidades de las obras maestras del arte. Las características centrales de las obras maestras que han superado el test del tiempo humeano son la gran complejidad (interrelaciones densamente significantes), un contenido temático serio, un sentido de finalidad insistente o urgente y una distancia respecto a los placeres y deseos humanos ordinarios. El kitsch, pretendiendo realizar tales valores, nos presenta el peor de los mundos estéticos (p. 236)

Dutton afirma que los animales no hacen arte. Hacen cosas sorprendentes e incluso performances espectaculares, pero no arte. La gran apuesta de Dutton es defender la estética intercultural, para lo cual se basa, cómo no, en la belleza, importante para los prehistóricos, cuya sangre corre por nuestras venas y cuyo instinto artístico es el nuestro. En su elaboración de una estética transcultural, con referencia precisa y clara al valor de la belleza, deja aún Dutton algunos flecos por hilar, pero no hay duda de que su aportación es enormemente significativa, y más en este año en que celebramos a Darwin de un modo tan especial.

 

Sixto J. Castro