FARRELL, Frank B., Why does literature matter?, Ithaca and London, Cornell University Press, 2004, 266 pp., 23 x 15,5 cm., ISBN 0-8014-4180-3.

 

El paso del pensamiento moderno al presente puede describirse, según Farrell, en términos de tres grandes reducciones: los pensadores modernos tienden a disolver el mundo en la mente o subjetividad; lo subjetivo o psicológico, tal como se expresa en la fenomenología del yo consciente y sus relaciones con el mundo se disuelve en el lenguaje, y finalmente, ese nivel lingüístico o gramatical se disuelve en prácticas sociales o patrones de poder social. Son diversos niveles sucesivos que van ocupando correlativamente un lugar "teológico": mundo, subjetividad, lenguaje y maquinarias de poder social. La intencionalidad del yo parece que ya no puede tomarse en serio.

La teoría literaria de las tres décadas pasadas puede caracterizarse en términos de esas reducciones. El argumento que desarrolla el autor a lo largo del libro es que esas tres reducciones en su forma radical son un error, tal como ejemplifican diversos ejemplos literarios. Para Farrell, el espacio literario es fenomenológico, metafísico, revelador de la verdad, psicológico, ritualizado, regresivo-desencantado, translacional, metafórico, estético, prelingüístico a la par que lingüístico, pedagógico, selectivo, y gracias a todo esto tenemos el valor y el poder de las obras excepcionales de la literatura y de su estilo, por eso la literatura importa, porque por todas estas funciones nos proporciona experiencias para vivir una vida humana satisfactoria de un modo que no nos pueden proporcionar otras experiencias culturales, experiencias que tienen que ver con los modos fundamentales en que el yo se relaciona con el mundo y consigo mismo. Todo ello lo ejemplifica Farrell en obras literarias de diversos autores, como McCarthy, Pynchon, Rushdie, Chaudhuri. Las teorías de los filósofos Bernard Williams y John McDowell le ayudan a ver el espacio literario como ético y epistémico. Enfrente tiene a la reciente crítica postmoderna, especialmente a Paul de Man, con su defensa de la imposibilidad e inestabilidad del significado, considerando el lenguaje como una maquinaria ciega (en quien tanto el mundo como la fenomenología se reducen a tareas del lenguaje, que sólo habla de sí mismo y no de las "cosas"), Perloff, en una línea semejante (para quien el lenguaje es composicional, más que referencial, un juego de significantes más que de significaciones, como trata de mostrar en Ashbery y Beckett, cosa que le refuta Farrell), o a Rorty, con su idea de que la verdad es sólo una cuestión de acuerdo social, un acuerdo lenguaje a lenguaje, en lugar de un acuerdo lenguaje a mundo, y también a Derrida.

A todos ellos se enfrenta Farrell y critica sus giros lingüístico (apoyado en Donald Davidson) y sociológico, que vacían el mundo y el espacio de la subjetividad, convirtiéndolos en proyecciones de la maquinaria lingüítica y de la maquinaria del poder, insistiendo en que la experiencia de la conciencia individual importa mucho, como se muestra en Tierra Baldía, de Eliot, que no se deja reducir a gramática o a sociología. De este modo, defiende con buenos argumentos la vigencia del "yo" y de la subjetividad, de la realidad y de nociones de verdad, significado y representación más estables que las que dejan los giros lingüístico y sociológico. El poema de James Merrill Lost in translation y Santorini: Stopping the Leak le siven para ilustrar el modelo de espacio literario que defiende.

Al final de la lectura de esta obra queda claro que cada uno de los niveles apuntados no se deja reducir a los otros y que el nivel fenomenológico tiene una importancia básica. Sin duda, una bocanada de aire fresco en ambientes académicos en los que parece que el último grito de la teoría ha acabado con cualquier logro de la historia de la crítica anterior, cuando no es así. La opinión de Farrell es que los giros radicales nos expulsan del buen camino, porque nos impiden ver por el espejo lo bueno que ha quedado atrás.

 

Sixto J. Castro