GROUND, Ian, ¿Arte o chorrada?, introducción, traducción y notas de Salvador Rubio Marcos, Col.leccio estètica & crítica, Valencia, Universidad de Valencia, 2008, 196 pp., 20 x 16,1 cm., ISBN 978-84-370-6900-5.

 

La obra de Carl Andre Equivalent VIII, consistente en 120 ladrillos refractarios sin modificación, agrupados en un rectángulo, es el hilo conductor de esta obra: ¿cómo puede siquiera barajarse la posibilidad de que tal cosa, que nos es presentada como una obra de arte, sea una obra de arte? Si empezamos a fijarnos en ella, nos damos cuenta de que nuestras respuestas nos suelen llevar a más confusión que claridad. Con este trasfondo, Ground examina el concepto de “lo estético”, ampliando su campo a toda la vida cotidiana, para centrarse luego en su relación con la obra de arte, que concibe como “artefactos que han sido deliberadamente hechos por alguien para provocar o captar el interés estético de sus semejantes” (p. 49). Ahora bien, lo estético de la naturaleza no es arte, como tampoco lo es todo artefacto hecho con el fin de provocar interés estético. Al considerar un objeto como una obra de arte respondemos a la apariencia del objeto como algo significado por alguien (p. 61). Por eso, para ver algo como arte, tenemos que tener la noción de arte como un concepto regulativo de principio, no como una conclusión que se extrae al final de un proceso. Las obras de arte, a diferencia de otros objetos, no sólo son estéticamente interesantes, sino también, estéticamente inteligibles (p. 62). Ground examina también el papel del artista, concretamente sus intenciones, en la constitución de la obra de arte. Para salvar el carácter estético de la obra de arte (dependiente de su apariencia), Ground amplía la consideración del valor estético al origen de la obra. Pero la centralidad de la apariencia en el arte queda realzada por el hecho de que lo relevante para su comprensión tiene que cuadrar con ella. Haciendo uso de un lenguaje wittgensteiniano, Ground sostiene que nuestro concepto de arte está condicionado en buena medida social y culturalmente, y la experiencia del objeto artístico puede ser descrita en términos en los que resuena Dewey. Además, el autor estudia la relación de la obra con la tradición, insistiendo constantemente en la diferencia existente entre el objeto artístico y el objeto natural, por más que podamos, desde una estética restrictiva, aludir a ambos de modo semejante. La obra termina relacionando el conocimiento de las obras de arte con el conocimiento de las personas, insistiendo en la idea de que las obras de arte se diferencian de otros objetos estéticos precisamente en que su interés esencial consiste en que han sido deliberadamente hechos para provocar interés estético, de manera que su apariencia relevante es la “apariencia intencionada” (p. 181). Por eso, el arte “no es una etiqueta que pegamos en el objeto cuando nuestro interés por él ha finalizado. Es una regla para la regulación de nuestro interés por el objeto”. Además de ser estéticamente interesantes, las obras de arte son artefactos estéticamente inteligibles, y eso es lo que las vuelve a análogas a las personas. Una visión muy clara y fresca, sin aspavientos ni dramatismos, de lo que es arte hoy.

 

Sixto J. Castro