KELLY, Michael, Iconoclasm in Aesthetics, Cambridge, Cambridge University Press, 2003, 222 pp., 23,3 x 16 cm., ISBN 0 521 82209 2

 

Por iconoclasmo entiende Kelly el desinterés y la desconfianza hacia el arte que manifiestan determinados filósofos, por el hecho de inscribir en sus concepciones del mismo una deficiencia determinada, sea la imposibilidad del arte de captar la verdad (Heidegger y Adorno), su indeterminación e indecidibilidad, la carencia de poder del arte (Derrida) o la imposibilidad de definirse a sí misma (Danto). Tanto Heidegger como Adorno, cada uno a su modo, están más preocupados por la verdad que por el arte mismo. En el fondo, se trata de mostrar que todos estos filósofos hacen una crítica del arte por medio de la estética, cuando en ocasiones es el arte el que critica a la estética.

El autor nos dice que “concebir el arte como deficiente y luego mostrar desinterés o desconfianza en la historicidad del arte en favor de un interés en su universalidad es mostrar un desinterés y una desconfianza en el arte mismo” (p. xii). Además de criticar este iconoclasmo en estos autores, y de ver cómo se genera, Kelly trata de encontrar el modo de enriquecer la estética ligándola a otros ámbitos relacionados con las artes. La cuestión fundamental es qué tipo de filosofía media nuestra relación con el arte. Kelly aboga por una rehistorización.

Kelly cree que esos cuatro pensadores conciben erróneamente el arte desde el punto de vista filosófico y, por ello, no captan lo que constituye lo que miran como algo que es mirado como arte. Los ejemplos son la interpretación heideggeriana de Van Gogh (cap. 1), la adorniana de Richter (cap. 2), la de Derrida de las obras en la exposición del Louvre de l a que fue comisario (cap. 3) y las interpretaciones de Danto de Tansey y Sherman (caps. 3 y 4). Cada capítulo está estructurado comprendiendo un filósofo, un historiador o crítico del arte y un artista que es discutido por ambos. El primer capítulo está formado por la tríada Heidegger-Meyer Shapiro-Van Gogh; el segundo, por Adorno-Benjamin Buchloh-Gerhard Richter; el tercero, por Derrida-Danto-Mark Tansey. El último por Danto-Rosalind Krauss-Cindy Sherman. Nelly es especialmente incisivo en el análisis de Danto, porque quizá este filósofo es el que, en principio, parece menos iconoclasta, al menos a tenor de su obra The Philosophical Disenfranchisement of Art. Finalmente, el capítulo 5 desarrolla el argumento de cómo evitar el iconoclasmo reconfigurando las relaciones entre estética e historia del arte, orientando aquella hacia ésta, en lugar de abstraer de ésta. Lo que busca Kelly no es hallar cuál es la interpretación correcta: la del crítico, la del filósofo, la del historiador, la del artista, sino las concepciones del arte que subyacen a los tipos filosóficos de interpretación y las razones por las cuales son iconoclastas. La obra culmina con un intento de Kelly de ofrecer una estética sin iconoclasmo, en la que se concibe la reflexión filosófica del arte como inmanente a la práctica histórica del arte, y se integran las dimensiones histórica y filosófica del arte en un modelo de teoría del arte.

El ensayo de Kelly está muy bien argumentado, dado que va siguiendo de cerca las reflexiones de los pensadores estudiados, y ofrece una nueva mirada sobre autores de los que parecía dicho todo, mostrando que no es así.

 

Sixto J. Castro