KORSMEYER, Carolyn, Gender and Aesthetics. An Introduction, New York and London, Routledge, 2004, 195 pp., 23,3 x 15,5 cm., ISBN 0-415-26659-9.

 

El arte y la estética son poderosos fabricantes de auto-imagen, de identidad social y de valores públicos. La investigación de Korsmeyer se centra en conceptos fundamentales en la teoría estética, tales como arte, artista, estético, gusto, belleza y sublimidad. En los territorios artísticos, también el género es construido. Korsmeyer comienza investigando el concepto de artista y mostrando cómo la noción de creador de arte es eminentemente un ideal masculino, pues el ámbito femenino queda confinado a las musas, no creadoras de arte. El concepto de genio, para ella, es masculino, a pesar de su aspecto antirracionalista. Estudia brevemente cómo se gestó el concepto de arte que culmina en el siglo XVIII. También en el concepto de arte hay determinadas cosas típicamente femeninas que fueron desplazadas del concepto de arte y comenzaron a considerarse artesanía. El capítulo 2 se centra en lo estético, especialmente en los conceptos de gusto, belleza, sublimidad, que también tienen connotaciones de género, como se ve en Burke y, por consiguiente, en todos los sucesores de éste, Kant incluido. Analiza también a los postkantianos teóricos de la actitud estética y muestra las críticas feministas a esta contemplación desinteresada. Estudia las teorías de la visión masculina, para mostrar que, clásicamente, el público modelo del arte no es un espectador genérico y universal, sino masculino, especialmente de los desnudos, aunque sean de temática clásica o religiosa. La crítica feminista ha mostrado que las ideas sobre la percepción desinteresada tienden a elevar las cualidades formales sobre el contenido y el significado social. Las críticas de la percepción puramente estética y la especulaciones sobre la mirada incluyen de nuevo no sólo el deseo y la satisfacción en función de la percepción, sino que también reconocen la autoridad cultural del arte para perpetuar las relaciones de poder. El capítulo 3 extiende estas consideraciones a las implicaciones prácticas de la teoría presentada en los capítulos anteriores, en el examen de la identificación de los artistas como amateurs (mujeres) o profesionales (varones), que no es sólo una cuestión de elección personal. La tesis defendida en este capítulo es que la idea de la participación de la mujer en el arte se relaciona tanto con los conceptos de la disposición y la capacidad femeninas como con las ideas acerca de qué constituye la identidad descriptiva de una persona. Todo ello lo analiza en las artes de la música, la literatura y la pintura. El capítulo 4 se fija en cómo se formulan tradicionalmente las cuestiones filosóficas y cuáles se consideran dignas de relevancia, también por cuestiones de género, y como ejemplo pone le tema de la comida: ¿por qué cae fuera del análisis filosófico? El gusto (como uno de los cinco sentidos) está vinculado con la comida, y la comida con el sexo, un placer corporal, y aunque ambos sean temas de la obra de arte, la apreciación estética de la obra de arte se supone que trasciende la sensualidad representada y alcanza un grado más distanciado de gozo, superior al placer físico y sensible. La exclusión del gusto del dominio estético es una pieza central de muchos filósofos del siglo XVIII. Al ser subjetivo, no es acerca de nada. Y genéricamente, según lo dicho antes acerca de lo sensible, está marcado por el género femenino. Korsmeyer no defiende que la comida sea arte, aunque sí que puede ser utilizada como medio artístico (con lo cual, a la vista de las performances que cita, estoy bastante en desacuerdo). Los capítulos 5 y 6 tratan de las teorías contemporáneas del arte (desde la perspectiva analítica y post-analítica y desde las corrientes continentales del psicoanálisis y la deconstrucción), que han influido mucho a las teóricas y a las artistas feministas, y reflexiona sobre la violación deliberada de las normas estéticas tradicionales por muchos artistas contemporáneos.

 

La equiparación entre lo corporal y lo femenino, que Korsmeyer considera que es una de las causas del alejamiento de la mujer de las bellas artes, por múltiples razones teóricas, es utilizada ahora por ella misma como recurso para incluir a la mujer en este mundo artístico. Diferenciar a la mujer y al hombre por lo corporal o lo mental, al menos así en abstracto, no tiene  ningún sentido, de modo que si la premisa que ataca Korsmeyer era injustificable, también lo es en la que ella se apoya. El feminismo, tal como lo expone, es la otra cara del patriarcalismo. De la lectura del libro se extrae la impresión de que el trasfondo de la estética feminista es eminentemente psicoanalítico, con todo lo que ello conlleva, de bueno y de malo.

 

Sixto J. Castro