LIESSMANN, Konrad Paul, Filosofía del arte moderno, traducción de Alberto Ciria, Barcelona, Herder, 2006, 254 pp., 22 x 14 cm., ISBN 84-254-2458-5.

 

Esta obra apareció en alemán en 1993 y Herder ha tenido el buen criterio de traducirla al español, porque es una obra buena, digámoslo desde ya. El autor trata de ver cómo la filosofía ha ido reaccionando ante el arte moderno, es decir examina la reflexión filosófica sobre el arte. Liessmann no fuerza ni el término arte ni el término modernidad. Al contrario, se sitúa en esa especie de comprensión preteórica que todos tenemos del arte. De este modo, comienza por Kant, de quien hace una exposición excelente y muy atinada, no en vano la Crítica del Juicio sigue siendo para la estética lo que la suma del aquinate es para la teología, obra de referencia obligada, independientemente del acuerdo que suscite. Con ironía, afirma que "si se prestara un mínimo de atención a Kant, podría ahorrarse así los penosos resultados que se producen cuando los adolescentes son apremiados a derogar todas las reglas del arte antes de haberlas comprendido" (p. 34). Kant y los que continúan sus tesis son objeto de este capítulo primero, que va seguido por otro dedicado a Hegel, sobre todo a la cuestión de la "muerte del arte", y otro a los románticos, especialmente a Friedrich Schlegel, a quien Liessmann otorga una importancia excepcional, con razón, en el desarrollo del romanticismo e incluso ve en él el programa del arte moderno in nuce, especialmente en el concepto de ironía, continuado luego por algunos de sus coetáneos. Algo parecido sucede con Kierkegaard, también en la base del arte moderno, especialmente con su énfasis en el dolor del artista por el mundo y en su análisis de la existencia estética, que Liessmann lleva a cabo mediante una atenta lectura del Aut-Aut kierkegaardiano. La concepción schopenhaueriana ocupa el siguiente capítulo, sobre todo su insistencia en la actitud estética, además de la idea nietzscheana del arte como más fundamental que la verdad. Pero más allá de estos filósofos, que casi serían de obligada inclusión, es de notar la referencia que el autor hace a otros menos leídos, sin duda, como son Simmel (y su análisis del "marco" y de la desfuncionalización inherente al arte) y Lukács, a quienes dedica un capítulo en un nada extraño maridaje. También otorga un espacio a Konrad Fiedler, un filósofo casi olvidado, especialmente a su idea de la actividad del artista como "libre configuración". Walter Benjamin y un análisis detallado e ilustrativo de "La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica" ocupa el siguiente capítulo, al que le sigue un análisis de Günther Anders, un filósofo menos popular en general, que Liessmann resume en la idea de "teoría del arte como teoría de los medios", idea que se centra en el análisis del equivocismo de la televisión, para pasar a Adorno y el problema del progreso en el arte, además de los post-adornianos, como Koppe –y el arte como discurso endético o articulador de necesidades o “lugar comunicativamente superior de la consternación”– y su crítico, el bien kantiano Martin Seel, para quien los fenómenos estéticos tienen "el significado de presencia presentada", o Christoph Menke y su comprensión de la estética como un modo de comprensión desautomatizada. Acto seguido presta atención a Danto, especialmente a su obra La transfiguración del lugar común, con sus afirmaciones sobre la teoría, la interpretación y el carácter metafórico de la obra. A la apertura de Danto le sigue un capítulo dedicado a la crítica conservadora de la modernidad, por voz de Ortega, Gehlen y su crítica al arte contemporáneo por repetitivo, y Sedlmayr, quien ve en la autonomía del arte el preludio para su disolución. Desde aquí, el paso a la postmodernidad y a la tesis de Borys Groys sobre lo nuevo, en su obra Sobre lo nuevo. Ensayo de una economía cultural, reseñada recientemente en EF [LV (2006) 416-417], con su dialéctica entre el espacio profano y el archivo cultural. El libro se cierra con una serie de planteamientos para un renacimiento de la estética de la naturaleza y la revitalización de un concepto normativo de lo bello natural.

La estrategia de Liessmann consiste en seleccionar una sola obra de cada autor y trabajar sobre ella, sin perderse en multiplicidad de citas, quizá al modo de lo que Gombrich hace en su historia del arte. No critica, sólo expone. Y aunque se echa de menos algo más de filosofía anglosajona, no está de más el resumen que nos ofrece de la estética alemana –principalmente–. Pero es una introducción muy recomendable. Sólo hay que echarle en cara la visión muy limitada de la mimesis aristotélica, entendida como imitación sin más, y no es así: lo sabemos desde Gadamer, Halliwell, etc.

 

Sixto J. Castro