RIDLEY, Aaron, Routledge Philosophy Guidebook to Nietzsche on Art, London and New York, Routledge, 2007, 181 pp., 19,6 x 12,8 cm., ISBN 978-0-415-31591-3.

 

Que Nietzsche es uno de los filósofos más marcados e interesados por la cuestión del arte no deja lugar a dudas. Desde El Nacimiento de la Tragedia, su primera obra, hasta sus últimas obras, El caso Wagner y Nietzsche contra Wagner el tema es nuclear. Es más, para Nietzsche su Así habló Zaratustra es una obra de arte y, por si fuera poco, Ecce Homo, su autobiografía, presenta su propia vida como una obra maestra estética. Todo ello es lo que articula la presente obra de Ridley, quien reconoce que la estructura de su libro es muy semejante a la del de Julian Young, Nietzche’s Philosophy of Art, obra que pondera, aunque la considera más schopenhaueriana y menos zaratustriana y wagneriana que la suya, si bien ambos coinciden en que la estética de Nietzsche ha de entenderse más como una historia, un relato, que como una tesis o una posición definitiva. La presente obra de Ridley, de carácter introductorio, tal como indica su título, se estructura cronológicamente. El primer capítulo lo dedica a El nacimiento de la Tragedia y a una serie de ensayos de juventud. En él presenta los balbuceos schopenhaueriano-kantianos de Nietzsche, con su desarrollo de la metafísica del artista, la idea de la existencia individual como ilusoria, la música como arte primordial, que está más allá del aspecto individual-racional, la muerte de la tragedia por la hipertrofia del aspecto apolíneo que da al mundo la apariencia de estar racionalmente ordenado, el resurgir de la tragedia en la obra de Wagner, que recobra la voluntad nouménica schopenhaueriana, si bien Nietzsche cree que Schopenhauer ha permanecido demasiado fiel a Kant por su insistencia en ese reino nouménico. Para Ridley, hay que poner en duda a los que hacen una lectura biparitita de El nacimiento de la tragedia, es decir, los que consideran que hasta el capítulo 16 Nietzsche no habla de voluntad, sino de “uno primordial”, “fundamento del ser”, mas a partir de ese capítulo el alemán se ve llevado a presuponer la tesis metafísica débil de que la tragedia, al ponernos en contacto con la esencia dionisíaca de las cosas, nos devuelve a la vida individual ordinaria con un nuevo apetito por ella. El arte dionisíaco daría expresión a la voluntad en su omnipotencia que está tras el principium individuationis, a la vida eterna que está más allá de los fenómenos (§16). Y, sin embargo, Ridley cree que no hay suficientes fundamentos para aceptar esta lectura bipartita. El capítulo dos se centra en el llamado período positivista de Nietzsche, especialmente en Humano, demasiado humano, así como en algunos aspectos de las Consideraciones intempestivas. Nietzsche se ha alejado de Wagner y se ha acercado a la ciencia como explicación auténtica de todo lo que antes requería del recurso a lo sobrenatural. Ridley detalla la existencia de dos posturas al respecto, la de Julian Young, para quien Nietzsche mantendría una distinción entre el mundo real y el aparente, siendo aquel el de la ciencia, que puede, por lo tanto ser perfectamente conocido, y la de Maudemarie Clark, para quien Nietzsche acepta la distinción entre apariencia y realidad de modo intelectual, pero niega que la ciencia nos dé acceso al mundo real. Para Ridley, fundándose en texto de Humano, demasiado humano, Nietzsche defiende que si hay un mundo metafísico, nouménico, no podemos conocer nada del mismo y, aunque pudiésemos, no merecería la pena, de modo que es difícil que sea el contenido de la ciencia, de quien Nietzsche espera una regeneración cultural, de manera que su posición metafísica sigue de cerca la que tenía en El Nacimiento de la tragedia. El arte, en este caso, poco puede decirnos acerca del mundo: más bien es un territorio precientífico y demasiado humano en su origen, es decir, explicable en términos naturalistas que también explican todo lo relativo al genio. Explicita asimismo una idea que desarrollará después, a saber, que la tarea real del arte es hacerse soportable para uno mismo, que la tarea del arte en este sentido consiste en embellecer, ocultar e interpretar. El capítulo tres se centra en los primeros cuatro libros de La Gaya ciencia, en donde explora con especial profundidad la muerte de Dios como fenómeno de desorientación en todos los ámbitos y se aleja del positivismo adoptado en Humano, demasiado Humano, para volver, a considerar el arte como aquello que hace de la existencia algo soportable: la ciencia ya no le parece el poder capaz de engendrar una cultura post-cristiana. En el capítulo cuatro se trata sobre el libro que Nietzsche considera obra de arte él mismo: Así habló Zaratustra. Esta obra no habla mucho acerca del arte, salvo por sus comentarios sobre la autoría y su crítica a los poetas, pero al ser ella misma una obra de arte nos muestra qué pensaba Nietzsche que eran capaces de hacer las obras de arte. Finalmente, el quinto capítulo se centra en los últimos escritos: El crepúsculo de los ídolos, Más allá del bien y del mal y Ecce Homo, con la vuelta a primera línea del artista y la total desaparición del científico, la consideración del arte como “intoxicación” y su rechazo a los valores decadentes del Romanticismo. La obra acaba con un apéndice dedicado a Wagner, el motor de la obra de Nietzsche. En conjunto se trata de una introducción muy recomendable, por su concisión y orden interno.

 

Sixto J. Castro