SACKS, Oliver, Musicofilia, traducción de Damián Alou, Barcelona, Anagrama, 2009, 459 pp. ISBN 978-84-339-6289-8.

 

La musicofilia o propensión a la música es algo que surge en la infancia, en todas las culturas y es probable que se remonte a nuestros comienzos como especie. Cabe que su desarrollo venga determinado por la cultura, pero está arraigada en la naturaleza humana, a pesar de que Darwin mismo no le encontraba ninguna utilidad evolutiva. La maquinaria musical es vulnerable distorsiones, excesos y averías: amusia, alucinaciones musicales, trastornos que pueden afectar a los músicos profesionales, sinestesias, etc. Sacks, en esta obra, original de 2007 y corregida y aumentada en 2008, hace uso de las investigaciones sobre el cerebro que utilizan las técnicas más modernas, a la vez que se sirve de los testimonios de los pacientes. Esto último forma el núcleo del libro, que se divide en cuatro partes. La primera es un conjunto de múltiples descripciones de casos de alucinaciones musicales (que se asocian a una actividad de las mismas redes nerviosas que se activan cuando se percibe música de verdad) y gusanos cerebrales (las melodías que se nos meten en la cabeza sin que las podamos expulsar) ,a partir de las cuales el autor lanza alguna hipótesis. La segunda contiene una serie de historiales clínicos de amusia, tono absoluto, distimbria, distorsiones tonales “savants” musicales, sinestesias, etc., donde Sacks cede más espacio a los estudios científicos para mostrar los correlatos cerebrales de todos esos hechos. La tercera parte es un estudio de casos sobre amnesia y conservación (al mismo tiempo) de la memoria musical, la relación entre afasia y terapia musical y la relación entre la música y una serie de síndromes y afecciones neuronales. Sacks elabora en esta sección una serie de hipótesis, algunas bastante aventuradas. Finalmente, la cuarta parte se centra en los sueños musicales y en el poder emocional de la música (con ejemplos de varios pensadores) y cómo la música resiste a las distorsiones de los sueños, el parkinsonismo, la amnesia, el Alzheimer, la psicosis y puede penetrar en los estados de la melancolía y la locura de un modo que nada más puede hacerlo. Defiende así la existencia de distintas “inteligencias”, de modo que cuando una (la semántica, por ejemplo) se ve dañada por una enfermedad, la inteligencia musical puede permanecer intacta. Su conclusión es que “sin duda existen zonas específicas del córtex que están al servicio de la inteligencia y la sensibilidad musicales, y pueden darse formas de amusia que las dañen. Pero se diría que la respuesta emocional a la música está muy extendida, y probablemente no es sólo cortical sino subcortical, de manera que incluso en una enfermedad cortical difusa como el Alzheimer, la música aún puede percibirse, disfrutarse y provocar una respuesta” (p. 417).

El libro es un tanto repetitivo en las tesis, pues hay ideas que se reiteran literalmente en diversas partes de un capítulo (hay notas que a veces copian literalmente lo que el autor ha dicho pocas páginas antes) y da una cierta impresión, por ello, de desorden. Ahora bien, la intención principal del autor, que es mostrar todo lo que, desde el punto de vista neurológico, está implicado en la música (hacerla, oírla, reaccionar a la misma) se cumple más que con creces. Uno sale con la idea de que la capacidad musical está repartida por muchas áreas cerebrales y que tiene mucho que ver con todos los elementos que constituyen la personalidad.

 

Sixto J. Castro