WARBURTON, Nigel, The Art Question, London and New York, Routledge, 2003, 147 pp., 19,7 x 13,2 cm., ISBN 0-415-17490-2 (pbk).

 

¿En qué medida los artistas contemporáneos se acercan a la filosofía en sus creaciones? Para Warburton, la cuestión del arte es más apropiada para una respuesta filosófica que artística. Su objetivo, en sus palabras, es poner al descubierto posiciones indefendibles, revelando contraargumentos y contraejemplos que minan esas posiciones, consciente de que la cuestión del arte merece que se gasten energías tratando de responderla o, al menos, de mostrar por qué no puede responderse. Por eso, esta obra explora algunos de los intentos filosóficos más importantes de responder a la cuestión del arte en el siglo XX, especialmente en el ámbito analítico. En cada capítulo expone las tesis centrales de estas aproximaciones, seguidas de las críticas a las mismas. Comienza con la visión formalista de Clive Bell (la forma significante y su descendencia del intuicionismo de Moore, a la que critica su carácter de circularidad viciosa, en cuanto que la emoción estética y la forma significante se definen una en términos de la otra, y además sostiene que la forma significante no encuentra criterios correctos de juicio: uno puede decir que una obra la tiene y otro que no, y ambos no pueden tener razón; también la acusa de elitista, en el sentido de que eleva los gustos particulares de una subclase influyente de la sociedad a un ideal aparentemente objetivo; y acusa a Bell de su desprecio de los aspectos representativos del arte visual y del contexto, para finalizar afirmando que el error de Bell es haber tratado de dar una definición de arte en términos de condiciones necesarias y suficientes). Sigue con R. G. Collingwood (arte como forma de expresión emocional, en la que un sentimiento inicialmente vago se hace claro a través de su expresión artística, y muestra contraejemplos a su teoría); tras ello analiza la idea de que el arte encaja dentro del concepto wittgensteiniano de "parecidos de familia", imposible, pues, de definir en términos de condiciones necesarias y suficientes (Morris Weitz y el problema de su "decisionismo" y de cuáles son los parecidos relevantes, y apunta la crítica que a Weitz le presenta Mandelbaum). También dedica espacio a la teoría institucional de Dickie y su precedente en Danto (presentando de manera clara las principales críticas a Dickie) y a las definiciones históricas del arte (Levinson), también problemáticas. Y dado que ninguna de ellas es convincente por completo, finalmente ofrece su propia hipótesis: el arte es indefinible y no requiere de definición. Una definición, según Warburton, sirve para ayudarnos a decidir en los casos difíciles, para explicar retrospectivamente por qué lo que se ha llamado arte es arte y para decirnos qué objetos del mundo merecen una atención especial. La teorización sobre el arte, en su opinión, debe restringirse a casos particulares y no orientarse a la formulación de reglas generales, es decir, debe volver a las obras mismas. No obstante, en el desarrollo de este "a las obras mismas", si bien breve, parece advertirse una cierta semejanza con las aproximaciones que podríamos llamar simbólicas" del arte.

El libro es muy didáctico, pues acompaña de láminas los ejemplos que trae a colación y expone brevemente las ideas generales de cada teoría, de modo que puede servir perfectamente de guía para los que se inicien en la disciplina de la teoría del arte.

 

Sixto J. Castro