SHINER, Larry, La invención
del arte. Una historia cultural, traducción de Eduardo Hyde y Elisenda Julibert,
Barcelona, Paidós, 2004, 476 pp., 21 x 15 cm., ISBN 84-493-1640-5.
Hace algo más de un año reseñaba en esta misma revista la edición
original de esta obra (nº 151, pp. 613-615). Terminaba mi reseña diciendo: Puedo
decir, sin dudar, que es una de las mejores obras que, sobre el asunto, he leído en los
últimos tiempos. Pues no queda más que felicitar a Paidós por la pronta
traducción de esta obra, que sin duda, es referencia para el estudio de la estética hoy.
Fruto de 12 años de trabajo, esta obra se centra en cómo hemos llegado a configurar el
concepto actual de arte con todas sus pácticas e instituciones asociadas, que, de modo
retroactivo, aplicamos de modo un tanto indiscriminado a épocas anteriores, e incluso a
nuestra propia época.
La primera parte Antes de ladistinción entre bellas artes y la
artesanía analiza ese período de más de 2000 años (Renacimiento incluido) en los
que arte significaba una factura humana de cualquier tipo y en la que aún no
existía diferencia entre artista y artesano y cómo, al final de esta fase, se apunta el
giro hacia un nuevo sistema de las artes. La parte segunda, El arte dividido
estudia la fractura en el sistema de las artes ocurrida en el siglo XVIII, a través del
análisis de la obra de diversos autores y de las instituciones que acompañan el
surgimiento de las bellas artes, con las consiguientes separaciones entre bellas artes y
artesanía, artista y artesano, lo estético y lo instrumental, y se cierra con una
presentación de las ideas de Kant y Schiller, cuyos escritos son justificaciones para el
moderno sistema de las artes. Desde luego, este capítulo es quizá el central de la obra
y, en él se capta perfectamente qué subyace a la idea de nuevas artes: todo un cambio
cultural de enorme envergadura. La parte tercera, Contracorrientes, estudia
los casos de resistencia a una estética desinteresada (Rousseau, Hogarth,
Wollstonecraft), así como las consecuencias para la estética de la Revolución Francesa,
tales como la desaparición del patronazgo y la apoteosis del museo. La parte cuarta,
La apoteosis del arte, muestra cómo el siglo XIX lleva el arte al nivel de
los valores máximos, sustituyendo las bellas artes por el Arte, un reino
autónomo espiritual de creatividad, al tiempo que hace de la vocación del artista algo
espiritual, un reducto de libertad y cuasi-religioso y esparce las instituciones de las
bellas artes por Europa y América, así como el comportamiento estético-comtemplativo
apropiado frente a las mismas, que ha de ser aprendido, con la consiguiente estetización
del arte. La parte quinta, Más allá de las bellas artes y la artesanía,
examina la expansión de aquéllas a fines del XIX y principios del XX, en la cual se da
tanto la asimilación de nuevas formas de arte (fotografía) como la resistencia a tal
proceso, en una especie de lucha dialéctica en la que se incluye la reivindicación de la
artesanía, el surgimiento del anti-arte, la Bauhaus (ambos movimientos comprometidos con
reunificar arte y artesanía, frente al subrayado de la separación de ambas por parte de
Collingwood, su intento de disolución por Dewey y el intento de trascenderla por
Benjamin). Shiner constata cómo la práctica de los últimos 30 años ha estado
comprometida con reintegrar el arte con la vida, siguindo ese proceso de asimilación y
resistencia, a través del redescubrimiento del arte primitivo (en el que no
existe división entre arte y artesanía), el movimiento artesanía como arte,
el problema que se plantea la arquitectura actual entre funcionalidad y estética, la
fotografía (ampliamente aceptada como arte desde 1940), el problema de la literatura y su
presunta muerte, el arte de masas, la reconciliación de arte y vida en las
obras de determinados artistas (hasta el punto de su disolución como actividad
distintiva), el arte público. Finalmente, Shiner se pregunta si esas asimilaciones
masivas que se producen sobre todo a partir de la década de 1960 no estarán dando lugar
a un tercer sistema de las artes.
Reitero lo dicho al principio: una obra imprescindible, por lo que hay
que agradecer a Paidós su pronta traducción y a los traductores su buena labor.
Sixto
J. Castro