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Escribir es un acto de amor. Si no lo es, no es más
que escritura. JEAN COCTEAU
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Desarrollo
programa
BIBLIOGRAFÍA
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SEPTIMA SEMANA (17 nov.)
Comentario de Textos Tema VII: . Géneros literarios y su comentario. El poema. El relato. El texto político. El artículo periodístico. El texto dramático.
BIBLIOGRAFÍA para ampliación de los estudiantes): Véase la bibliografía general del tema. No obstante, si lo deseas, puedes acudir a las monografías que puntualmente, para cada tema, se citan en el desarrollo del programa.
1. DISCURSO PARLAMENTARIO, ESPAÑA, SIGLO XX
Discurso de investidura de José María Aznar como presidente del Gobierno, pronunciado el 25 de abril de 2000 (fragmento)
Señora Presidenta, señoras y señores diputados:
Comparezco hoy ante la Cámara con objeto de solicitar su confianza para formar Gobierno, conforme a lo dispuesto en el artículo 99 de la Constitución. El pasado 12 de marzo los españoles han tenido de nuevo en sus manos todo el poder para decidir. Votaron en libertad después de conocer los programas con los que las diferentes candidaturas concurrieron a las urnas. Nada hay de extraordinario en ello en una democracia consolidada como la nuestra, pero no creo que esté de más ponerlo de relieve. La historia contemporánea de nuestro país no ha sido, por desgracia, ni fácil ni pacífica. Sin embargo, a la altura del cambio de siglo, España tiene un régimen de libertades políticas arraigado y firme. Es a este régimen democrático, el de la Constitución de 1978, al que debemos nuestra libertad, nuestra libertad, nuestra prosperidad y nuestra convivencia. Y ése es un mérito de todos los españoles. Toda elección es una victoria de la democracia y esta vez lo ha sido muy especialmente en el País Vasco. Quienes durante tanto tiempo han despreciado los derechos y las libertades individuales en esta ocasión han querido silenciar la voz de los ciudadanos. Han fracasado. En el País Vasco los ciudadanos han acudido a votar como en cualquier otro lugar de España. Ha sido un comportamiento profundamente cívico y democrático que merece el reconocimiento de todos. Hace veintidós años decidimos construir juntos el futuro. La Constitución articuló jurídicamente un modelo de Estado democrático en el que todos cupiéramos, en el que todos pudiéramos desarrollar proyectos políticos diferentes, sin poner por ello en cuestión los fundamentos de nuestra convivencia. La Constitución es el mejor marco para ordenar en paz y en libertad la convivencia de los españoles. La idea de España que queremos seguir compartiendo con las demás fuerzas políticas es, precisamente, la que expresa la Constitución. Pocas veces una sociedad ha tenido la ocasión de ver en tan poco tiempo los frutos de un acierto colectivo. En poco más de una generación el panorama de nuestro país ha cambiado sustancialmente. Los españoles hemos podido desplegar nuestras energías para impulsar el progreso de nuestra sociedad. Sin embargo, el terrorismo ha pretendido quebrar las bases de nuestra convivencia y de la concordia alcanzada con tanto esfuerzo. Con sus acciones criminales ha causado un grave daño a la sociedad española en su conjunto y, muy en particular, un enorme sufrimiento a las víctimas inmediatas de sus atentados. A todas las víctimas quiero rendir tributo de honor, como lo hizo el pueblo español en la pasada legislatura mediante la Ley aprobada por unanimidad de ambas Cámaras.
[Palabras omitidas relativas al problema terrorista.]
Quiero ser muy claro: nuestro único enemigo es el terrorismo y su desafio permanente a los derechos fundamentales y a las libertades individuales. Y con la misma claridad quiero reafirmar el compromiso del Gobierno con los valores y los principios en que se fundamenta la vertebración constitucional de España como Nación plural. […] La pujante realidad de la sociedad española, nuestra historia reciente y la existencia de un mundo más abierto que nunca hacen que podamos y debamos plantearnos unos objetivos ambiciosos para esta legislatura. Son los que propuse a los ciudadanos durante la campaña electoral y la base del programa de Gobierno para el que solicito la aprobación de esta Cámara:
‑Es el momento de trabajar para acercarnos al pleno empleo. ‑Es el momento de invertir en educación, innovación, comunicaciones, cultura y medio ambiente para construir el futuro. ‑Es el momento de promover el bienestar de los españoles y la igualdad de oportunidades en una sociedad más solidaria. ‑Es el momento de conseguir una Administración moderna, adaptada a un Estado de las Autonomías dotado de un modelo de financiación renovado. ‑Es el momento de fortalecer la proyección internacional de España para ser más protagonistas en un mundo abierto.
Señorías: Quiero alcanzar estos objetivos con un proyecto político de centro reformista, que pretendo impulsar mediante el diálogo. El pasado 12 de marzo los españoles eligieron mayoritariamente una opción política de centro. Se trata de un proyecto que persigue expandir las libertades en todos los ámbitos; que defiende la iniciativa individual y el protagonismo de la sociedad; que trabaja por una sociedad integrada y solidaria; que es consciente de que no hay mejor política social que aquella que alienta la creación de empleo. [NÚCLEO DE LA INTERVENCIÓN: palabras omitidas relativas al programa de reformas.] Estoy convencido, señoras y señores diputados, de que en torno a estos cinco ejes que acabo de exponerles ‑educación, innovación, comunicaciones, medio ambiente y cultura‑ España debe construir su futuro. Si la Cámara me otorga su confianza, el Gobierno se sentirá firmemente comprometido a impulsar todas las políticas necesarias para la consecución de los objetivos que serán determinantes para el progreso de nuestra sociedad. [Palabras omitidas relativas a la presencia internacional de España.]
Señora Presidenta, señorías:
Cada español cuenta hoy con oportunidades que hace una generación eran difíciles de imaginar. Confiamos en la capacidad de la sociedad para alcanzar estas metas. Quienes desempeñamos responsabilidades en las instituciones democráticas no podemos defraudar sus expectativas. Acabo de exponer los puntos fundamentales del programa de Gobierno para el que solicito la confianza de Sus Señorías; un programa de reformas para alcanzar el pleno empleo, para mejorar el funcionamiento de nuestras instituciones, para mejorar sustancialmente nuestro bienestar, para que nuestro papel en la comunidad internacional sea más activo y definido. Un programa para toda la legislatura, que deseamos promover a partir del diálogo y la colaboración con los grupos presentes en la Cámara. Aquí están representados los consensos básicos de nuestra sociedad, aquí está presente el pluralismo político nuestra sociedad. Hace apenas un mes los electores han renovado ampliamente su confianza en el proyecto político representado por el Partido Popular. Comienza una nueva etapa política. No les he presentado un programa conformista ni meramente continuador de lo ya realizado. El nuestro es un proyecto ambicioso, serio y coherente que permitirá a España entrar con normalidad y buenas oportunidades en el siglo que comienza. Estoy convencido de ello; estoy convencido de que es mucho lo que tenemos por hacer y de que somos capaces de conseguirlo.
Señora Presidenta, señoras y señores diputados, para ello solicito la confianza de la Cámara.
Muchas gracias. 2. Carta a Spinoza FERNANDO SAVATER
Mi muy querido Baruch: De todo lo que sé acerca de tu vida admirable -admirable por su luminosa limpidez sin estrépito, por su coraje racional, por su brevedad fecunda, por su honradez- hay una anécdota que me emociona particularmente. Son sólo unas pocas palabras tuyas, que no están en tus obras publicadas, ni en las póstumas, ni en tu correspondencia, y que nos llegan conservadas por el testimonio de una boca innoble. El 9 de agosto de 1669, el capitán Miguel Pérez de Maltranilla, recién vuelto de los Países Bajos, hizo una declaración ante el tribunal de la Inquisición de Madrid contra el doctor Juan de Prado y sus discípulos, a quienes había conocido durante su estancia en Amsterdam. Atestiguó que dicho doctor negaba la inmortalidad del alma y nos asemejaba a las bestias. Entre sus secuaces se hallaba "un mozo de buen cuerpo, delgado, cabello largo negro, poco bigote del mismo color, de buen rostro, de treinta y tres años de edad, llamado Spinosa". A este joven no le atribuye el delator Maltranilla ninguna proposición herética, sino que admite "no saber otra cosa más que haberle oído decir a él mismo que nunca había visto España y tenía deseo de verla". Querías volver a Sefarad, hermano Baruch. La concatenación de los efectos y las causas que tejen la faz del mundo te lo impidieron y ciertamente fue mejor así. Sin duda resultaba preferible para ti entonces la Sefarad soñada y añorada que la real, en la que hubieras tenido un mal encuentro con tipejos como Maltranilla y los torvos inquisidores a los que servía. Ahora yo te escribo desde Sefarad a despecho de los siglos que nos separan, sub specie aeternitatis, como si fuera posible -y de un modo misterioso creo que lo es- que tú vuelvas por fin a Sefarad, que yo te acompañe y te muestre los lugares que aquí amo, que seamos definitivamente amigos. Pero aunque representase un gran placer y un indudable honor tenerte como huésped hoy en Sefarad, yo creo que donde sin duda resultaría más útil tu presencia es precisamente en Israel. ¡Qué buen ciudadano judío tú en el Israel actual, Baruch Spinoza, qué necesaria imagen de la ciudadanía deseable sabrías proponer a tus compatriotas y proponernos a todos para el siglo XXI como lo hiciste ya en el XVII! Porque en un mundo de fanatismos exasperados y de supersticiones indignamente consagradas con el nombre de religiones, estoy seguro de que volverías a impartir tu imprescindible lección de cordura. Nos explicarías otra vez que la función del Estado es garantizar la libertad y el bienestar en esta vida de sus miembros, no obligarlos a la santidad en la forma caprichosa que determinan unos cuantos clérigos. Nos recordarías que cualquier comunidad humana tiene indudable derecho a buscar su seguridad, pero que nada consolida mejor la seguridad pública que conseguir la amistad de los vecinos o los rivales que pueden amenazarla. Quizá volvieses a decirnos, como en tu Tratado político, que "para hacer la guerra, basta tener la voluntad de hacerla. Sobre la paz, en cambio, nada puede decidirse sin el asentimiento de la voluntad de la otra sociedad. De donde se sigue que el derecho de guerra es propio de cada una de las sociedades, mientras que el derecho de paz no es propio de una sola sociedad, sino de dos al menos que, precisamente por eso, se llaman aliadas" (capítulo III, 13). Y que esa voluntad de paz del otro debe ser conseguida sin duda por medio de la firmeza racional, porque no vivimos como ángeles en un mundo demoniaco, pero también comprendiendo los intereses opuestos e intentando respetarlos en la medida en que tal respeto será el mejor modo de consolidar los propios. En este turbulento fin de siglo (malo, como todos: no hay siglos buenos...), la lección que podemos obtener de tus libros es la más urgente. Porque tú, Baruch, enseñaste que la única y verdadera religión es la que establece como dogma principal que estamos hechos para nuestros semejantes, no para la veneración de la Tierra o la gloria de los Cielos. Y que los humanos, estemos donde estemos, sea en nuestro país nativo o en la ciudad conquistada o en el exilio, siempre pisamos suelo extranjero: es decir, siempre tendremos que ser huéspedes los unos de los otros. Las grandes pautas de la ética han coincidido siempre con las leyes de la hospitalidad, y no hay auténtica impiedad más que en el propietario que hinca los talones en el polvo y deja a la intemperie al forastero -y, por tanto, hermano, semejante- que llama a su puerta. De esa condición esencialmente hospitalaria de la ética no supersticiosa puede saber más que nadie el pueblo judío, por los avatares de su destierro. Hasta tal punto que un escritor de mi siglo, Cioran, señalando que la radical extranjería es la que nos hace humanos, ha escrito que los judíos lo son doblemente: por hombres y por judíos. Pero lo cierto es que, judíos o no judíos, cuantos queramos ser ciudadanos del nuevo siglo y no bárbaros tendremos que recordar esta moral básica. Querido Baruch, Sefarad ya no está en Sefarad. Quizá tristemente debamos asumir que la Sefarad que tú anhelabas conocer nunca fue la Sefarad histórica, la cual también incurrió en la barbarie y la exclusión. Pero la otra, la Sefarad en la que todos son extranjeros y por tanto semejantes, la Sefarad hospitalaria en la que nadie es apartado o perseguido, la Sefarad sin dogmas para excluir ni banderas para enfrentar, ésa también yo quisiera verla alguna vez. Ayúdame para que la busquemos juntos. 3. La antesala de la barbarie JAVIER PÉREZ ROYO
Que el obispo Setién escriba que "no es conforme a la verdad pretender invalidar la afirmación de derechos colectivos de los pueblos diciendo que son solamente las personas individuales las auténticas portadoras de los derechos", me da exactamente igual. Hace tiempo que dejé de preocuparme por lo que el obispo Setién dice o deja de decir. Lo que no me da igual es que Fernando Savater (Decisión en el ámbito vasco, EL PAÍS del 6 de diciembre) apostille dichas palabras de la siguiente manera: "Nadie dice que sólo las personas individuales sean auténticas portadoras de derechos, sino que sólo las personas individuales son auténticas portadoras de derechos humanos y que tales derechos son más básicos que los derechos colectivos". Creo saber qué es lo que Fernando Savater ha querido decir y, si es así, estoy de acuerdo con él. Pero lo que realmente ha dicho es un disparate. Por eso me he decidido a escribir este artículo. La confusión sobre la titularidad de los derechos empieza a ser alarmante. Sobre todo porque es una cuestión decisiva para la organización pacífica de la convivencia siempre y en particular cuando existen tensiones nacionalistas. Los sujetos de una relación jurídica sólo pueden ser los individuos. La individualidad de los sujetos es condición necesaria de toda relación jurídica. No es condición suficiente, porque el derecho no exige solamente relaciones entre individuos, sino relaciones entre individuos que tienen y se reconocen recíprocamente voluntad propia. Lo determinante para calificar a una relación como jurídica no son las personas físicas que se relacionan, sino las voluntades de las que dichas personas son portadoras. La relación entre el amo y el esclavo es una relación entre dos seres humanos, pero no es una relación jurídica. Para que exista una relación jurídica es necesario que exista un acuerdo de voluntades. Por eso la inmensa mayoría de los seres humanos durante la mayor parte de la presencia humana en el planeta no han sido sujetos de relaciones jurídicas. Y por eso, también, hablar de derechos humanos carece de sentido. El derecho no puede ser nada más que humano, porque empieza y termina con la voluntad, es decir, con aquello que distingue a los seres humanos de los demás individuos del reino animal. Justamente porque la voluntad es lo determinante, es por lo que los derechos colectivos no pueden existir. La voluntad colectiva no existe ni puede existir. La voluntad es patrimonio exclusivo del individuo. Y no hay manera de pasar de la voluntad o, mejor dicho, de las voluntades individuales a la voluntad colectiva. Es verdad que no solamente las personas físicas son sujetos de las relaciones jurídicas. También lo son las personas jurídicas, es decir, los entes que creamos los seres humanos en el ejercicio de nuestros derechos individuales, con la finalidad de superar las limitaciones que nuestra individualidad física nos impone. Pero, desde el punto de vista de la relación jurídica, la persona jurídica es tan individuo como la persona física. La persona jurídica, exactamente igual que la persona física, es portadora de una voluntad individual. Se trata de una voluntad individual que puede ser manifestada por un órgano unipersonal o por un órgano colegiado y que, en consecuencia, se constituye individual o colegiadamente. Pero se constituya de una o de otra manera, la voluntad es siempre individual y nunca colectiva. Se trata, además, de una voluntad que puede afectar a una inmensa multitud de personas de manera prácticamente idéntica. Pero ello no convierte a dicha voluntad en colectiva ni a los afectados por ella en titulares colectivos de ningún derecho. En esa radical individualidad de los sujetos de la relación jurídica descansa el ordenamiento jurídico de todos los Estados democráticos sin excepción. Sin esa premisa, la convivencia democrática no es técnicamente organizable. Admitir la titularidad colectiva de los derechos supone sencillamente la negación de nuestro sistema de convivencia. Ésta es una regla que no admite excepción. La única desviación, que no excepción, que los ordenamientos democráticos admiten son los convenios colectivos que regulan las relaciones entre empresarios y trabajadores. Y la admiten previa intervención del legislador. Los convenios colectivos, precisamente por su carácter colectivo, no pueden incorporarse al ordenamiento jurídico como consecuencia única y exclusivamente de la autonomía de la voluntad de las partes, sino que exigen la participación del representante democráticamente elegido de toda la sociedad. Los contratos se perfeccionan por el consentimiento y el consentimiento solamente puede ser individual. No hay consentimiento colectivo. De ahí que la fuerza vinculante del convenio colectivo no provenga de la manifestación de voluntad de las partes, sino de la voluntad del legislador. La voluntad de los representantes de los empresarios y trabajadores que han pactado el convenio colectivo no puede sustituir el consentimiento individualizado de cada empresario y trabajador. Jurídicamente, esto sólo puede hacerlo la ley, la voluntad general. Y además, ni los empresarios ni los trabajadores se convierten en titulares colectivos de derechos como consecuencia de la firma de un convenio. Continúan siendo titulares estrictamente individuales de derechos. Por eso digo que es una desviación, pero no una excepción al principio de la individualidad de los sujetos de la relación jurídica. Dicho en pocas palabras: si no hay voluntades individuales recíprocamente reconocidas como tales, no hay derecho. Y a la inversa: si hay voluntades individuales, no puede no haber derecho. De ahí que las relaciones jurídicas hayan sido excepcionales en la historia de la convivencia humana antes de la imposición del Estado constitucional y se hayan convertido, por el contrario, en la forma general de manifestación de las relaciones entre los seres humanos desde entonces. La sociedad en la que vivimos es una cadena ininterrumpida de relaciones jurídicas. Por eso, cuando Michelet se interroga en el prólogo a la primera edición de su Histoire de la Revolution Francaise sobre cuál es la aportación de la Revolución a la historia de la Humanidad, conteste sin dudar que el Derecho. Y es así, porque en el Estado constitucional todos los individuos somos portadores de voluntad propia y, en consecuencia, únicamente podemos relacionarnos jurídicamente. Y lo somos porque todos participamos por igual en la formación de la voluntad general. El punto de referencia de las voluntades individuales, indispensable para que el derecho exista como categoría general, no es la voluntad colectiva, sino la voluntad general. Por eso Rousseau es Rousseau. Sin la voluntad general, las voluntades individuales pueden existir de manera excepcional, pero no de forma general. La voluntad general es simultáneamente el presupuesto y el resultado de las voluntades individuales. Es el presupuesto, porque somos ciudadanos, es decir, personas titulares de derechos en condiciones de igualdad, única y exclusivamente en la medida en que participamos por igual en la formación de la voluntad general. Es el único momento en la vida del ser humano en el que todos los individuos somos exactamente iguales. En el proceso de formación de la voluntad general se produce la cancelación de nuestra individualidad. Todos, sin excepción, nos transformamos en fracciones anónimas de un cuerpo electoral único que pronuncia la voluntad general. Pero la voluntad general es también el resultado de las voluntades individuales. La voluntad general, a diferencia de la voluntad colectiva, no sólo no suprime sino que exige las voluntades individuales. La voluntad general posibilita que todos los individuos sean ciudadanos y que tengan, por tanto, voluntad propia. Y se constituye y reconstituye periódicamente en un proceso que, en principio, no tiene fin a través de las manifestaciones de voluntad individuales de los ciudadanos en condiciones de estricta igualdad. Por eso es una voluntad jurídicamente organizable y racionalmente controlable. Sin la pareja voluntad general / voluntades individuales, el sistema político y el ordenamiento jurídico de la democracia no son intelectualmente pensables ni técnicamente organizables. Esto es lo que está detrás de la prédica de los derechos colectivos. Cuando se habla de derechos colectivos, no se está hablando de derechos. Se está hablando de la constitución de una voluntad general exclusivamente vasca que sea el punto de referencia de las voluntades individuales de los ciudadanos que viven en el País Vasco. Esto es lo que significa el "ámbito vasco de decisión". Comporta, en consecuencia, la negación, para los vascos, de la voluntad general constituida por el pueblo español. Esta pretensión es en sí misma perfectamente legítima. Reclamar una voluntad general vasca independiente de la voluntad general española es legítimo. De la misma manera que lo han pretendido y pueden pretenderlo los independentistas de Quebec. Lo que resulta perverso es su reivindicación a través de los derechos colectivos. Pues los derechos colectivos no pueden conducir nunca a la voluntad general sino a todo lo contrario. Suponen la negación de la voluntad general y, por tanto, de las voluntades individuales. La voluntad colectiva del pueblo, a diferencia de la voluntad general, se constituye de una manera mística, no racionalmente controlable. Y se constituye además negando radicalmente la posición de aquellos a quienes no se considera que integra el colectivo, el pueblo, cuyos derechos están siendo reivindicados. Es la solución serbia, croata, ejemplificada de manera especialmente significativa en Bosnia-Herzegovina. Este tipo de solución es el que está empezando a prefigurarse con el Pacto de Lizarra, con la formación exclusivamente nacionalista del Gobierno vasco y con el proyecto de la Asamblea de Municipios para después de las próximas elecciones municipales. La democracia es una organización de individuos, de ciudadanos y no de los entes territoriales en que éstos se integran. Solamente la voluntad que se constituye a partir de las manifestaciones de las voluntades individuales en condiciones de estricta igualdad puede ser considerada democrática. La sustitución de una voluntad constituida de esta manera por una voluntad territorial no es una pretensión democrática, sino todo lo contrario. Esto, insisto, es lo que está detrás de los derechos colectivos. Por eso creo que la confusión sobre la titularidad de los derechos es alarmante. Los derechos colectivos, jurídicamente, son un disparate. Políticamente, son la antesala de la barbarie. Javier Pérez Royo
4. Fantasía y realidad
Hay gente completamente inofensiva que se pasa el día imaginando asesinatos. No es malo. A mí no me duele que piensen en matarme, sino que me maten. Y es que todo se puede pensar, pero no todo se puede hacer. Esa línea que marca la frontera entre la idea y la realidad es también la que separa a los locos de los cuerdos. Cuando uno cree que no existe distinción alguna entre imaginar un secuestro y llevarlo a cabo, es que uno está hecho polvo y debe acudir cuanto antes a un servicio de salud mental para que le ayuden a restablecer los límites entre una cosa y otra. A mí me gusta mucho el ejercicio retórico de confundir la ficción con la realidad, para jugar a no saber si estoy en este lado o en aquel. Pero se trata, ya digo, de un ejercicio retórico, así que procuro tener siempre un pie en la Tierra para no acabar en la cárcel, sobre todo porque las cárceles suelen ser muy reales y no me gusta pasar mucho tiempo seguido en la realidad. Digo todo esto a propósito de algunas noticias que van apareciendo sobre Internet. Hace poco, por ejemplo, leíamos que un hombre de Nueva Jersey había denunciado a su esposa por mantener una apasionada relación informática con un señor de Carolina del Norte. Entre un sitio y otro hay más de 700 kilómetros de distancia, así que los "amantes" no se habían visto nunca, pero el marido descubrió en el correo electrónico del ordenador doméstico una correspondencia erótica y aquello le pareció un adulterio en toda regla. Quizá lo fuera, pero yo me inclino a pensar que se trataba de una relación imaginaria. Si los maridos y las esposas tuvieran acceso a los registros cerebrales de sus cónyuges del mismo modo que al correo electrónico de un PC, habría millones de denuncias de ese tipo cada día. El problema de las cosas imaginarias es que aparezcan fuera de la cabeza. Quizá Internet sea una especie de tierra de nadie, es decir, una geografía situada entre el territorio de la imaginación y el de la realidad, de manera que puede sufrir invasiones de los ejércitos de ambas partes. En cualquier caso, urge darle una definición para que sepamos cuanto antes qué cosas podemos hacer en esa red y cuáles no. No me gustaría terminar en una cárcel de la realidad por culpa de un ejército imaginario. J. J. Millás
PEQUEÑAS CUESTIONES SURGIDAS EN CLASE
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