Gregorio Cabello Porras, Ensayos sobre tradición clásica y petrarquismo en el Siglo de Oro, Almería, Universidad de Almería, 1995.

 

1 sobre la configuración del cancionero petrarquista en el siglo de oro (la serie de amarilis en medrano y la serie de lisi en quevedo)

 

“La voluntad de poetizar un decurso vivencial amoroso a modo de diario, latente en la composición del Canzionere de Petrarca, se proyecta y convierte en determinante de una dilatada tradición de cancioneros petrarquistas: los poetas aspirarán a recoger poesías dispersas (los rerum vulgarium fragmenta de Petrarca), que giran en torno al eje amoroso, y desde una perspectiva biográfica, e intentarán dotar a su discurso poético de una estructura enla que se engarcen los diversos poemas bajo una unidad de significado ejemplar que proporcionaban en el Canzoniere el soneto prohemio y la canción final.”

Tradicionalmente, la crítica ha prestado exclusiva atención –y por tanto, reduccionista- a los préstamos textuales, sin atender a la distancia, funcionalidad y significado que adquieren en estructuras poéticas diferentes. Esto impide comprender la lógica interna de la expresión petrarquista en cada una de ellas y –tomando las palabras de J. Lara Garrido- el carácter de acercamiento y distorsión que tal lógica conlleva respecto a la esencialidad de Petrarca.

Cabello Porras estudia cómo, en la serie poemática que Francisco Medrano escribe en honor de Amarilis y la que Quevedo dedica a Lisi, “las tensiones intratextuales que se encontraban en la base de las rime de Petrarca, generadas en su conflicto anímico interior, serán resueltas en una relación interior esencialmente distinta. Recordemos previamente cómo se constituía la tensión en Petrarca, encuadrada en torno a dos ejes:

1)      La relación dialéctica entre el soneto prólogo y la canción final, tendente a conformar una unidad de sentido ejemplarizante que se superpone y proporciona un significado alegórico al resto de los poemas.

2)      La tensión entre este exemplum unificador y la variedad temática desarrollada a lo largo del Canzoniere a modo de fragmenta, disgregando en cierta forma la unidad pretendida e impulsando la obra hacia un desequilibrio estructural acorde con la confusa contradicción inherente a un sentimiento de amor irrealizado. En estos poemas queda afirmada la perennidad del amor humano frente a la retractatio de la canción final.[1]

 

Simplificando mucho las palabras de Cabello Porras, atribuye esta estructura a los cancioneros “de tipo manierista” –siguiendo las ideas de E. Orozco-, que se separan del modelo original en su tendencia a la dispersión frente a la acción unificadora de la palinodia final, que este exemplum permanece como un elemento impuesto a la obra desde un nivel extratextual. La variedad de temas (poemas de amor, poema heroicos –en el caso de herrera-)[2].

Frente a esta estructura de “tipo manierista”, arguye que los modelos de cancionero barroco se caracterizarían por resolver equilibradamente la tensión entre los fragmenta y el exemplum. El contenido monitorio de éste actúa en un sentido integrador, apartado de toda superposición artificial y forzada al texto. Ni Medrano ni Quevedo [ni Lope, a mi parecer] pueden ser aducidos como ejemplos de esta sistematización de paradigmas de cancionero.

 

la serie de amarilis de francisco de medrano

 

“Un análisis de cada uno de estos poemas, especialmente de los sonetos, nos permitirá trazar las líneas que podrían definir un estatuto de “microcancionero” petrarquista para esta serie de Amarilis [...]”

El soneto I, que funciona como soneto prólogo, aspira a crear un ductus unitario en conexión con la palinodia final. Prefigura la dináminca sobre la que se desarrollan las rimas de Medrano, que pueden ser consideradas como una amplificatio de lo expuesto en el soneto prólgo.

“La imagen del niño a quien, mediante el engaño, se le administra una medicina que lo cura, hábilmente enlazada con la doctrina poética del enseñar deleitando, sustituye en Medrano al motivo central que solía prestar una armazón plástica recurrente a los sonetos prólogo, el del peregrino de amor, como personificación alegórica del poeta enamorado que irá dando señales de su caminar a los hombres para que estos eviten la senda equivocada que él siguió.[3] Ambos símiles conducen a idéntica meta: la retractatio y el desengaño de la realidad terrenal. Pero en Medrano la intencionalidad didáctica ocupa un plano mucho más evidente, pues el poema se convierte en una reflexión sobre la utilidad de sus propios versos, y no en un examen introspectivo del camino de amor, donde el poeta se duele de sus faltas y avisa a los ciegos caminantes.

La sucesión de fragmenta en los que se proyecta el soneto prólogo constituirá este “engaño medicinal” que se nos anuncia aquí y que adquiere su significado totalizador en contacto con la palinodia final, el soneto LIV, que lleva el epígrafe “A Dios nuestro señor”, un poema de arrepentimiento y de entrega a Dios, aunque aún no esté completamente apagada la lucha entre la razón y la voluntad en la que se debate el poeta:

 

si con lengua libertad te pido,

y el corazón se goza en la cadena.

                            (Soneto LIV, 3-4)

 

La tensión psicológica del mundo interior del poeta se decanta en anhelo de paz espiritual. El poeta pide ser arrancado del infierno terrenal, aun en su contra.”

[...] “La serie de Amarilis supone un avance considerable hacia la constitución del cancionero petrarquista como cancionero barroco, al poder dotarse de un exemplum esencializador de su contenido total y tejer un progresivo y argumentado caminar hacia aquél por medio de bloques poemáticos que se agruparían en torno a tres ejes: a) exaltación del amor y de la amada; b) dificultades en el amor: celos; c) ausencia. Estos ejes estarían contenidos en cada uno de los bloques o seriaciones poemáticas que conforman la serie, tres en total. [...] La vía abierta hacia la retractatio por el soneto prohemio fluye a través de los bloques poéticos no de una forma lineal, sino alternando en el interior de éstos un movimiento de ascenso y exaltación con un estado final de desfallecimiento y tristeza.”

Cabello Porras analiza cada una de las tres series y sus ejes temáticos.

 

la serie de lisi

 

Es un “perfecto modelo de descomposición y disolución del cancionero petrarquista”. “No existe ningún intento de resolver las tensiones internas que hallábamos en la base compositiva del Canzionere de Petrarca y en la tradición que éste inaugura. Menos aun se aspira a integrar los poemas amatorios bajo una recusación de desengaño [...]”.

“En Quevedo confluyen un conjunto de factores de orden vivencial, poético y filosófico que contribuyen a arrancarlo –en palabras de D. Alonso- “de todo psicologismo petrarquista, lo mismo que le arrancan de todods los formalismos postrenacentistas”. En este punto tienen cabida desde su vital y desgarrado mundo afectivo interior, en contraste con un convencionalismo barroco que no deja de asimilar a sus obras, hasta el escepticismo relativista que analiza A. Castro. Y, sobre todo, su esencial neosticismo, y las relaciones con la escuela sofística.

Estos factores se ordenan en el proceso de destrucción estructural del cancionero, sometodo en la serie de Lisis a una sucesión de movimientos completamente opuestos y contradictorios, dinámica que impide toda solución unificadora:

1.      Existe un tipo de soneto prólogo que aspira en su contenido a completar el exemplum en convergencia conla palinodia final. Esta, en cambio, no aparece, y se ve sustituida por composiciones que suponen la más radical afirmación de la eternidad del sentimiento del amor, incluso enfrentándose a la muere.

2.      Dentro de esas composiciones reivindicadoras de la eternidad para el amor se contemplan dos órbitas totalmente contradictorias entre sí: la de carácter neoplatónico y la que involucra al cuerpo en elansia de salvación contra la destrucción de la muerte. [...]

3.      En el interior de los fragmenta no hallamos esa progresión estructural hacia la retractatio que veíamos apuntada en Medrano. Sí que aparente ser, en cambio, una auténtica recolección de poemas, agrupados en torno a ejes temáticos tópicos existentes ya en Petrarca. Cada bloque temático contiene la dinámica contradictoria propia de Quevedo, puesto que las diferentes imágenes son enfrentadas, por una parte, bajo un prisma iconográfico lexicalizado, dada la configuración tan convencional y automatizada que había alcanzado la poesía amatoria pospetrarquista; y, por otra parte, bajo una óptica totalmente personal, destructora de convenciones, iconoclasta respecto a las formas renacentistas. Como podemos comprobar, en Quevedo coexisten los “deliberados ejercicios de petrarquismo” a los que se refiere J. L. Borges, y la “carga de afectividad que de repente se acumula y rompe un mundo tradicional de valores estéticos” (Mª del Pilar Palomo).

 

La estructura de la serie a Lisi se separa de la tradicional estructura de cancionero pretarquista en los siguientes aspectos (resumidos):

 

1.      El soneto “Cargado voy de mí: veo delante” (478) es el que más claramente se nos presenta con un carácter prohemial. Una de sus características es que nos acerca al pentersi y a los giovenile errore de Petraca, lo que lleva a convertit su reflexión en lección permanente para futuros peregrinos de amor.[4] Sin embargo, la esperada palinodia final no aparece, impidiendo la constitución del exemplum y afectando así al soneto prólogo, pues su funcionalidad estructural queda resquebrajada.

2.      [...] Al desarrollo poetizado de una historia de amor, base del cancionero, Quevedo ha superspuesto el que es su conflicto vivencial por esencia: el ansia de sobrevivirse, de eternizarse en pasión amorosa. Si Petrarca podía resignarse a la desapariciçon necesaria del sentimiento, “Quevedo, en un ansia de sobrevivir, típicamente agónica, opone su hipérbolica rebeldía barroca: polvo seré, mas polvo enamorado.”.[5] Con ello se destruye la posibilidad de una retractatio y se afirma uno de los términos de la originaria tensión petrarquista: la perennidad del amor humano.

     Pero esta posición se fragmenta en dos vertientes contradictorias entre sí. Por una parte, la arraigada en la doctrina neoplatónica, basada en el eje que separa un presente caótico, que se manifiesta en la imagen del cuerpo como prisión del alma, de la idea de la armonía del ayer y del futuro en tanto que el alma estuvo y estará liberada de los sentidos. El elemento material, el cuerpo, es sólo un imperativo necesario para ascender a lo espiritual y alcanzar un estado de eternidad en amor (vid. soneto nº 457, 471, 458).

     En abierta contradicción con este neoplatonismo Quevedo tematiza otra vía para la inmortalidad del amor, que transforma y trasciende la anterior: el cuerpo es reclamado para sobrevivir más allá del tiempo que abre la muerte (vid. soneto nº 472, 473 y 475).

 

3.      Esta dinámica de contrarios se encuentra también en el interior de la serie poemática:

3.1.            el soneto 498 presenta la figura del dios Amor con un tratamiento enmarcado en la tradición clásica. Sin embargo, en los sonetos 468, 491 y 506, encontramos degradada esta figura mitológica.

3.2.            La belleza de Lisi es descrita de modo arquetípico en los sonetos 443, 455, 464, y, enmarcada en nimias realidades exteriores que contribuyen a mostrar una Lisi más cercana, en los sonetos 477, 493, 494 y 495. Pero también la belleza de Lisi se ve turbada y empañada en su pureza por la intromisión de imágenes que derrocan esa armonía, dotando a la dama y sus atributos de cierta distorsión hiperbólica en el sentimiento, en los sonetos 465, 501.

3.3.            El tema del silencio obligatorio del amante reproduce igualmente el sistema de oposiciones que venimos describiendo, pues Quevedo establece un elemento de desajuste retórico en un tópico tan formalizado como el del secreto (soneto nº 448, donde este motivo, tras ser sometido a un juego de contrarios, deviene de sufrimiento en delicia, de separación en unión; nº 451)

 

El sufrimiento de amor se define bajo perspectivas puramente tópicas en algunos sonetos como el nº 444, 459, 462. En cambio, en otros como el 452, 469, 497, vemos ese “desgarrón afectivo” con que Dámaso Alonso[6] esencializa la poesía de Quevedo: dolor hiperbólico y extremado que genera lamentos y llantos capaces de ensordecer a las montañas.

 

 

2 del paradigma clásico a una apertura significacional en el motivo de las ruinas a través de la poesia de fernando de herrera (pp. 39-63)

 

3 la mariposa en cenizas desatada: una imagen petrarquista en la lírica áurea o el drama espiritual que se combate dentro de sí

 

PARTE II. TRADICIÓN CLÁSICA Y ACCIÓN DRAMÁTICA EN CÓMO HAN DE SER LOS AMIGOS DE TIRSO DE MOLINA

 

 



[1] Para este análisis, Cabello Porras ha tenido en cuenta a A. Prieto, “Con un soneto de Lope”, en Ensayo Semiológico de sistemas literarios”, Barcelona, Planeta, 1976, pp. 259-292.

[2] Cabello Porras no se refiere en ningún momento a Lope, pero creo que podríamos situar sus Rimas dentro de esta estructura típicamente manierista por su estructura pluritemática.

[3] Para el análisis de la función estructural y significativa de la peregrinatio vitae y la peregrinatio amoris, cf. A. Vilanova, “El peregrino de amor en las Soledades de Góngora”, en Estudios dedicados a Menéndez Pidal III, Madrid, 1952, pp. 421-460; “El peregrino andante en el Persiles de Cervantes”, en Boletín de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, XXII (1949), pp. 97-159 y “Nuevas notas sobre el peregrino de amor”, en Studia hispanica un honorem R. Lapesa I, Madrid, Gredos, 1972, pp. 563-573, [reimpresos en Erasmo y Cervantes, Barcelona, Luman, 1989]

[4] Queda marcada en esta forma la ambivalencia del simbolismo que Avalle Arce, “Introducción” a Lope de Vega, El peregrino en su patria, Madrid, Castalia, 1973, p. 31, encuentra en la conjunción de la peregrinatio vitae y peregrinatio amoris.

[5] Mª del Pilar Palomo, La poesía de la Edad Barroca, p. 133.

[6] “El desgarrón afectivo en la poesía de Quevedo”, Poesía española, pp. 529-618.