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Yo procuro que mis libros
aburran desde su tercera página a los tontos y así ellos y
yo nos desengañamos mutuamente. Silverio LANZA
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| Desarrollo programa
BIBLIOGRAFÍA
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CUARTA SEMANA
(27 oct.)
La España de Cervantes y el nacimiento del Quijote Tema III: El arte narrativo cervantino: 3. Cervantes y los escritores de su tiempo.
BIBLIOGRAFÍA (para ampliación
de los estudiantes): (Q, I, 11) De lo que le sucedió a don Quijote con unos cabreros Fue
recogido de los cabreros con buen ánimo; y habiendo Sancho, lo mejor que
pudo, acomodado a Rocinante y a su jumento, se fue tras el olor que despedían
de sí ciertos tasajos de cabra que hirviendo al fuego en un caldero
estaban; y, aunque él quisiera en aquel mesmo punto ver si estaban en sazón
de trasladarlos del caldero al estómago, lo dejó de hacer, porque los
cabreros los quitaron del fuego, y, tendiendo por el suelo unas pieles de
ovejas, aderezaron con mucha priesa su rústica mesa y convidaron a los
dos, con muestras de muy buena voluntad, con lo que tenían. Sentáronse a
la redonda de las pieles seis dellos, que eran los que en la majada había,
habiendo primero con groseras ceremonias
rogado a don Quijote que se sentase sobre un dornajo[1]
que vuelto del revés le pusieron. Sentóse don Quijote, y quedábase
Sancho en pie para servirle la copa, que era hecha de cuerno. Viéndole en
pie su amo, le dijo: -Porque
veas, Sancho, el bien que en sí encierra la andante caballería, y cuán
a pique están los que en cualquiera ministerio della se ejercitan de
venir brevemente a ser honrados y estimados del mundo, quiero que aquí a
mi lado y en compañía desta buena gente te sientes, y que seas una mesma
cosa conmigo[2],
que soy tu amo y natural señor; que comas en mi plato y bebas por donde
yo bebiere; porque de la caballería andante se puede decir lo mesmo que
del amor se dice: que todas las cosas iguala[3]. -¡Gran
merced! -dijo Sancho-; pero sé decir a vuestra merced que, como yo
tuviese bien de comer, tan bien y mejor me lo comería en pie y a mis
solas como sentado a par de un emperador. Y aun, si va a decir verdad,
mucho mejor me sabe lo que como en mi rincón, sin melindres ni respetos,
aunque sea pan y cebolla, que los gallipavos de otras mesas donde me sea
forzoso mascar despacio, beber poco, limpiarme a menudo, no estornudar ni
toser si me viene gana, ni hacer otras cosas que la soledad y la libertad
traen consigo. Ansí que, señor mío, estas honras que vuestra merced
quiere darme por ser ministro y adherente de la caballería andante, como
lo soy siendo escudero de vuestra merced, conviértalas en otras cosas que
me sean de más cómodo y provecho; que éstas, aunque las doy por bien
recebidas, las renuncio para desde aquí al fin del mundo. -Con
todo eso, te has de sentar; porque a quien se humilla, Dios le ensalza[4]. Y,
asiéndole por el brazo, le forzó a que junto dél se sentase. No
entendían los cabreros aquella jerigonza de escuderos y de caballeros
andantes, y no hacían otra cosa que comer y callar, y mirar a sus huéspedes,
que, con mucho donaire y gana, embaulaban tasajo como el puño. Acabado el
servicio de carne, tendieron sobre las zaleas[5]
gran cantidad de bellotas avellanadas, y juntamente pusieron un medio
queso, más duro que si fuera hecho de argamasa. No estaba, en esto,
ocioso el cuerno, porque andaba a la redonda tan a menudo (ya lleno, ya
vacío, como arcaduz de noria) que con facilidad vació un zaque[6]
de dos que estaban de manifiesto. Después que don Quijote hubo bien
satisfecho su estómago, tomó un puño de bellotas[7]
en la mano, y, mirándolas atentamente, soltó la voz a semejantes
razones: -Dichosa
edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de
dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro
tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino
porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo
y mío[8].
Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era
necesario, para alcanzar su ordinario sustento, tomar otro trabajo que
alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les
estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y
corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas
les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles
formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a
cualquiera mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo
trabajo. Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio
que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se
comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más
que para defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz entonces,
todo amistad, todo concordia; aún no se había atrevido la pesada reja
del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra
primera madre, que ella, sin ser forzada, ofrecía, por todas las partes
de su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y
deleitar a los hijos que entonces la poseían. Entonces sí que andaban
las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero, en
trenza y en cabello, sin más vestidos de aquellos que eran menester para
cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que
se cubra; y no eran sus adornos de los que ahora se usan, a quien la púrpura
de Tiro[9]
y la por tantos modos martirizada seda encarecen[10],
sino de algunas hojas verdes de lampazos y yedra entretejidas, con lo que
quizá iban tan pomposas y compuestas como van agora nuestras cortesanas
con las raras y peregrinas invenciones que la curiosidad ociosa les ha
mostrado. Entonces se decoraban los concetos amorosos del alma simple y
sencillamente, del mesmo modo y manera que ella los concebía, sin buscar
artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. No había la fraude, el
engaño ni la malicia mezcládose con la verdad y llaneza. La justicia se
estaba en sus proprios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los
del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y
persiguen. La ley del encaje[11]
aún no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no
había qué juzgar, ni quién fuese juzgado[12].
Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por dondequiera,
sola y señora, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento le
menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y propria voluntad. Y
agora, en estos nuestros detestables siglos, no está segura ninguna,
aunque la oculte y cierre otro nuevo laberinto como el de Creta[13];
porque allí, por los resquicios o por el aire, con el celo de la maldita
solicitud, se les entra la amorosa pestilencia[14]
y les hace dar con todo su recogimiento al traste. Para cuya seguridad,
andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la
orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las
viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos. Desta orden soy
yo, hermanos cabreros, a quien agradezco el gasaje y buen acogimiento que
hacéis a mí y a mi escudero; que, aunque por ley natural[15]
están todos los que viven obligados a favorecer a los caballeros andantes[16],
todavía, por saber que sin saber vosotros esta obligación me acogistes y
regalastes, es razón que, con la voluntad a mí posible, os agradezca la
vuestra. Toda
esta larga arenga -que se pudiera muy bien escusar[17]- dijo nuestro caballero
porque las bellotas que le dieron le trujeron a la memoria la edad dorada
y antojósele hacer aquel inútil razonamiento a los cabreros, que, sin
respondelle palabra, embobados y suspensos, le estuvieron escuchando.
Sancho, asimesmo, callaba y comía bellotas, y visitaba muy a menudo el
segundo zaque, que, porque se enfriase el vino, le tenían colgado de un
alcornoque. Más
tardó en hablar don Quijote que en acabarse la cena; al fin de la cual,
uno de los cabreros dijo: -Para
que con más veras pueda vuestra merced decir, señor caba[lle]ro andante,
que le agasajamos con prompta y buena voluntad, queremos darle solaz y
contento con hacer que cante un compañero nuestro que no tardará mucho
en estar aquí; el cual es un zagal muy entendido y muy enamorado, y que,
sobre todo, sabe leer y escrebir y es músico de un rabel[18],
que no hay más que desear. Apenas
había el cabrero acabado de decir esto, cuando llegó a sus oídos el son
del rabel, y de allí a poco llegó el que le tañía, que era un mozo de
hasta veinte y dos años, de muy buena gracia. Preguntáronle sus compañeros
si había cenado, y, respondiendo que sí, el que había hecho los
ofrecimientos le dijo: -De
esa manera, Antonio, bien podrás hacernos placer de cantar un poco,
porque vea este señor huésped que tenemos quien; también[19]
por los montes y selvas hay quien sepa de música. Hémosle dicho tus
buenas habilidades y deseamos que las muestres y nos saques verdaderos; y
así, te ruego por tu vida que te sientes y cantes el romance de tus
amores que te compuso el beneficiado[20]
tu tío, que en el pueblo ha parecido muy bien. -Que
me place -respondió el mozo.
Y, sin hacerse más de rogar, se sentó en el tronco de una
desmochada encina, y, templando su rabel, de allí a poco, con muy buena
gracia, comenzó a cantar, diciendo desta manera: ANTONIO -Yo sé, Olalla[21],
que me adoras, puesto que no me lo has dicho ni aun con los ojos siquiera, mudas lenguas de amoríos. Porque sé que eres sabida, en que me quieres me afirmo; que nunca fue desdichado amor que fue conocido. Bien es verdad que tal vez, Olalla, me has dado indicio que tienes de bronce el alma y el blanco pecho de risco. Mas allá entre tus reproches y honestísimos desvíos, tal vez la esperanza muestra la orilla de su vestido. Abalánzase al señuelo mi fe, que nunca ha podido, ni menguar por no llamado, ni crecer por escogido[22]. Si el amor es cortesía, de la que tienes colijo que el fin de mis esperanzas ha de ser cual imagino. Y si son servicios parte de hacer un pecho benigno, algunos de los que he hecho fortalecen mi partido. Porque si has mirado en ello, más de una vez habrás visto que me he vestido en los lunes lo que me honraba el domingo. Como el amor y la gala andan un mesmo camino, en todo tiempo a tus ojos quise mostrarme polido. Dejo el bailar por tu causa, ni las músicas te pinto que has escuchado a deshoras y al canto del gallo primo. No cuento las alabanzas que de tu belleza he dicho; que, aunque verdaderas, hacen ser yo de algunas malquisto. Teresa del Berrocal, yo alabándote, me dijo: "Tal piensa que adora a un ángel, y viene a adorar a un jimio. Merced a los muchos dijes y a los cabellos postizos, y a hipócritas hermosuras, que engañan al Amor mismo". Desmentíla y enojóse; volvió por ella[23]
su primo: desafióme, y ya sabes lo que yo hice y él hizo. No te quiero yo a montón, ni te pretendo y te sirvo por lo de barraganía; que más bueno es mi designio. Coyundas tiene la Iglesia que son lazadas de sirgo; pon tú el cuello en la gamella; verás como pongo el mío. Donde no, desde aquí juro, por el santo más bendito, de no salir destas sierras sino para capuchino. Con
esto dio el cabrero fin a su canto; y, aunque don Quijote le rogó que
algo más cantase, no lo consintió Sancho Panza, porque estaba más para
dormir que para oír canciones. Y ansí, dijo a su amo: -Bien
puede vuestra merced acomodarse desde luego adonde ha de posar esta noche,
que el trabajo que estos buenos hombres tienen todo el día no permite que
pasen las noches cantando[24]. -Ya
te entiendo, Sancho -le respondió don Quijote-; que bien se me trasluce
que las visitas del zaque piden más recompensa de sueño que de música. -A
todos nos sabe bien, bendito sea Dios -respondió Sancho. -No
lo niego -replicó don Quijote-, pero acomódate tú donde quisieres, que
los de mi profesión mejor parecen velando que durmiendo. Pero, con todo
esto, sería bien, Sancho, que me vuelvas a curar esta oreja, que me va
doliendo más de lo que es menester. Hizo
Sancho lo que se le mandaba; y, viendo uno de los cabreros la herida, le
dijo que no tuviese pena, que él pondría remedio con que fácilmente se
sanase. Y, tomando algunas hojas de romero[25],
de mucho que por allí había, las mascó y las mezcló con un poco de
sal, y, aplicándoselas a la oreja, se la vendó muy bien, asegurándole
que no había menester otra medicina; y así fue la verdad.
PEQUEÑAS CUESTIONES SURGIDAS EN CLASE
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