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La obra de caridad más
propia de nuestro tiempo: no publicar libros superfluos.
ORTEGA Y GASSET
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| Desarrollo
programa BIBLIOGRAFÍA
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QUINTA SEMANA (3
nov.)
La España de Cervantes y el nacimiento del Quijote Tema III: El arte narrativo cervantino: 4. El arte de Cervantes:
BIBLIOGRAFÍA (para ampliación
de los estudiantes): Véase la bibliografía general del tema. No obstante, si lo deseas, puedes acudir a las monografías que puntualmente, para cada tema, se citan en el desarrollo del programa. ZIOMEK, Henryk, Lo grotesco en la literatura española del Siglo de Oro, Madrid, Ed. Alcalá, 1983. Definición del concepto de lo "grotesco" y análisis de su presencia en la prosa, en el teatro y en la poesía de la época. RILEY, E. C., Teoría de la novela en Cervantes, Madrid, Taurus, 1966. Blasco, Francisco J., Cervantes, raro inventor, Universidad de Gauanjuato, 1998. MARQUEZ VILLANUEVA, F., Personajes y temas del Quijote, Madrid, Taurus, 1975. Excelente conjunto de estudios sobre algunos de los principales perosnajes del Quijote. Sobresale, a mi entender, los que dedica a "El caballero del verde gabán" y a "Zoraida", ambos ejemplificadores de la capacidad de Cervantes para contruir personajes a partir de materiales literarios procedentes de la tradición. MARTINEZ BONATI, Félix, El Quijote y la poética de la novela, Alcalá de Henares, Centro Estudio del arte de la novela en el Quijote. Sobre todo me interesa el capítulo segundo, en el que se estudia los elementos de discurso de que Cervantes se vale para integrar todos los elementos de su novela en una unidad; así mismo interesa el capítulo tercero, que se ocupa de la "construcción de la verdad" en los universos de ficción. Además se ocupa del análisis de los personajes del Quijote desde la perspectiva del género. PERCAS DE PONSET, H., Cervantes y su concepto del arte, Madrid, Gredos, 1979. Interesante estudio del arte narrativo cervantino, que en la línea defendida desde hace años por Riley interpreta en la clave de la preceptiva neoaristotélica italiana (Tasso, sobre todo). Especial interés en su análsis del juego de narradores.
----------, Cervantes the Writer and Painter of "Don Quijote", Columbia, University of Missouri Press, 1988. Lectura del Quijote desde la tesis de que en el libro de Cervantes se superponen dos formas de relato: la acción que es referida por el narrador y los diálogos, que son una presentación de otro nivel de información. Relato y pintura que Cervantes, desde arriba controla y domina a su antojo.
RILEY, E. C., Introducción al Quijote, Barcelona, Crítica, 1990. Libro excelente y muy útil. Pasa revista a la bibliografía cervantina, situando con justicia los más relevantes estudios para cada uno de los grandes temas planteados por la genial obra de don Miguel: biografía cervantina, el ambiente cultural y literario en el que se desarrolla su obra, la influencia en Cervantes de la teoría literaria de la época, la movilidad de los géneros narativos, las fuentes, la estructura de cada una de las partes, los personajes, los episodios, el punto de vista narrativo...
TORRENTE BALLESTER, G., El "Quijote" como juego, Madrid, Guadarrama, 1975. Torrente llega al "Quijote" desde la perspectiva del creador, por eso su lectura está cargada de tantas sugerencias: para él el Quijote es la historia de alguien que no está loco, sino que apuesta por vivir con una intensidad que sólo el juego puede proporcionarle. Don Quijote es un niño y comercia con la realidad como los niños lo hacen en sus juegos.
URBINA, Eduardo, El sin par Sancho Panza: parodia y creación, Barcelona, Anthropos, 1991. Parte de la bibliografía cervantina sobre la figura de Sancho, revisa las lecturas de éste como parodia, como suma de materiales folklóricos, como emparentado con el carnaval. Urbina rastrea además las deudas cervantinas con la figura del escudero-enano de los relatos caballerescos, especialmente con Gandalín.
CAPÍTULO
XII De
lo que contó un cabrero a los que estaban con don Quijote Estando
en esto, llegó otro mozo de los que les traían del aldea el bastimento,
y dijo: -¿Sabéis
lo que pasa en el lugar, compañeros? -¿Cómo
lo podemos saber? -respondió uno dellos. -Pues
sabed -prosiguió el mozo- que murió esta mañana aquel famoso pastor
estudiante llamado Grisóstomo, y se murmura que ha muerto de amores de
aquella endiablada moza de Marcela, la hija de Guillermo el rico, aquélla
que se anda en hábito de pastora por esos andurriales. -Por
Marcela dirás -dijo uno. -Por
ésa digo -respondió el cabrero-. Y es lo bueno que mandó en su
testamento que le enterrasen en el campo, como si fuera moro, y que sea al
pie de la peña donde está la fuente del alcornoque; porque, según es
fama, y él dicen que lo dijo, aquel lugar es adonde él la vio la vez
primera. Y también mandó otras cosas, tales que los abades
del pueblo dicen que no se han de cumplir, ni es bien que se
cumplan, porque parecen de gentiles. A todo lo cual responde aquel gran su
amigo Ambrosio, el estudiante, que también se vistió de pastor con él,
que se ha de cumplir todo, sin faltar nada, como lo dejó mandado Grisóstomo,
y sobre esto anda el pueblo alborotado; mas, a lo que se dice, en fin se
hará lo que Ambrosio y todos los pastores sus amigos quieren; y mañana
le vienen a enterrar con gran pompa adonde tengo dicho. Y tengo para mí
que ha de ser cosa muy de ver; a lo menos, yo no dejaré de ir a verla, si
supiese no volver mañana al lugar. […] -Perdonad,
amigo -dijo don Quijote-; […] y proseguid vuestra historia, que no os
replicaré más en nada. -«Digo,
pues, señor mío de mi alma -dijo el cabrero-, que en nuestra aldea hubo
un labrador aún más rico que el padre de Grisóstomo, el cual se llamaba
Guillermo, y al cual dio Dios, amén de las muchas y grandes riquezas, una
hija, de cuyo parto murió su madre, que fue la más honrada mujer que
hubo en todos estos contornos. No parece sino que ahora la veo, con
aquella cara que del un cabo tenía el sol y del otro la luna; y, sobre
todo, hacendosa y amiga de los pobres, por lo que creo que debe de estar
su ánima a la hora de [a]hora gozando de Dios en el otro mundo. De pesar
de la muerte de tan buena mujer murió su marido Guillermo, dejando a su
hija Marcela, muchacha y rica, en poder de un tío suyo sacerdote y
beneficiado en nuestro lugar. Creció la niña con tanta belleza que nos
hacía acordar de la de su madre, que la tuvo muy grande; y, con todo
esto, se juzgaba que le había de pasar la de la hija. Y así fue, que,
cuando llegó a edad de catorce a quince años, nadie la miraba que no
bendecía a Dios, que tan hermosa la había criado, y los más quedaban
enamorados y perdidos por ella. Guardábala su tío con mucho recato y con
mucho encerramiento; pero, con todo esto, la fama de su mucha hermosura se
estendió de manera que, así por ella como por sus muchas riquezas, no
solamente de los de nuestro pueblo, sino de los de muchas leguas a la
redonda, y de los mejores dellos, era rogado, solicitado e importunado su
tío se la diese por mujer. Mas él, que a las derechas es buen cristiano,
aunque quisiera casarla luego, así como la vía de edad, no quiso hacerlo
sin su consentimiento, sin tener ojo a la ganancia y granjería que le
ofrecía el tener la hacienda de la moza, dilatando su casamiento. Y a fe
que se dijo esto en más de un corrillo en el pueblo, en alabanza del buen
sacerdote.» Que quiero que sepa, señor andante, que en estos lugares
cortos de todo se trata y de todo se murmura; y tened para vos, como yo
tengo para mí, que debía de ser demasiadamente bueno el clérigo que
obliga a sus feligreses a que digan bien dél, especialmente en las
aldeas. -Así es la
verdad -dijo don Quijote-, y proseguid adelante, que el cuento es muy
bueno, y vos, buen Pedro, le contáis con muy buena gracia. -La
del Señor no me falte, que es la que hace al caso. «Y en lo demás sabréis
que, aunque el tío proponía a la sobrina y le decía las calidades de
cada uno en particular, de los muchos que por mujer la pedían, rogándole
que se casase y escogiese a su gusto, jamás ella respondió otra cosa
sino que por entonces no quería casarse, y que, por ser tan muchacha, no
se sentía hábil para poder llevar la carga del matrimonio. Con estas que
daba, al parecer justas escusas, dejaba el tío de importunarla, y
esperaba a que entrase algo más en edad y ella supiese escoger compañía
a su gusto. Porque decía él, y decía muy bien, que no habían de dar
los padres a sus hijos estado contra su voluntad. Pero hételo aquí,
cuando no me cato, que remanece un día la melindrosa Marcela hecha
pastora; y, sin ser parte su tío ni todos los del pueblo, que se lo
desaconsejaban, dio en irse al campo con las demás zagalas del lugar, y
dio en guardar su mesmo ganado. Y, así como ella salió en público y su
hermosura se vio al descubierto, no os sabré buenamente decir cuántos
ricos mancebos, hidalgos y labradores han tomado el traje de Grisóstomo y
la andan requebrando por esos campos. Uno de los cuales, como ya está
dicho, fue nuestro difunto, del cual decían que la dejaba de querer, y la
adoraba. Y no se piense que porque Marcela se puso en aquella libertad y
vida tan suelta y de tan poco o de ningún recogimiento, que por eso ha
dado indicio, ni por semejas, que venga en menoscabo de su honestidad y
recato; antes es tanta y tal la vigilancia con que mira por su honra, que
de cuantos la sirven y solicitan ninguno se ha alabado, ni con verdad se
podrá alabar, que le haya dado alguna pequeña esperanza de alcanzar su
deseo. Que, puesto que no huye ni se esquiva de la compañía y conversación
de los pastores, y los trata cortés y amigablemente, en llegando a
descubrirle su intención cualquiera dellos, aunque sea tan justa y santa
como la del matrimonio, los arroja de sí como con un trabuco. Y con esta
manera de condición hace más daño en esta tierra que si por ella
entrara la pestilencia; porque su afabilidad y hermosura atrae los
corazones de los que la tratan a servirla y a amarla, pero su desdén y
desengaño los conduce a términos de desesperarse; y así, no saben qué
decirle, sino llamarla a voces cruel y desagradecida, con otros títulos a
éste semejante[s], que bien la calidad de su condición manifiestan. Y si
aquí estuviésedes, señor, algún día, veríades resonar estas sierras
y estos valles con los lamentos de los desengañados que la siguen. No está
muy lejos de aquí un sitio donde hay casi dos docenas de altas hayas, y
no hay ninguna que en su lisa corteza no tenga grabado y escrito el nombre
de Marcela; y encima de alguna, una corona grabada en el mesmo árbol,
como si más claramente dijera su amante que Marcela la lleva y la merece
de toda la hermosura humana. Aquí sospira un pastor, allí se queja otro;
acullá se oyen amorosas canciones, acá desesperadas endechas. Cuál hay
que pasa todas las horas de la noche sentado al pie de alguna encina o peñasco,
y allí, sin plegar los llorosos ojos, embebecido y transportado en sus
pensamientos, le halló el sol a la mañana; y cuál hay que, sin dar vado
ni tregua a sus suspiros, en mitad del ardor de la más enfadosa siesta
del verano, tendido sobre la ardiente arena, envía sus quejas al piadoso
cielo. Y déste y de aquél, y de aquéllos y de éstos, libre y
desenfadadamente triunfa la hermosa Marcela; y todos los que la conocemos
estamos esperando en qué ha de parar su altivez y quién ha de ser el
dichoso que ha de venir a domeñar condición tan terrible y gozar de
hermosura tan estremada.» Por ser todo lo que he contado tan averiguada
verdad, me doy a entender que también lo es la que nuestro zagal dijo que
se decía de la causa de la muerte de Grisóstomo. Y así, os aconsejo, señor,
que no dejéis de hallaros mañana a su entierro, que será muy de ver,
porque Grisóstomo tiene muchos amigos, y no está de este lugar a aquél
donde manda enterrarse media legua […] CAPÍTULO
XIII Donde
se da fin al cuento de la pastora Marcela, con
otros sucesos […] Cesó
esta plática y comenzóse otra, preguntando el que se llamaba Vivaldo a
don Quijote qué era la ocasión que le movía a andar armado de aquella
manera por tierra tan pacífica. […] Apenas le oyeron esto, cuando todos
le tuvieron por loco; y por averiguarlo más y ver qué género de locura
era el suyo, le tornó a preguntar Vivaldo que qué quería decir
caballeros andantes. -¿No
han vuestras mercedes leído -respondió don Quijote- los anales e
historias de Ingalaterra, donde se tratan las famosas fazañas del rey
Arturo […] Esto, pues, señores, es ser caballero andante ,y la que he
dicho es la orden de su caballería; en la cual, como otra vez he dicho,
yo, aunque pecador, he hecho profesión, y lo mesmo que profesaron los
caballeros referidos profeso yo. Y así, me voy por estas soledades y
despoblados buscando las aventuras, con ánimo deliberado de ofrecer mi
brazo y mi persona a la más peligrosa que la suerte me deparare, en ayuda
de los flacos y menesterosos. […] Y
Vivaldo, que era persona muy discreta y de alegre condición, por pasar
sin pesadumbre el poco camino que decían que les faltaba, al llegar a la
sierra del entierro, quiso darle ocasión a que pasase más adelante con
sus disparates. Y así, le dijo: -Paréceme,
señor caballero andante, que vuestra merced ha profesado una de las más
estrechas profesiones que hay en la tierra, y tengo para mí que aun la de
los frailes cartujos no es tan estrecha. -Tan
estrecha bien podía ser -respondió nuestro don Quijote-, pero tan
necesaria en el mundo no estoy en dos dedos de ponello en duda. Porque, si
va a decir verdad, no hace menos el soldado que pone en ejecución lo que
su capitán le manda que el mesmo capitán que se lo ordena. Quiero decir
que los religiosos, con toda paz y sosiego, piden al cielo el bien de la
tierra; pero los soldados y caballeros ponemos en ejecución lo que ellos
pide[n], defendiéndola con el valor de nuestros brazos y filos de
nuestras espadas; no debajo de cubierta, sino al cielo abierto, puestos
por blanco de los insufribles rayos del sol en verano y de los erizados
yelos del invierno. Así que, somos ministros de Dios en la tierra, y
brazos por quien se ejecuta en ella su justicia. […] Y si algunos
subieron a ser emperadores por el valor de su brazo, a fe que les costó
buen porqué de su sangre y de su sudor; y que si a los que a tal grado
subieron les faltaran encantadores y sabios que los ayudaran, que ellos
quedaran bien defraudados de sus deseos y bien engañados de sus
esperanzas. -De
ese parecer estoy yo -replicó el caminante-; pero una cosa, entre otras
muchas, me parece muy mal de los caballeros andantes, y es que, cuando se
ven en ocasión de acometer una grande y peligrosa aventura, en que se vee
manifiesto peligro de perder la vida, nunca en aquel instante de
acometella se acuerdan de encomendarse a Dios, como cada cristiano está
obligado a hacer en peligros semejantes; antes se encomiendan a sus damas,
con tanta gana y devoción como si ellas fueran su Dios: cosa que me
parece que huele algo a gentilidad. -Señor
-respondió don Quijote-, eso no puede ser menos en ninguna manera, y caería
en mal caso el caballero andante que otra cosa hiciese; que ya está en
uso y costumbre en la caballería andantesca que el caballero andante que,
al acometer algún gran fecho de armas, tuviese su señora delante, vuelva
a ella los ojos blanda y amorosamente, como que le pide con ellos le
favorezca y ampare en el dudoso trance que acomete; y aun si nadie le oye,
está obligado a decir algunas palabras entre dientes, en que de todo
corazón se le encomiende; y desto tenemos innumerables ejemplos en las
historias. Y no se ha de entender por esto que han de dejar de
encomendarse a Dios; que tiempo y lugar les queda para hacerlo en el
discurso de la obra. […] -Luego, si
es de esencia que todo caballero andante haya de ser enamorado -dijo el
caminante-, bien se puede creer que vuestra merced lo es, pues es de la
profesión. Y si es que vuestra merced no se precia de ser tan secreto
como don Galaor, con las veras que puedo le suplico, en nombre de toda
esta compañía y en el mío, nos diga el nombre, patria, calidad y
hermosura de su dama; que ella se tendría por dichosa de que todo el
mundo sepa que es querida y servida de un tal caballero como vuestra
merced parece. Aquí
dio un gran suspiro don Quijote,y dijo: -Yo
no podré afirmar si la dulce mi enemiga gusta, o no, de que el mundo sepa
que yo la sirvo; sólo sé decir, respondiendo a lo que con tanto
comedimiento se me pide, que su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso,
un lugar de la Mancha; su calidad, por lo menos, ha de ser de princesa,
pues es reina y señora mía; su hermosura, sobrehumana, pues en ella se
vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de
belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son oro, su
frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus
mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su
cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve, y las
partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo
pienso y entiendo, que sólo la discreta consideración puede
encarecerla[s], y no compararlas […]
PEQUEÑAS CUESTIONES SURGIDAS EN CLASE 1. Episodio pastoril. Doble relación de Cervantes con lo pastoril. Relación del episodio de Marcela con el de Ginebra en el Orlando furioso, de Ariosto. 2. No muerte, sino suicidio. No se puede expresar después de Trento, cuando antes habían sido frecuentes en J. del Encina o en Rojas. Cervantes investiga este espíritu, pero se cuida de escandalizar a sus lectores. 3. Nombres de los padres de la Iglesia. 4. Hábito de pastora. Todos llevamos un hábito. 5. Frecuentes anfibologías en Cervantes: “la moza de Marcela”, “el asno de Sancho”. 6. No hay ceremonias religiosas. 7. Valoración de la limosna como medio de salvación. 8. La mujer no debe ir al matrimonio contra su voluntad. Cervantes una valoración muy moderna de la mujer y de su papel en la sociedad. Enfrentar esto a la valoración que Pedro hace del tío cura de Marcela, que no considera las ganancias del matrimonio. Gran diferencia con Lope, donde los matrimonios felices son los que se realizan como negocio. 9. Idea de que de un bien (hermosura) y más sumado a otro (la virtud) puede convertirse en un mal: “pestilencia”.
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