Estudios monográficos. Narrativa (Edad Media y Siglos de Oro)
Quien no sepa limitarse jamás
sabrá escribir. BOILEAU
|
||
Desarrollo programa
BIBLIOGRAFÍA
PEQUEÑAS CUESTIONES SURGIDAS
EN CLASE
|
OCTAVA SEMANA (24 nov.)
La España de Cervantes y el nacimiento del Quijote Tema IV: La locura de don Quijote
Tema V: Realidad y ficción. Sociedad fantasmal: El mundo de Cervantes / El mundo de Don Quijote.Religión e Iglesia: La Inquisición'. 'Cultura e influjo social del clero'. 'Libertad de conciencia'. 'Admiración hacia San Pablo.
BIBLIOGRAFÍA para ampliación de los estudiantes):
Generales AA.VV., Mentalidades ocultas y científicas en el Renacimiento
(ed. B. Vickers), Madrid, Alianza, 1990. VILANOVA, A., Erasmo y Cervantes, Barcelona, Lumen, 1989. Para Vilanova el Quijote es la demostración de que todo intento de poner en práctica el mensaje evangélico en el mundo en que vivimos sólo puede ser obra de un loco y está totalmente condenado al fracaso. El humor es plenamente erasmista, como es erasmista el proceso que sigue Cervantes para enfrentar dos códigos opuestos: lo que la realidad es y lo que los hombre imaginan que la realidad es.
Q, I, 18
Llegó Sancho a su amo marchito y desmayado; tanto, que
no podía arrear a su jumento. Cuando así le vio don Quijote, le dijo: -Ahora acabo de creer, Sancho bueno, que aquel castillo
o venta, de que es encantado sin duda; porque aquellos que tan atrozmente
tomaron pasatiempo contigo, ¿qué podían ser sino fantasmas y gente del
otro mundo? Y confirmo esto por haber visto que, cuando estaba por las
bardas del corral mirando los actos de tu triste tragedia, no me fue posible
subir por ellas, ni menos pude apearme de Rocinante, porque me debían de
tener encantado; que te juro, por la fe de quien soy, que si pudiera subir o
apearme, que yo te hiciera vengado de manera que aquellos follones y
malandrines se acordaran de la burla para siempre, aunque en ello supiera
contravenir a las leyes de la caballería, que, como ya muchas veces te he
dicho, no consienten que caballero ponga mano contra quien no lo sea, si no
fuere en defensa de su propria vida y persona, en caso de urgente y gran
necesidad. -También me vengara yo si pudiera, fuera o no fuera
armado caballero, pero no pude; aunque tengo para mí que aquellos que se
holgaron conmigo no eran fantasmas ni hombres encantados, como vuestra
merced dice, sino hombres de carne y hueso como nosotros; y todos, según
los oí nombrar cuando me volteaban, tenían sus nombres: que el uno se
llamaba Pedro Martínez, y el otro Tenorio Hernández, y el ventero oí que
se llamaba Juan Palomeque el Zurdo. Así que, señor, el no poder saltar las
bardas del corral, ni apearse del caballo, en ál estuvo que en
encantamentos. Y lo que yo saco en limpio de todo esto es que estas
aventuras que andamos buscando, al cabo al cabo, nos han de traer a tantas
desventuras que no sepamos cuál es nuestro pie derecho. Y lo que sería
mejor y más acertado, según mi poco entendimiento, fuera el volvernos a
nuestro lugar, ahora que es tiempo de la siega y de entender en la hacienda,
dejándonos de andar de Ceca en Meca y de zoca en colodra, como dicen. -¡Qué poco sabes, Sancho -respondió don Quijote-, de
achaque de caballería! Calla y ten paciencia, que día vendrá donde veas
por vista de ojos cuán honrosa cosa es andar en este ejercicio. Si no,
dime: ¿qué mayor contento puede haber en el mundo, o qué gusto puede
igualarse al de vencer una batalla y al de triunfar de su enemigo? Ninguno,
sin duda alguna. -Así
debe de ser -respondió Sancho-, puesto que yo no lo sé; sólo sé que,
después que somos caballeros andantes, o vuestra merced lo es (que yo no
hay para qué me cuente en tan honroso número), jamás hemos vencido
batalla alguna, si no fue la del vizcaíno, y aun de aquélla salió vuestra
merced con media oreja y media celada menos; que, después acá, todo ha
sido palos y más palos, puñadas y más puñadas, llevando yo de ventaja el
manteamiento y haberme sucedido por personas encantadas, de quien no puedo
vengarme, para saber hasta dónde llega el gusto del vencimiento del
enemigo, como vuestra merced dice. -Esa es la pena que yo tengo y la que tú debes tener,
Sancho -respondió don Quijote-; pero, de aquí adelante, yo procuraré
haber a las manos alguna espada hecha por
tal maestría que al que la trujere consigo no le puedan hacer ningún género
de encantamentos; y aun podría ser que me deparase la ventura aquella de
Amadís, cuando se llamaba el Caballero de la Ardiente Espada, que
fue una de las mejores espadas que tuvo caballero en el mundo,porque, fuera
que tenía la virtud dicha, cortaba como una navaja, y no había armadura,
por fuerte y encantada que fuese, que se le parase delante. Q,
I, 22. De la libertad que dio don Quijote a muchos desdichados que, mal de su grado, los llevaban donde no quisieran ir Cuenta Cide
Hamete Benengeli, autor arábigo y manchego, en esta gravísima,
altisonante, mínima, dulce e imaginada historia
que, después que entre el famoso don Quijote de la Mancha y Sancho Panza,
su escudero, pasaron aquellas razones que en el fin del capítulo veinte y
uno quedan referidas, que don Quijote alzó los ojos y vio que por el camino
que llevaba venían hasta doce hombres a pie, ensartados, como cuentas, en
una gran cadena de hierro por los cuellos, y todos con esposas a las manos.
Venían ansimismo con ellos dos hombres de a caballo y dos de a pie; los de
a caballo, con escopetas de rueda, y los de a
pie, con dardos y espadas; y que así como Sancho Panza los vido, dijo: -Esta es cadena
de galeotes, gente forzada del rey, que va a las galeras. -¿Cómo gente
forzada? -preguntó don Quijote-. ¿Es posible que el rey haga fuerza
a ninguna gente? -No digo eso
-respondió Sancho-, sino que es gente que, por sus delitos, va condenada a
servir al rey en las galeras de por fuerza. -En resolución
-replicó don Quijote-, comoquiera que ello sea, esta gente, aunque los
llevan, van de por fuerza, y no de su voluntad. -Así es -dijo
Sancho. -Pues desa
manera -dijo su amo-, aquí encaja la ejecución de mi oficio: desfacer
fuerzas y socorrer y acudir a los miserables. -Advierta
vuestra merced -dijo Sancho- que la justicia, que es el mesmo rey, no hace
fuerza ni agravio a semejante gente, sino que los castiga en pena de sus
delitos. Llegó, en esto,
la cadena de los galeotes, y don Quijote, con muy corteses razones, pidió a
los que iban en su guarda fuesen servidos de informalle y decille la causa,
o causas, por que llevan aquella
gente de aquella manera. Una de las
guardas de a caballo
respondió que eran galeotes, gente de Su Majestad que iba a galeras, y que
no había más que decir, ni él tenía más que saber. -Con todo eso
-replicó don Quijote-, querría saber de cada uno dellos en particular la
causa de su desgracia. Añadió a éstas
otras tales y tan comedidas razones, para moverlos a que dijesen lo que
deseaba, que la otra guarda de a caballo le dijo: -Aunque llevamos
aquí el registro y la fe de las sentencias de cada uno destos
malaventurados, no es tiempo éste de detenerles a sacarlas ni a leellas;
vuestra merced llegue y se lo pregunte a ellos mesmos, que ellos lo dirán
si quisieren, que sí querrán, porque es gente que recibe gusto de hacer y
decir bellaquerías. Con esta
licencia, que don Quijote se tomara aunque no se la dieran, se llegó a la
cadena, y al primero le preguntó que por qué pecados iba de tan mala
guisa. El le respondió que por enamorado iba de aquella manera. -¿Por eso no más?
-replicó don Quijote-. Pues, si por enamorados echan a galeras, días ha
que pudiera yo estar bogando en ellas. -No son los
amores como los que vuestra merced piensa -dijo el galeote-; que los míos
fueron que quise tanto a una canasta de colar, atestada
de ropa blanca, que la abracé conmigo tan fuertemente que, a no quitármela
la justicia por fuerza, aún hasta agora no la hubiera dejado de mi
voluntad. Fue en fragante, no hubo lugar de tormento; concluyóse la causa, acomodáronme
las espaldas con ciento, y
por añadidura tres precisos de gurapas, y
acabóse la obra. -¿Qué son
gurapas? -preguntó don Quijote. -Gurapas son
galeras -respondió el galeote. El cual era un
mozo de hasta edad de veinte y cuatro años, y dijo que era natural de
Piedrahíta. Lo mesmo preguntó don Quijote al segundo, el cual no respondió
palabra, según iba de triste y malencónico; mas respondió por él el
primero, y dijo: -Este, señor,
va por canario; digo,
por músico y cantor. -Pues, ¿cómo
-repitió don Quijote-, por músicos y cantores van también a galeras? -Sí, señor
-respondió el galeote-, que no hay peor cosa que cantar en el ansia.
-Antes, he yo oído
decir -dijo don Quijote- que quien canta sus males espanta.
-Acá es al revés
-dijo el galeote-, que quien canta una vez llora toda la vida. -No lo entiendo
-dijo don Quijote. Mas una de las
guardas le dijo: -Señor
caballero, cantar en el ansia se dice, entre esta gente non santa,
confesar en el tormento. A este pecador le dieron tormento y confesó su
delito, que era ser cuatrero, que es ser ladrón de bestias, y, por haber
confesado, le condenaron por seis años a galeras, amén de docientos azotes
que ya lleva en las espaldas. Y va siempre pensativo y triste, porque los
demás ladrones que allá quedan y aquí van le maltratan y aniquilan, y
escarnecen y tienen en poco, porque confesó y no tuvo ánimo de decir
nones. Porque dicen ellos que tantas letras tiene un no como un sí,
y que harta ventura tiene un delincuente, que está en su lengua su vida o
su muerte, y no en la de los testigos y probanzas; y para mí tengo que no
van muy fuera de camino. -Y yo lo
entiendo así -respondió don Quijote. El cual, pasando
al tercero, preguntó lo que a los otros; el cual, de presto y con mucho
desenfado, respondió y dijo: -Yo voy por
cinco años a las señoras gurapas
por faltarme diez ducados. -Yo daré veinte
de muy buena gana -dijo don Quijote- por libraros desa pesadumbre. -Eso me parece
-respondió el galeote- como quien tiene dineros en mitad del golfo
y
se está muriendo de hambre, sin tener adonde comprar lo que ha menester. Dígolo
porque si a su tiempo tuviera yo esos veinte ducados que vuestra merced
ahora me ofrece, hubiera untado con ellos la péndola
del
escribano y avivado el ingenio del procurador, de manera que hoy me viera en
mitad de la plaza de Zocodover, de Toledo, y no en este camino, atraillado
como galgo; pero Dios es grande: paciencia y basta. Pasó don
Quijote al cuarto, que era un hombre de venerable rostro con una barba
blanca que le pasaba del pecho; el cual, oyéndose preguntar la causa por
que allí venía, comenzó a llorar y no respondió palabra; mas el quinto
condenado le sirvió de lengua, y dijo: -Este hombre
honrado va por cuatro años a galeras, habiendo paseado las acostumbradas
vestido
en pompa y a caballo. -Eso es -dijo
Sancho Panza-, a lo que a mí me parece, haber salido a la vergüenza. -Así es -replicó
el galeote-; y la culpa por que le dieron esta pena es por haber sido
corredor de oreja, y
aun de todo el cuerpo. En efecto, quiero decir que este caballero va por
alcahuete, y por tener asimesmo sus puntas y collar
de
hechicero. -A no haberle añadido
esas puntas y collar -dijo don Quijote-, por solamente el alcahuete limpio,
no merecía él ir a bogar en las galeras, sino a mandallas y a ser general
dellas; porque no es así comoquiera el oficio de alcahuete, que es oficio
de discretos y necesarísimo en la república bien ordenada, y que no le debía
ejercer sino gente muy bien nacida; y aun había de haber veedor
y
examinador de los tales, como le hay de los demás oficios, con número
deputado y conocido, como corredores de lonja, y desta manera se escusarían
muchos males que se causan por andar este oficio y ejercicio entre gente
idiota y de poco entendimiento, como son mujercillas de poco más a
menos, pajecillos y truhanes de pocos años y de poca experiencia, que, a la
más necesaria ocasión y cuando es menester dar una traza que importe, se
les yelan las migas entre la boca y la mano y no saben cuál es su mano derecha. Quisiera pasar adelante y
dar las razones por que convenía hacer elección de los que en la república
habían de tener tan necesario oficio, pero no es el lugar acomodado para
ello: algún día lo diré a quien lo pueda proveer y remediar. Sólo digo
ahora que la pena que me ha causado ver estas blancas canas y este rostro
venerable en tanta fatiga, por alcahuete, me la ha quitado el adjunto de ser
hechicero;
aunque bien sé que no hay hechizos en el mundo que puedan mover y forzar la
voluntad, como algunos simples piensan; que es libre nuestro albedrío, y no
hay yerba ni encanto que le fuerce. Lo
que suelen hacer algunas mujercillas simples y algunos embusteros bellacos
es algunas misturas y venenos con que
vuelven locos a los hombres, dando a entender que tienen fuerza para hacer
querer bien, siendo, como digo, cosa imposible forzar la voluntad. -Así es -dijo
el buen viejo-, y, en verdad, señor, que en lo de hechicero que no tuve
culpa; en lo de alcahuete, no lo pude negar. Pero nunca pensé que hacía
mal en ello: que toda mi intención era que todo el mundo se holgase y
viviese en paz y quietud, sin pendencias ni penas; pero no me aprovechó
nada este buen deseo para dejar de ir adonde no espero volver, según me
cargan los años y un mal de orina que llevo, que no me deja reposar un
rato. Y aquí tornó a
su llanto, como de primero; y túvole Sancho tanta compasión que sacó un
real de a cuatro del
seno y se le dio de limosna. Pasó adelante
don Quijote, y preguntó a otro su delito, el cual respondió con no menos,
sino con mucha más gallardía que el pasado: -Yo voy aquí
porque me burlé demasiadamente con dos primas hermanas mías, y con otras
dos hermanas que no lo eran mías; finalmente, tanto me burlé con todas que
resultó de la burla crecer la parentela, tan intricadamente que no hay
diablo que la declare. Probóseme todo, faltó favor, no tuve dineros, víame
a pique de perder los tragaderos, sentenciáronme
a galeras por seis años, consentí: castigo es de mi culpa; mozo soy: dure
la vida, que con ella todo se alcanza. Si vuestra merced, señor caballero,
lleva alguna cosa con que socorrer a estos pobretes, Dios se lo pagará en
el cielo, y nosotros tendremos en la tierra cuidado de rogar a Dios en
nuestras oraciones por la vida y salud de vuestra merced, que sea tan larga
y tan buena como su buena presencia merece. Este iba en hábito
de estudiante, y dijo una
de las guardas que era muy grande hablador y muy gentil latino. Tras todos éstos,
venía un hombre de muy buen parecer, de edad de treinta años, sino que al
mirar metía el un ojo en el otro un poco. Venía diferentemente atado que
los demás, porque traía una cadena al pie, tan grande que se la liaba por
todo el cuerpo, y dos argollas a la garganta, la una en la cadena, y la otra
de las que llaman guardaamigo o piedeamigo, de la cual
decendían dos hierros que llegaban a la cintura, en los cuales se asían
dos esposas, donde llevaba las manos, cerradas con un grueso candado, de
manera que ni con las manos podía llegar a la boca, ni podía bajar la
cabeza a llegar a las manos. Preguntó don Quijote que cómo iba aquel
hombre con tantas prisiones más que los otros. Respondióle la guarda
porque tenía aquel solo más delitos que todos los otros juntos, y que era
tan atrevido y tan grande bellaco que, aunque le llevaban de aquella manera,
no iban seguros dél, sino que temían que se les había de huir. -¿Qué delitos
puede tener -dijo don Quijote-, si no han merecido más pena que echalle a
las galeras? -Va por diez años
-replicó la guarda-, que es como muerte cevil. No se quiera saber más,
sino que este buen hombre es el famoso Ginés de Pasamonte,
que por otro nombre llaman Ginesillo de Parapilla. -Señor
comisario -dijo entonces el galeote-, váyase poco a poco, y no andemos
ahora a deslindar nombres y sobrenombres. Ginés me llamo y no Ginesillo, y
Pasamonte es mi alcurnia, y no Parapilla, como voacé
dice; y cada uno se dé una vuelta a la redonda,
y
no hará poco. -Hable con menos
tono -replicó
el comisario-, señor ladrón de más de la marca, si
no quiere que le haga callar, mal que le pese. -Bien parece
-respondió el galeote- que va el hombre como Dios es servido, pero algún día
sabrá alguno
si me llamo Ginesillo de Parapilla o no. -Pues, ¿no te
llaman ansí, embustero? -dijo la guarda. -Sí llaman
-respondió Ginés-, mas yo haré que no me lo llamen, o me las pelaría
donde
yo digo entre mis dientes. Señor caballero, si tiene algo que darnos, dénoslo
ya, y vaya con Dios, que ya enfada con tanto querer saber vidas ajenas; y si
la mía quiere saber, sepa que yo soy Ginés de Pasamonte, cuya vida está
escrita por estos pulgares. -Dice verdad
-dijo el comisario-; que él mesmo ha escrito su historia, que no hay más,
y deja empeñado el libro en la cárcel en docientos reales. -Y le pienso
quitar -dijo
Ginés-, si quedara en docientos ducados. -¿Tan bueno es?
-dijo don Quijote. -Es tan bueno
-respondió Ginés- que mal año para Lazarillo de Tormes y para
todos cuantos de aquel género se han
escrito o escribieren. Lo que le sé decir a voacé es que trata verdades y
que son verdades tan lindas y tan donosas que no pueden haber mentiras que
se le igualen. -¿Y cómo se
intitula el libro? -preguntó don Quijote. -La vida de
Ginés de Pasamonte -respondió
el mismo. -¿Y está
acabado? -preguntó don Quijote. -¿Cómo puede
estar acabado -respondió él-, si aún no está acabada mi vida? Lo que está
escrito es desde mi nacimiento hasta el punto que esta última vez me han
echado en galeras. -Luego, ¿otra
vez habéis estado en ellas? -dijo don Quijote. -Para servir a
Dios y al rey, otra vez he estado cuatro años, y ya sé a qué sabe el
bizcocho y el corbacho -respondió
Ginés-; y no me pesa mucho de ir a ellas, porque allí tendré lugar de
acabar mi libro, que me quedan muchas cosas que decir, y en las galeras de
España hay mas sosiego de aquel que sería menester, aunque no es menester
mucho más para lo que yo tengo de escribir, porque me lo sé de coro.
-Hábil pareces
-dijo don Quijote. -Y desdichado
-respondió Ginés-; porque siempre las desdichas persiguen al buen ingenio. -Persiguen a los
bellacos -dijo el comisario. -Ya le he dicho,
señor comisario -respondió Pasamonte-, que se vaya poco a poco, que
aquellos señores no le dieron esa vara para que maltratase a los pobretes
que aquí vamos, sino para que nos guiase y llevase adonde Su Majestad
manda. Si no, ¡por vida de...! ¡Basta!, que podría ser que saliesen algún
día en la colada las
manchas que se hicieron en la venta; y todo el mundo calle, y viva bien, y
hable mejor y caminemos, que ya es mucho regodeo éste. Alzó la vara en
alto el comisario para dar a Pasamonte en respuesta de sus amenazas, mas don
Quijote se puso en medio y le rogó que no le maltratase, pues no era mucho
que quien llevaba tan atadas las manos tuviese algún tanto suelta la
lengua. Y, volviéndose a todos los de la cadena, dijo: -De todo cuanto
me habéis dicho, hermanos carísimos, he sacado en limpio que, aunque os
han castigado por vuestras culpas, las penas que vais a padecer no os dan
mucho gusto, y que vais a ellas muy de mala gana y muy contra vuestra
voluntad; y que podría ser que el poco ánimo que aquél tuvo en el
tormento, la falta de dineros déste, el poco favor del otro y, finalmente,
el torcido juicio del juez, hubiese sido causa de vuestra perdición y de no
haber salido con la justicia que de vuestra parte teníades. Todo lo cual se
me representa a mí ahora en la memoria de manera que me está diciendo,
persuadiendo y aun forzando que muestre con vosotros el efe[t]o para que el
cielo me arrojó al mundo, y me hizo profesar en él la orden de caballería
que profeso y el voto que en ella hice de favorecer a los menesterosos y
opresos de los mayores. Pero, porque sé que una de las partes de la
prudencia es que lo que se puede hacer por bien no se haga por mal, quiero
rogar a estos señores guardianes y comisario sean servidos de desataros y
dejaros ir en paz, que no faltarán otros que sirvan al rey en mejores
ocasiones; porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y
naturaleza hizo libres. Cuanto más, señores guardas -añadió don
Quijote-, que estos pobres no han cometido nada contra vosotros. Allá se lo
haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo, que no se descuida de
castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres
honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello. Pido
esto con esta mansedumbre y sosiego, porque tenga, si lo cumplís, algo que
agradeceros; y, cuando de grado no lo hagáis, esta lanza y esta espada, con
el valor de mi brazo, harán que lo hagáis por fuerza. -¡Donosa
majadería! -respondió el comisario- ¡Bueno está el donaire con que ha
salido a cabo de rato! ¡Los forzados del rey quiere que le dejemos, como si
tuviéramos autoridad para soltarlos o él la tuviera para mandárnoslo! Váyase
vuestra merced, señor, norabuena, su camino adelante, y enderécese ese bacín
que trae en la cabeza, y no ande buscando tres pies al gato.
-¡Vos sois el
gato, y el rato, y
el bellaco! -respondió don Quijote. Q,
I, 31 De los sabrosos razonamientos que pasaron entre don
Quijote y Sancho Panza, su escudero, con otros sucesos -Todo eso no me
descontenta; prosigue adelante -dijo don Quijote-. Llegaste, ¿y qué hacía
aquella reina de la hermosura? A buen seguro que la hallaste ensartando
perlas, o bordando alguna empresa con
oro de cañutillo para este
su cautivo caballero. -No la hallé
-respondió Sancho- sino ahechando dos
hanegas de trigo en un corral de su casa. -Pues haz cuenta
-dijo don Quijote- que los granos de aquel trigo eran granos de
perlas,tocados de sus manos. Y si miraste, amigo, el trigo ¿era candeal, o
trechel? -No era sino
rubión -respondió Sancho. -Pues yo te
aseguro -dijo don Quijote- que, ahechado por sus manos, hizo pan candeal,sin
duda alguna. Pero pasa adelante: cuando le diste mi carta, ¿besóla? ¿Púsosela
sobre la cabeza? ¿Hizo alguna ceremonia digna de tal carta, o qué hizo? -Cuando yo se la
iba a dar -respondió Sancho-, ella estaba en la fuga
del
meneo de una buena parte de trigo que tenía en la criba, y díjome:
"Poned, amigo, esa carta sobre aquel costal, que no la puedo leer hasta
que acabe de acribar todo lo que aquí está". -¡Discreta señora!
-dijo don Quijote-. Eso debió de ser por leerla despacio y recrearse con
ella. Adelante, Sancho: y, en tanto que estaba en su menester, ¿qué
coloquios pasó contigo? ¿Qué te preguntó de mí? Y tú, ¿qué le
respondiste? Acaba, cuéntamelo todo; no se te quede en el tintero una mínima.
-Ella no me
preguntó nada -dijo Sancho-, mas yo le dije de la manera que vuestra
merced, por su servicio, quedaba haciendo penitencia, desnudo de la cintura
arriba, metido entre estas sierras como si fuera salvaje, durmiendo en el
suelo, sin comer pan a manteles ni sin peinarse la barba, llorando y maldiciendo su fortuna. -En decir que
maldecía mi fortuna dijiste mal -dijo don Quijote-, porque antes la bendigo
y bendeciré todos los días de mi vida, por haberme hecho digno de merecer
amar tan alta señora como Dulcinea del Toboso. -Tan alta es
-respondió Sancho- que a buena fe que me lleva a mí más de un coto.
-Pues, ¿cómo,
Sancho? -dijo don Quijote-. ¿Haste medido tú con ella? -Medíme en esta
manera -respondió Sancho-: que, llegándole a ayudar a poner un costal de
trigo sobre un jumento, llegamos tan juntos que eché de ver que me llevaba
más de un gran palmo. -Pues ¡es
verdad -replicó don Quijote- que no acompaña esa grandeza y la adorna con
mil millones y gracias del
alma! Pero no me negarás, Sancho, una cosa: cuando llegaste junto a ella,
¿no sentiste un olor sabeo, una
fragancia aromática, y un no sé qué de
bueno, que yo no acierto a dalle nombre? Digo, ¿un tuho o tufo como si
estuvieras en la tienda de algún curioso guantero?
-Lo que sé
decir -dijo Sancho- es que sentí un olorcillo algo hombruno; y debía de
ser que ella, con el mucho ejercicio, estaba sudada y algo correosa.
-No sería eso
-respondió don Quijote-, sino que tú debías de estar romadizado,
o
te debiste de oler a ti mismo; porque yo sé bien a lo que huele aquella
rosa entre espinas,aquel lirio del campo, aquel ámbar desleído. -Todo puede ser
-respondió Sancho-, que muchas veces sale de mí aquel olor que entonces me
pareció que salía de su merced de la señora Dulcinea; pero no hay de qué
maravillarse, que un diablo parece a otro. -Y bien
-prosiguió don Quijote-, he aquí que acabó de limpiar su trigo y de
enviallo al molino. ¿Qué hizo cuando leyó la carta? -La carta -dijo
Sancho- no la leyó, porque dijo que no sabía leer ni escribir; antes, la
rasgó y la hizo menudas piezas, diciendo que no la quería dar a leer a
nadie, porque no se supiesen en el lugar sus secretos, y que bastaba lo que
yo le había dicho de palabra acerca del amor que vuestra merced le tenía y
de la penitencia extraordinaria que por su causa quedaba haciendo. Y,
finalmente, me dijo que dijese a vuestra merced que le besaba las manos, y
que allí quedaba con más deseo de verle que de escribirle; y que, así, le
suplicaba y mandaba que, vista la presente, saliese de aquellos matorrales y
se dejase de hacer disparates, y se pusiese luego luego
en camino
del Toboso, si otra cosa de más importancia no le sucediese, porque tenía
gran deseo de ver a vuestra merced. Rióse mucho cuando le dije como se
llamaba vuestra merced el Caballero de la Triste Figura. Preguntéle
si había ido allá el vizcaíno de marras; díjome que sí, y que era un
hombre muy de bien. También le pregunté por los galeotes, mas díjome que
no había visto hasta entonces alguno. -Todo va bien
hasta agora -dijo don Quijote-. Pero dime: ¿qué joya fue la que te dio, al
despedirte, por las nuevas que de mí le llevaste? Porque es usada y antigua
costumbre entre los caballeros y damas andantes dar a los escuderos,
doncellas o enanos que les llevan nuevas, de sus damas a ellos, a ellas de
sus andantes, alguna rica joya en albricias, en agradecimiento de su recado. -Bien puede eso
ser así, y yo la tengo por buena usanza; pero eso debió de ser en los
tiempos pasados, que ahora sólo se debe de acostumbrar a dar un pedazo de
pan y queso, que esto fue lo que me dio mi señora Dulcinea, por las bardas
de un corral, cuando della me despedí; y aun, por más señas, era el queso
ovejuno. -Es liberal en
estremo -dijo don Quijote-, y si no te dio joya de oro, sin duda debió de
ser porque no la tendría allí a la mano para dártela; pero buenas son
mangas después de Pascua: yo la veré,
y se satisfará todo. ¿Sabes de qué estoy maravillado, Sancho? De que me
parece que fuiste y veniste por los aires, pues poco más de tres días has
tardado en ir y venir desde aquí al Toboso, habiendo de aquí allá más de
treinta leguas; por lo cual me doy a entender que aquel sabio nigromante que
tiene cuenta con mis cosas y es mi amigo (porque por fuerza le hay, y le ha
de haber, so pena que yo no sería buen caballero andante); digo que este
tal te debió de ayudar a caminar, sin que tú lo sintieses; que hay sabio déstos
que coge a un caballero andante durmiendo en su cama, y, sin saber cómo o
en qué manera, amanece otro día más de mil leguas de donde anocheció. Y
si no fuese por esto, no se podrían socorrer en sus peligros los caballeros
andantes unos a otros, como se socorren a cada paso. Que acaece estar uno
peleando en las sierras de Armenia con algún endriago,
o
con algún fiero vestiglo, o
con otro caballero, donde lleva lo peor de la batalla y está ya a punto de
muerte, y cuando no os me cato, asoma
por acullá, encima de una nube, o sobre un carro de fuego, otro caballero
amigo suyo, que poco antes se hallaba en Ingalaterra, que le favorece y
libra de la muerte, y a la noche se halla en su posada,
cenando
muy a su sabor; y suele haber de la una a la otra parte dos o tres mil
leguas.Y todo esto se hace por industria y sabiduría destos sabios
encantadores que tienen cuidado destos valerosos caballeros. Así que, amigo
Sancho, no se me hace dificultoso creer que en tan breve tiempo hayas ido y
venido desde este lugar al del Toboso, pues, como tengo dicho, algún sabio
amigo te debió de llevar en volandillas, sin que tú lo sintieses. -Así sería
-dijo Sancho-; porque a buena fe que andaba Rocinante como si fuera asno de
gitano con azogue en
los oídos. -Y ¡cómo si
llevaba azogue! -dijo don Quijote-, y aun una legión de demonios, que es
gente que camina y hace caminar, sin cansarse, todo aquello que se les
antoja. Pero, dejando esto aparte, ¿qué te parece a ti que debo yo de
hacer ahora cerca de
lo que mi señora me manda que la vaya a ver?; que, aunque yo veo que estoy
obligado a cumplir su mandamiento, véome también imposibilitado del don
que he prometido a la princesa que con nosotros viene, y fuérzame la ley de
caballería a cumplir mi palabra antes que mi gusto. Por una parte, me acosa
y fatiga el deseo de ver a mi señora; por otra, me incita y llama la
prometida fe y la gloria que he de alcanzar en esta empresa. Pero lo que
pienso hacer será caminar apriesa y llegar presto donde está este gigante,
y, en llegando, le cortaré la cabeza, y pondré a la princesa pacíficamente
en su estado, y al punto daré la vuelta a ver a la luz que mis sentidos
alumbra, a la cual daré tales disculpas que ella venga a tener por buena mi
tardanza, pues verá que todo redunda en aumento de su gloria y fama, pues
cuanta yo he alcanzado, alcanzo y alcanzare por las armas en esta vida, toda
me viene del favor que ella me da y de ser yo suyo. -¡Ay -dijo
Sancho-, y cómo está vuestra merced lastimado de esos cascos! Pues dígame,
señor: ¿piensa vuestra merced caminar este camino en balde, y dejar pasar
y perder un tan rico y tan principal casamiento como éste, donde le dan en
dote un reino, que a buena verdad que he oído decir que tiene más de
veinte mil leguas de contorno, y que es abundantísimo de todas las cosas
que son necesarias para el sustento de la vida humana, y que es mayor que
Portugal y que Castilla juntos? Calle, por amor de Dios, y tenga vergüenza
de lo que ha dicho, y tome mi consejo, y perdóneme, y cásese luego en el
primer lugar que haya cura; y si no, ahí está nuestro licenciado, que lo
hará de perlas. Y advierta que ya tengo edad para dar consejos, y que este
que le doy le viene de molde, y que más vale pájaro en mano que buitre
volando, porque quien bien tiene y mal escoge, por bien que se enoja no
se venga. -Mira, Sancho
-respondió don Quijote-: si el consejo que me das de que me case es porque
sea luego rey, en matando al gigante, y tenga cómodo
para hacerte mercedes y darte lo prometido, hágote saber que
sin casarme podré cumplir tu deseo muy fácilmente, porque yo sacaré de
adahala, antes
de entrar en la batalla, que, saliendo vencedor della, ya que no me case, me
han de dar una parte del reino, para que la pueda dar a quien yo quisiere;
y, en dándomela, ¿a quién quieres tú que la dé sino a ti? -Eso está claro
-respondió Sancho-, pero mire vuestra merced que la escoja hacia la marina,
porque,
si no me contentare la vivienda, pueda embarcar mis negros vasallos y hacer
dellos lo que ya he dicho. Y
vuestra merced no se cure de ir por agora a ver a mi señora Dulcinea, sino
váyase a matar al gigante, y concluyamos este negocio; que por Dios que se
me asienta que ha de ser de mucha honra y de mucho provecho.
-Dígote, Sancho
-dijo don Quijote-, que estás en lo cierto, y que habré de tomar tu
consejo en cuanto el ir antes con la princesa que a ver a Dulcinea. Y avísote
que no digas nada a nadie, ni a los que con nosotros vienen, de lo que aquí
hemos departido y tratado; que, pues Dulcinea es tan recatada que no quiere
que se sepan sus pensamientos, no será bien que yo, ni otro por mí, los
descubra. -Pues
si eso es así -dijo Sancho-, ¿cómo hace vuestra merced que todos los que
vence por su brazo se vayan a presentar ante mi señora Dulcinea, siendo
esto firma de su nombre que la quiere bien y que es su enamorado? Y, siendo
forzoso que los que fueren se han de ir a hincar de finojos ante su
presencia, y decir que van de parte de vuestra merced a dalle la obediencia,
¿cómo se pueden encubrir los pensamientos de entrambos? -¡Oh, qué
necio y qué simple que eres! -dijo don Quijote-. ¿Tú no ves, Sancho, que
eso todo redunda en su mayor ensalzamiento? Porque has de saber que en este
nuestro estilo de caballería es gran honra tener una dama muchos caballeros
andantes que la sirvan, sin que se estiendan más sus pensamientos que a
servilla, por sólo ser ella quien es, sin esperar otro premio de sus muchos
y buenos deseos, sino que ella se contente de acetarlos por sus caballeros. -Con esa manera
de amor -dijo Sancho- he oído yo predicar que se ha de amar a Nuestro Señor,
por sí solo, sin que nos mueva esperanza de gloria o temor de pena. Aunque
yo le querría amar y servir por lo que pudiese. -¡Válate el
diablo por villano -dijo don Quijote-, y qué de discreciones dices a las
veces! No parece sino que has estudiado. -Pues a fe mía
que no sé leer -respondió Sancho. En esto, les dio
voces maese Nicolás que esperasen un poco, que querían detenerse a beber
en una fontecilla que allí estaba. Detúvose don Quijote, con no poco gusto
de Sancho, que ya estaba cansado de mentir tanto y temía no le cogiese su
amo a palabras; porque,
puesto que él sabía que Dulcinea era una labradora del Toboso, no la había
visto en toda su vida. Habíase en este
tiempo vestido Cardenio los vestidos que Dorotea traía cuando la hallaron,
que, aunque no eran muy buenos, hacían mucha ventaja a los que dejaba. Apeáronse
junto a la fuente, y con lo que el cura se acomodó en la venta
satisficieron, aunque poco, la mucha hambre que todos traían. Estando en esto,
acertó a pasar por allí un muchacho que iba de camino, el cual, poniéndose
a mirar con mucha atención a los que en la fuente estaban, de allí a poco
arremetió a don Quijote, y, abrazándole por las piernas, comenzó a llorar
muy de propósito, diciendo: -¡Ay, señor mío!
¿No me conoce vuestra merced? Pues míreme bien, que yo soy aquel mozo Andrés
que quitó vuestra merced de la encina donde estaba atado.
Reconocióle don
Quijote, y, asiéndole por la mano, se volvió a los que allí estaban y
dijo: -Porque vean
vuestras mercedes cuán de importancia es haber caballeros andantes en el
mundo, que desfagan los tuertos y agravios que en él se hacen por los
insolentes y malos hombres que en él viven, sepan vuestras mercedes que los
días pasados, pasando yo por un bosque, oí unos gritos y unas voces muy
lastimosas, como de persona afligida y menesterosa; acudí luego, llevado de
mi obligación, hacia la parte donde me pareció que las lamentables voces
sonaban, y hallé atado a una encina a este muchacho que ahora está delante
(de lo que me huelgo en el alma, porque será testigo que no me dejará
mentir en nada); digo que estaba atado a la encina, desnudo del medio cuerpo
arriba, y estábale abriendo a azotes con las riendas de una yegua un
villano, que después supe que era amo suyo; y, así como yo le vi, le
pregunté la causa de tan atroz vapulamiento; respondió el zafio que le
azotaba porque era su criado, y que ciertos descuidos que tenía nacían más
de ladrón que de simple; a lo cual este niño dijo: "Señor, no me
azota sino porque le pido mi salario". El amo replicó no sé qué
arengas y disculpas, las cuales, aunque de mí fueron oídas, no fueron
admitidas. En resolución, yo le hice desatar,y tomé juramento al villano
de que le llevaría consigo y le pagaría un real sobre otro, y aun
sahumados. ¿No
es verdad todo esto, hijo Andrés?¿No notaste con cuánto imperio se lo
mandé, y con cuánta humildad prometió de hacer todo cuanto yo le impuse,y
notifiqué y quise? Responde; no te turbes ni dudes en nada: di lo que pasó
a estos señores, porque se vea y considere ser del provecho que digo haber
caballeros andantes por los caminos. -Todo lo que
vuestra merced ha dicho es mucha verdad -respondió el muchacho-, pero el
fin del negocio sucedió muy al revés de lo que vuestra merced se imagina. -¿Cómo al revés?
-replicó don Quijote-; luego, ¿no te pagó el villano? -No sólo no me
pagó -respondió el muchacho-, pero, así como vuestra merced traspuso del
bosque y quedamos solos, me volvió a atar a la mesma encina, y me dio de
nuevo tantos azotes que quedé hecho un San Bartolomé desollado; y, a cada
azote que me daba, me decía un donaire y chufeta acerca de hacer burla de vuestra merced, que, a no sentir yo
tanto dolor, me riera de lo que decía. En efeto: él me paró
tal que hasta ahora he estado curándome en un hospital del
mal que el mal villano entonces me hizo. De todo lo cual tiene vuestra
merced la culpa, porque si se fuera su camino adelante y no viniera donde no
le llamaban, ni se entremetiera en negocios ajenos, mi amo se contentara con
darme una o dos docenas de azotes, y luego me soltara y pagara cuanto me debía.
Mas, como vuestra merced le deshonró tan sin propósito y le dijo tantas
villanías, encendiósele la cólera, y, como no la pudo vengar en vuestra
merced, cuando se vio solo descargó sobre mí el nublado, de modo que me
parece que no seré más hombre
en toda mi vida.
PEQUEÑAS CUESTIONES SURGIDAS EN CLASE
|
|
![]() |
||
Volver |