Estudios monográficos. Narrativa  (Edad Media y Siglos de Oro)


Quien no sepa limitarse jamás sabrá escribir. BOILEAU 
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OCTAVA  SEMANA (24 nov.)

La España de Cervantes y el nacimiento del Quijote

Tema IV: La locura de don Quijote

El tema de la locura: Erasmo.

La locura de don Quijote: de cómo un lector se hace héroe de una vida de novela (Walter Scott).

Las palabras y las cosas  (Michel Foucault).

La docta ignorancia de Sancho Panza.

Tema V: Realidad y ficción. Sociedad fantasmal:

El mundo de Cervantes / El mundo de Don Quijote.

Religión e Iglesia: La Inquisición'. 'Cultura e influjo social del clero'. 'Libertad de conciencia'. 'Admiración hacia San Pablo.

 

BIBLIOGRAFÍA para ampliación de los estudiantes):

 

Generales

AA.VV., Mentalidades ocultas y científicas en el Renacimiento (ed. B. Vickers), Madrid, Alianza, 1990.
Se trata de una colección de estudios, por lo general muy buenos, que tienen como elemento aglutinador la revisión de la tesis que ha hecho del Renacimiento la época en que se impone el racionalismo que derivará en la ciencia moderna. Para los autores de este volumen, en el Renacimiento coinciden y conviven, muchas veces dentro de una misma cabeza, una visión científica del mundo con una visión mágica, como se observa por el prestigio de que gozan en este momento la astrología, la cábala, la numerología...
  

 BAJTIN, M., La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento, Barcelona, Barral, 1974.
Estudio que persigue el modo en que la cultura cómica popular se va insertando en el seno de la cultura oficial, negándola o poniéndola en cuestión mediante la parodia. El carnaval encarna el eje de la parodia entronizando lo soez, trivializando la liturgia y el rito, y exaltando el cuerpo frente al espíritu. Por las vías del carnaval entran en crisis los mitos, los valores, la ideología, de la cultura feudal, abriendo en la quiebra un espacio no sólo para el humor, sino también para desdramatización, la ironía... Por tales vías la novela se irá haciendo un lugar entre los géneros de la modernidad.
 

VILANOVA, A., Erasmo y Cervantes, Barcelona, Lumen, 1989.

Para Vilanova el Quijote  es la demostración de que todo intento de poner en práctica el mensaje evangélico en el mundo en que vivimos sólo puede ser obra de un loco y está totalmente condenado al fracaso. El humor es plenamente erasmista, como es erasmista el proceso que sigue Cervantes para enfrentar dos códigos opuestos: lo que la realidad es y lo que los hombre imaginan que la realidad es.



GARIN, E., La revolución cultural del Renacimiento, Barcelona, Crítica, 1981;  y (con otros) , El hombre del Renacimiento, Madrid, Alianza, 1990.
El Renacimiento es ante todo la superación de una cosmovisión medieval (en exceso dependiente de lo religioso), en favor de cosmovisión que erige como centro al hombre, la naturaleza mundana, la ciudad. El renacimiento es una nueva cultura, una nueva valoración del arte, y nueva ciencia. La finalidad de esta nueva ciencia (con Galileo y Vico como figuras señeras) es conquistar el mundo para el hombre y reclamar de la poesía y de las artes que una vez conquistado lo embellezcan y lo hagan habitable. Libro fundamental.




PARKER, A., La filosofía del amor en la literatura española.(1480-1680), Madrid, Cátedra, 1986.
El tema del amor da materia a una parte importante de la literatura europea de los siglos XVI y XVII, en la poesía, en la ficción narrativa y en el teatro. Era necesario un libro como este, fruto del trabajo de toda una vida académica, que encarara la larga pervivencia de un tema a través de diversos géneros y con el respaldo de diversas filosofías (amor cortés, neoplatonismo, espiritualidad mística, la filosofía del desengaño). Una tesis preside todo el libro: la filosofía (en este caso la filosofía del amor) como elemento codificador de la experiencia.


 WIND, E., Los misterios paganos en el Renacimiento, Barcelona, Barral, 1972.
Buena referencia para la lectura que el Renacimiento hace de la mitología clásica y de su significación simbólica.

 

LECTURA


 

TEXTO COMENTADO

Q, I, 18

 

 Llegó Sancho a su amo marchito y desmayado; tanto, que no podía arrear a su jumento. Cuando así le vio don Quijote, le dijo:

 -Ahora acabo de creer, Sancho bueno, que aquel castillo o venta, de que es encantado sin duda; porque aquellos que tan atrozmente tomaron pasatiempo contigo, ¿qué podían ser sino fantasmas y gente del otro mundo? Y confirmo esto por haber visto que, cuando estaba por las bardas del corral mirando los actos de tu triste tragedia, no me fue posible subir por ellas, ni menos pude apearme de Rocinante, porque me debían de tener encantado; que te juro, por la fe de quien soy, que si pudiera subir o apearme, que yo te hiciera vengado de manera que aquellos follones y malandrines se acordaran de la burla para siempre, aunque en ello supiera contravenir a las leyes de la caballería, que, como ya muchas veces te he dicho, no consienten que caballero ponga mano contra quien no lo sea, si no fuere en defensa de su propria vida y persona, en caso de urgente y gran necesidad.

 -También me vengara yo si pudiera, fuera o no fuera armado caballero, pero no pude; aunque tengo para mí que aquellos que se holgaron conmigo no eran fantasmas ni hombres encantados, como vuestra merced dice, sino hombres de carne y hueso como nosotros; y todos, según los oí nombrar cuando me volteaban, tenían sus nombres: que el uno se llamaba Pedro Martínez, y el otro Tenorio Hernández, y el ventero oí que se llamaba Juan Palomeque el Zurdo. Así que, señor, el no poder saltar las bardas del corral, ni apearse del caballo, en ál estuvo que en encantamentos. Y lo que yo saco en limpio de todo esto es que estas aventuras que andamos buscando, al cabo al cabo, nos han de traer a tantas desventuras que no sepamos cuál es nuestro pie derecho. Y lo que sería mejor y más acertado, según mi poco entendimiento, fuera el volvernos a nuestro lugar, ahora que es tiempo de la siega y de entender en la hacienda, dejándonos de andar de Ceca en Meca y de zoca en colodra, como dicen.

 -¡Qué poco sabes, Sancho -respondió don Quijote-, de achaque de caballería! Calla y ten paciencia, que día vendrá donde veas por vista de ojos cuán honrosa cosa es andar en este ejercicio. Si no, dime: ¿qué mayor contento puede haber en el mundo, o qué gusto puede igualarse al de vencer una batalla y al de triunfar de su enemigo? Ninguno, sin duda alguna.

 -Así debe de ser -respondió Sancho-, puesto que yo no lo sé; sólo sé que, después que somos caballeros andantes, o vuestra merced lo es (que yo no hay para qué me cuente en tan honroso número), jamás hemos vencido batalla alguna, si no fue la del vizcaíno, y aun de aquélla salió vuestra merced con media oreja y media celada menos; que, después acá, todo ha sido palos y más palos, puñadas y más puñadas, llevando yo de ventaja el manteamiento y haberme sucedido por personas encantadas, de quien no puedo vengarme, para saber hasta dónde llega el gusto del vencimiento del enemigo, como vuestra merced dice.

 -Esa es la pena que yo tengo y la que tú debes tener, Sancho -respondió don Quijote-; pero, de aquí adelante, yo procuraré haber a las manos alguna espada hecha por tal maestría que al que la trujere consigo no le puedan hacer ningún género de encantamentos; y aun podría ser que me deparase la ventura aquella de Amadís, cuando se llamaba el Caballero de la Ardiente Espada, que fue una de las mejores espadas que tuvo caballero en el mundo,porque, fuera que tenía la virtud dicha, cortaba como una navaja, y no había armadura, por fuerte y encantada que fuese, que se le parase delante.

Q, I, 22.

 

 

De la libertad que dio don Quijote a muchos desdichados que,

mal de su grado, los llevaban donde no quisieran ir

 

 Cuenta Cide Hamete Benengeli, autor arábigo y manchego, en esta gravísima, altisonante, mínima, dulce e imaginada    historia que, después que entre el famoso don Quijote de la Mancha y Sancho Panza, su escudero, pasaron aquellas razones que en el fin del capítulo veinte y uno quedan referidas, que don Quijote alzó los ojos y vio que por el camino que llevaba venían hasta doce hombres a pie, ensartados, como cuentas, en una gran cadena de hierro por los cuellos, y todos con esposas a las manos. Venían ansimismo con ellos dos hombres de a caballo y dos de a pie; los de a caballo, con escopetas de rueda,    y los de a pie, con dardos y espadas; y que así como Sancho Panza los vido, dijo:

 -Esta es cadena de galeotes, gente forzada del rey, que va a las galeras.

 -¿Cómo gente forzada? -preguntó don Quijote-. ¿Es posible que el rey haga fuerza    a ninguna gente?

 -No digo eso -respondió Sancho-, sino que es gente que, por sus delitos, va condenada a servir al rey en las galeras de por fuerza.

 -En resolución -replicó don Quijote-, comoquiera que ello sea, esta gente, aunque los llevan, van de por fuerza, y no de su voluntad.

 -Así es -dijo Sancho.

 -Pues desa manera -dijo su amo-, aquí encaja la ejecución de mi oficio: desfacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables.   

 -Advierta vuestra merced -dijo Sancho- que la justicia, que es el mesmo rey, no hace fuerza ni agravio a semejante gente, sino que los castiga en pena de sus delitos.

 Llegó, en esto, la cadena de los galeotes, y don Quijote, con muy corteses razones, pidió a los que iban en su guarda fuesen servidos de informalle y decille la causa, o causas, por que llevan    aquella gente de aquella manera.

 Una de las guardas    de  a caballo respondió que eran galeotes, gente de Su Majestad que iba a galeras, y que no había más que decir, ni él tenía más que saber.

 -Con todo eso -replicó don Quijote-, querría saber de cada uno dellos en particular la causa de su desgracia.

 Añadió a éstas otras tales y tan comedidas razones, para moverlos a que dijesen lo que deseaba, que la otra guarda de a caballo le dijo:

 -Aunque llevamos aquí el registro y la fe de las sentencias de cada uno destos malaventurados, no es tiempo éste de detenerles a sacarlas ni a leellas; vuestra merced llegue y se lo pregunte a ellos mesmos, que ellos lo dirán si quisieren, que sí querrán, porque es gente que recibe gusto de hacer y decir bellaquerías.

 Con esta licencia, que don Quijote se tomara aunque no se la dieran, se llegó a la cadena, y al primero le preguntó que por qué pecados iba de tan mala guisa. El le respondió que por enamorado iba de aquella manera.

 -¿Por eso no más? -replicó don Quijote-. Pues, si por enamorados echan a galeras, días ha que pudiera yo estar bogando en ellas.

 -No son los amores como los que vuestra merced piensa -dijo el galeote-; que los míos fueron que quise tanto a una canasta de colar,    atestada de ropa blanca, que la abracé conmigo tan fuertemente que, a no quitármela la justicia por fuerza, aún hasta agora no la hubiera dejado de mi voluntad. Fue en fragante,    no hubo lugar de tormento; concluyóse la causa, acomodáronme las espaldas con ciento,    y por añadidura tres precisos de gurapas,     y acabóse la obra.

 -¿Qué son gurapas? -preguntó don Quijote.

 -Gurapas son galeras -respondió el galeote.

 El cual era un mozo de hasta edad de veinte y cuatro años, y dijo que era natural de Piedrahíta. Lo mesmo preguntó don Quijote al segundo, el cual no respondió palabra, según iba de triste y malencónico; mas respondió por él el primero, y dijo:

 -Este, señor, va por canario;     digo, por músico y cantor.

 -Pues, ¿cómo -repitió don Quijote-, por músicos y cantores van también a galeras?

 -Sí, señor -respondió el galeote-, que no hay peor cosa que cantar en el ansia.    

 -Antes, he yo oído decir -dijo don Quijote- que quien canta sus males espanta.    

 -Acá es al revés -dijo el galeote-, que quien canta una vez llora toda la vida.

 -No lo entiendo -dijo don Quijote.

 Mas una de las guardas le dijo:

 -Señor caballero, cantar en el ansia se dice, entre esta gente non santa, confesar en el tormento. A este pecador le dieron tormento y confesó su delito, que era ser cuatrero, que es ser ladrón de bestias, y, por haber confesado, le condenaron por seis años a galeras, amén de docientos azotes que ya lleva en las espaldas. Y va siempre pensativo y triste, porque los demás ladrones que allá quedan y aquí van le maltratan y aniquilan, y escarnecen y tienen en poco, porque confesó y no tuvo ánimo de decir nones. Porque dicen ellos que tantas letras tiene un no como un , y que harta ventura tiene un delincuente, que está en su lengua su vida o su muerte, y no en la de los testigos y probanzas; y para mí tengo que no van muy fuera de camino.

 -Y yo lo entiendo así -respondió don Quijote.

 El cual, pasando al tercero, preguntó lo que a los otros; el cual, de presto y con mucho desenfado, respondió y dijo:

 -Yo voy por cinco años a las señoras     gurapas por faltarme diez ducados.    

 -Yo daré veinte de muy buena gana -dijo don Quijote- por libraros desa pesadumbre.

 -Eso me parece -respondió el galeote- como quien tiene dineros en mitad del golfo     y se está muriendo de hambre, sin tener adonde comprar lo que ha menester. Dígolo porque si a su tiempo tuviera yo esos veinte ducados que vuestra merced ahora me ofrece, hubiera untado con ellos la péndola     del escribano y avivado el ingenio del procurador, de manera que hoy me viera en mitad de la plaza de Zocodover, de Toledo, y no en este camino, atraillado     como galgo; pero Dios es grande: paciencia y basta.

 Pasó don Quijote al cuarto, que era un hombre de venerable rostro con una barba blanca que le pasaba del pecho; el cual, oyéndose preguntar la causa por que allí venía, comenzó a llorar y no respondió palabra; mas el quinto condenado le sirvió de lengua, y dijo:

 -Este hombre honrado va por cuatro años a galeras, habiendo paseado las acostumbradas     vestido en pompa y a caballo.    

 -Eso es -dijo Sancho Panza-, a lo que a mí me parece, haber salido a la vergüenza.

 -Así es -replicó el galeote-; y la culpa por que le dieron esta pena es por haber sido corredor de oreja,     y aun de todo el cuerpo. En efecto, quiero decir que este caballero va por alcahuete, y por tener asimesmo sus puntas y collar     de hechicero.

 -A no haberle añadido esas puntas y collar -dijo don Quijote-, por solamente el alcahuete limpio, no merecía él ir a bogar en las galeras, sino a mandallas y a ser general dellas; porque no es así comoquiera el oficio de alcahuete, que es oficio de discretos y necesarísimo en la república bien ordenada, y que no le debía ejercer sino gente muy bien nacida; y aun había de haber veedor     y examinador de los tales, como le hay de los demás oficios, con número deputado y conocido, como corredores de lonja, y desta manera se escusarían muchos males que se causan por andar este oficio y ejercicio entre gente idiota     y de poco entendimiento, como son mujercillas de poco más a menos, pajecillos y truhanes de pocos años y de poca experiencia, que, a la más necesaria ocasión y cuando es menester dar una traza que importe, se les yelan las migas entre la boca y la mano     y no saben cuál es su mano derecha. Quisiera pasar adelante y dar las razones por que convenía hacer elección de los que en la república habían de tener tan necesario oficio, pero no es el lugar acomodado para ello: algún día lo diré a quien lo pueda proveer y remediar. Sólo digo ahora que la pena que me ha causado ver estas blancas canas y este rostro venerable en tanta fatiga, por alcahuete, me la ha quitado el adjunto de ser     hechicero; aunque bien sé que no hay hechizos en el mundo que puedan mover y forzar la voluntad, como algunos simples piensan; que es libre nuestro albedrío, y no hay yerba ni encanto que le fuerce.    Lo que suelen hacer algunas mujercillas simples y algunos embusteros bellacos es algunas misturas y venenos     con que vuelven locos a los hombres, dando a entender que tienen fuerza para hacer querer bien, siendo, como digo, cosa imposible forzar la voluntad.

 -Así es -dijo el buen viejo-, y, en verdad, señor, que en lo de hechicero que no tuve culpa; en lo de alcahuete, no lo pude negar. Pero nunca pensé que hacía mal en ello: que toda mi intención era que todo el mundo se holgase y viviese en paz y quietud, sin pendencias ni penas; pero no me aprovechó nada este buen deseo para dejar de ir adonde no espero volver, según me cargan los años y un mal de orina que llevo, que no me deja reposar un rato.

 Y aquí tornó a su llanto, como de primero; y túvole Sancho tanta compasión que sacó un real de a cuatro     del seno y se le dio de limosna.

 Pasó adelante don Quijote, y preguntó a otro su delito, el cual respondió con no menos, sino con mucha más gallardía que el pasado:

 -Yo voy aquí porque me burlé demasiadamente con dos primas hermanas mías, y con otras dos hermanas que no lo eran mías; finalmente, tanto me burlé con todas que resultó de la burla crecer la parentela, tan intricadamente que no hay diablo que la declare. Probóseme todo, faltó favor, no tuve dineros, víame a pique de perder los tragaderos,     sentenciáronme a galeras por seis años, consentí: castigo es de mi culpa; mozo soy: dure la vida, que con ella todo se alcanza. Si vuestra merced, señor caballero, lleva alguna cosa con que socorrer a estos pobretes, Dios se lo pagará en el cielo, y nosotros tendremos en la tierra cuidado de rogar a Dios en nuestras oraciones por la vida y salud de vuestra merced, que sea tan larga y tan buena como su buena presencia merece.

 Este iba en hábito de estudiante,     y dijo una de las guardas que era muy grande hablador y muy gentil latino.

 Tras todos éstos, venía un hombre de muy buen parecer, de edad de treinta años, sino que al mirar metía el un ojo en el otro un poco. Venía diferentemente atado que los demás, porque traía una cadena al pie, tan grande que se la liaba por todo el cuerpo, y dos argollas a la garganta, la una en la cadena, y la otra de las que llaman guardaamigo o piedeamigo,     de la cual decendían dos hierros que llegaban a la cintura, en los cuales se asían dos esposas, donde llevaba las manos, cerradas con un grueso candado, de manera que ni con las manos podía llegar a la boca, ni podía bajar la cabeza a llegar a las manos. Preguntó don Quijote que cómo iba aquel hombre con tantas prisiones más que los otros. Respondióle la guarda porque tenía aquel solo más delitos que todos los otros juntos, y que era tan atrevido y tan grande bellaco que, aunque le llevaban de aquella manera, no iban seguros dél, sino que temían que se les había de huir.

 -¿Qué delitos puede tener -dijo don Quijote-, si no han merecido más pena que echalle a las galeras?

 -Va por diez años -replicó la guarda-, que es como muerte cevil. No se quiera saber más, sino que este buen hombre es el famoso Ginés de Pasamonte,     que por otro nombre llaman Ginesillo de Parapilla.

 -Señor comisario -dijo entonces el galeote-, váyase poco a poco, y no andemos ahora a deslindar nombres y sobrenombres. Ginés me llamo y no Ginesillo, y Pasamonte es mi alcurnia, y no Parapilla, como voacé     dice; y cada uno se dé una vuelta a la redonda,     y no hará poco.

 -Hable con menos tono     -replicó el comisario-, señor ladrón de más de la marca,     si no quiere que le haga callar, mal que le pese.

 -Bien parece -respondió el galeote- que va el hombre como Dios es servido, pero algún día sabrá     alguno si me llamo Ginesillo de Parapilla o no.

 -Pues, ¿no te llaman ansí, embustero? -dijo la guarda.

 -Sí llaman -respondió Ginés-, mas yo haré que no me lo llamen, o me las pelaría     donde yo digo entre mis dientes. Señor caballero, si tiene algo que darnos, dénoslo ya, y vaya con Dios, que ya enfada con tanto querer saber vidas ajenas; y si la mía quiere saber, sepa que yo soy Ginés de Pasamonte, cuya vida está escrita por estos pulgares.

 -Dice verdad -dijo el comisario-; que él mesmo ha escrito su historia, que no hay más, y deja empeñado el libro en la cárcel en docientos reales.

 -Y le pienso quitar     -dijo Ginés-, si     quedara en docientos ducados.

 -¿Tan bueno es? -dijo don Quijote.

 -Es tan bueno -respondió Ginés- que mal año para Lazarillo de Tormes y para todos cuantos de aquel género     se han escrito o escribieren. Lo que le sé decir a voacé es que trata verdades y que son verdades tan lindas y tan donosas que no pueden haber mentiras que se le igualen.

 -¿Y cómo se intitula el libro? -preguntó don Quijote.

 -La vida de Ginés de Pasamonte     -respondió el mismo.

 -¿Y está acabado? -preguntó don Quijote.

 -¿Cómo puede estar acabado -respondió él-, si aún no está acabada mi vida? Lo que está escrito es desde mi nacimiento hasta el punto que esta última vez me han echado en galeras.    

 -Luego, ¿otra vez habéis estado en ellas? -dijo don Quijote.

 -Para servir a Dios y al rey, otra vez he estado cuatro años, y ya sé a qué sabe el bizcocho y el corbacho     -respondió Ginés-; y no me pesa mucho de ir a ellas, porque allí tendré lugar de acabar mi libro, que me quedan muchas cosas que decir, y en las galeras de España hay mas sosiego de aquel que sería menester, aunque no es menester mucho más para lo que yo tengo de escribir, porque me lo sé de coro.    

 -Hábil pareces -dijo don Quijote.

 -Y desdichado -respondió Ginés-; porque siempre las desdichas persiguen al buen ingenio.

 -Persiguen a los bellacos -dijo el comisario.

 -Ya le he dicho, señor comisario -respondió Pasamonte-, que se vaya poco a poco, que aquellos señores no le dieron esa vara para que maltratase a los pobretes que aquí vamos, sino para que nos guiase y llevase adonde Su Majestad manda. Si no, ¡por vida de...! ¡Basta!, que podría ser que saliesen algún día en la colada     las manchas que se hicieron en la venta; y todo el mundo calle, y viva bien, y hable mejor y caminemos, que ya es mucho regodeo éste.

 Alzó la vara en alto el comisario para dar a Pasamonte en respuesta de sus amenazas, mas don Quijote se puso en medio y le rogó que no le maltratase, pues no era mucho que quien llevaba tan atadas las manos tuviese algún tanto suelta la lengua. Y, volviéndose a todos los de la cadena, dijo:

 -De todo cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos, he sacado en limpio que, aunque os han castigado por vuestras culpas, las penas que vais a padecer no os dan mucho gusto, y que vais a ellas muy de mala gana y muy contra vuestra voluntad; y que podría ser que el poco ánimo que aquél tuvo en el tormento, la falta de dineros déste, el poco favor del otro y, finalmente, el torcido juicio del juez, hubiese sido causa de vuestra perdición y de no haber salido con la justicia que de vuestra parte teníades. Todo lo cual se me representa a mí ahora en la memoria de manera que me está diciendo, persuadiendo y aun forzando que muestre con vosotros el efe[t]o para que el cielo me arrojó al mundo, y me hizo profesar en él la orden de caballería que profeso y el voto que en ella hice de favorecer a los menesterosos y opresos de los mayores. Pero, porque sé que una de las partes de la prudencia es que lo que se puede hacer por bien no se haga por mal, quiero rogar a estos señores guardianes y comisario sean servidos de desataros y dejaros ir en paz, que no faltarán otros que sirvan al rey en mejores ocasiones; porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres. Cuanto más, señores guardas -añadió don Quijote-, que estos pobres no han cometido nada contra vosotros. Allá se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo, que no se descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello. Pido esto con esta mansedumbre y sosiego, porque tenga, si lo cumplís, algo que agradeceros; y, cuando de grado no lo hagáis, esta lanza y esta espada, con el valor de mi brazo, harán que lo hagáis por fuerza.

 -¡Donosa majadería! -respondió el comisario- ¡Bueno está el donaire con que ha salido a cabo de rato! ¡Los forzados del rey quiere que le dejemos, como si tuviéramos autoridad para soltarlos o él la tuviera para mandárnoslo! Váyase vuestra merced, señor, norabuena, su camino adelante, y enderécese ese bacín     que trae en la cabeza, y no ande buscando tres pies al gato.    

 -¡Vos sois el gato, y el rato,     y el bellaco! -respondió don Quijote.

 

 

Q, I, 31

 

De los sabrosos razonamientos que pasaron entre don Quijote

y Sancho Panza, su escudero, con otros sucesos

 

 -Todo eso no me descontenta; prosigue adelante -dijo don Quijote-. Llegaste, ¿y qué hacía aquella reina de la hermosura? A buen seguro que la hallaste ensartando perlas, o bordando alguna empresa    con oro de cañutillo    para este su cautivo caballero.

 -No la hallé -respondió Sancho- sino ahechando    dos hanegas de trigo en un corral de su casa.

 -Pues haz cuenta -dijo don Quijote- que los granos de aquel trigo eran granos de perlas,tocados de sus manos. Y si miraste, amigo, el trigo ¿era candeal, o trechel?

 -No era sino rubión    -respondió Sancho.

 -Pues yo te aseguro -dijo don Quijote- que, ahechado por sus manos, hizo pan candeal,sin duda alguna. Pero pasa adelante: cuando le diste mi carta, ¿besóla? ¿Púsosela sobre la cabeza?    ¿Hizo alguna ceremonia digna de tal carta, o qué hizo?

 -Cuando yo se la iba a dar -respondió Sancho-, ella estaba en la fuga    del meneo de una buena parte de trigo que tenía en la criba, y díjome: "Poned, amigo, esa carta sobre aquel costal, que no la puedo leer hasta que acabe de acribar todo lo que aquí está".

 -¡Discreta señora! -dijo don Quijote-. Eso debió de ser por leerla despacio y recrearse con ella. Adelante, Sancho: y, en tanto que estaba en su menester, ¿qué coloquios pasó contigo? ¿Qué te preguntó de mí? Y tú, ¿qué le respondiste? Acaba, cuéntamelo todo; no se te quede en el tintero una mínima.   

 -Ella no me preguntó nada -dijo Sancho-, mas yo le dije de la manera que vuestra merced, por su servicio, quedaba haciendo penitencia, desnudo de la cintura arriba, metido entre estas sierras como si fuera salvaje, durmiendo en el suelo, sin comer pan a manteles    ni sin peinarse la barba, llorando y maldiciendo su fortuna.

 -En decir que maldecía mi fortuna dijiste mal -dijo don Quijote-, porque antes la bendigo y bendeciré todos los días de mi vida, por haberme hecho digno de merecer amar tan alta señora como Dulcinea del Toboso.

 -Tan alta es -respondió Sancho- que a buena fe que me lleva a mí más de un coto.   

 -Pues, ¿cómo, Sancho? -dijo don Quijote-. ¿Haste medido tú con ella?

 -Medíme en esta manera -respondió Sancho-: que, llegándole a ayudar a poner un costal de trigo sobre un jumento, llegamos tan juntos que eché de ver que me llevaba más de un gran palmo.

 -Pues ¡es verdad -replicó don Quijote- que no acompaña esa grandeza y la adorna con mil millones y gracias     del alma! Pero no me negarás, Sancho, una cosa: cuando llegaste junto a ella, ¿no sentiste un olor sabeo,     una fragancia aromática, y un no sé qué     de bueno, que yo no acierto a dalle nombre? Digo, ¿un tuho o tufo como si estuvieras en la tienda de algún curioso guantero?    

 -Lo que sé decir -dijo Sancho- es que sentí un olorcillo algo hombruno; y debía de ser que ella, con el mucho ejercicio, estaba sudada y algo correosa.    

 -No sería eso -respondió don Quijote-, sino que tú debías de estar romadizado,     o te debiste de oler a ti mismo; porque yo sé bien a lo que huele aquella rosa entre espinas,aquel lirio del campo, aquel ámbar desleído.

 -Todo puede ser -respondió Sancho-, que muchas veces sale de mí aquel olor que entonces me pareció que salía de su merced de la señora Dulcinea; pero no hay de qué maravillarse, que un diablo parece a otro.

 -Y bien -prosiguió don Quijote-, he aquí que acabó de limpiar su trigo y de enviallo al molino. ¿Qué hizo cuando leyó la carta?

 -La carta -dijo Sancho- no la leyó, porque dijo que no sabía leer ni escribir; antes, la rasgó y la hizo menudas piezas, diciendo que no la quería dar a leer a nadie, porque no se supiesen en el lugar sus secretos, y que bastaba lo que yo le había dicho de palabra acerca del amor que vuestra merced le tenía y de la penitencia extraordinaria que por su causa quedaba haciendo. Y, finalmente, me dijo que dijese a vuestra merced que le besaba las manos, y que allí quedaba con más deseo de verle que de escribirle; y que, así, le suplicaba y mandaba que, vista la presente, saliese de aquellos matorrales y se dejase de hacer disparates, y se pusiese luego luego     en camino del Toboso, si otra cosa de más importancia no le sucediese, porque tenía gran deseo de ver a vuestra merced. Rióse mucho cuando le dije como se llamaba vuestra merced el Caballero de la Triste Figura. Preguntéle si había ido allá el vizcaíno de marras; díjome que sí, y que era un hombre muy de bien. También le pregunté por los galeotes, mas díjome que no había visto hasta entonces alguno.

 -Todo va bien hasta agora -dijo don Quijote-. Pero dime: ¿qué joya fue la que te dio, al despedirte, por las nuevas que de mí le llevaste? Porque es usada y antigua costumbre entre los caballeros y damas andantes dar a los escuderos, doncellas o enanos que les llevan nuevas, de sus damas a ellos, a ellas de sus andantes, alguna rica joya en albricias,     en agradecimiento de su recado.

 -Bien puede eso ser así, y yo la tengo por buena usanza; pero eso debió de ser en los tiempos pasados, que ahora sólo se debe de acostumbrar a dar un pedazo de pan y queso, que esto fue lo que me dio mi señora Dulcinea, por las bardas de un corral, cuando della me despedí; y aun, por más señas, era el queso ovejuno.

 -Es liberal en estremo -dijo don Quijote-, y si no te dio joya de oro, sin duda debió de ser porque no la tendría allí a la mano para dártela; pero buenas son mangas después de Pascua:     yo la veré, y se satisfará todo. ¿Sabes de qué estoy maravillado, Sancho? De que me parece que fuiste y veniste por los aires, pues poco más de tres días has tardado en ir y venir desde aquí al Toboso, habiendo de aquí allá más de treinta leguas; por lo cual me doy a entender que aquel sabio nigromante que tiene cuenta con mis cosas y es mi amigo (porque por fuerza le hay, y le ha de haber, so pena que yo no sería buen caballero andante); digo que este tal te debió de ayudar a caminar, sin que tú lo sintieses; que hay sabio déstos que coge a un caballero andante durmiendo en su cama, y, sin saber cómo o en qué manera, amanece otro día más de mil leguas de donde anocheció. Y si no fuese por esto, no se podrían socorrer en sus peligros los caballeros andantes unos a otros, como se socorren a cada paso. Que acaece estar uno peleando en las sierras de Armenia con algún endriago,     o con algún fiero vestiglo,     o con otro caballero, donde lleva lo peor de la batalla y está ya a punto de muerte, y cuando no os me cato,     asoma por acullá, encima de una nube, o sobre un carro de fuego, otro caballero amigo suyo, que poco antes se hallaba en Ingalaterra, que le favorece y libra de la muerte, y a la noche se halla en su posada,     cenando muy a su sabor; y suele haber de la una a la otra parte dos o tres mil leguas.Y todo esto se hace por industria y sabiduría destos sabios encantadores que tienen cuidado destos valerosos caballeros. Así que, amigo Sancho, no se me hace dificultoso creer que en tan breve tiempo hayas ido y venido desde este lugar al del Toboso, pues, como tengo dicho, algún sabio amigo te debió de llevar en volandillas, sin que tú lo sintieses.

 -Así sería -dijo Sancho-; porque a buena fe que andaba Rocinante como si fuera asno de gitano con azogue     en los oídos.

 -Y ¡cómo si llevaba azogue! -dijo don Quijote-, y aun una legión de demonios, que es gente que camina y hace caminar, sin cansarse, todo aquello que se les antoja. Pero, dejando esto aparte, ¿qué te parece a ti que debo yo de hacer ahora cerca     de lo que mi señora me manda que la vaya a ver?; que, aunque yo veo que estoy obligado a cumplir su mandamiento, véome también imposibilitado del don que he prometido a la princesa que con nosotros viene, y fuérzame la ley de caballería a cumplir mi palabra antes que mi gusto. Por una parte, me acosa y fatiga el deseo de ver a mi señora; por otra, me incita y llama la prometida fe y la gloria que he de alcanzar en esta empresa. Pero lo que pienso hacer será caminar apriesa y llegar presto donde está este gigante, y, en llegando, le cortaré la cabeza, y pondré a la princesa pacíficamente en su estado, y al punto daré la vuelta a ver a la luz que mis sentidos alumbra, a la cual daré tales disculpas que ella venga a tener por buena mi tardanza, pues verá que todo redunda en aumento de su gloria y fama, pues cuanta yo he alcanzado, alcanzo y alcanzare por las armas en esta vida, toda me viene del favor que ella me da y de ser yo suyo.

 -¡Ay -dijo Sancho-, y cómo está vuestra merced lastimado de esos cascos! Pues dígame, señor: ¿piensa vuestra merced caminar este camino en balde, y dejar pasar y perder un tan rico y tan principal casamiento como éste, donde le dan en dote un reino, que a buena verdad que he oído decir que tiene más de veinte mil leguas de contorno, y que es abundantísimo de todas las cosas que son necesarias para el sustento de la vida humana, y que es mayor que Portugal y que Castilla juntos? Calle, por amor de Dios, y tenga vergüenza de lo que ha dicho, y tome mi consejo, y perdóneme, y cásese luego en el primer lugar que haya cura; y si no, ahí está nuestro licenciado, que lo hará de perlas. Y advierta que ya tengo edad para dar consejos, y que este que le doy le viene de molde, y que más vale pájaro en mano que buitre volando,     porque quien bien tiene y mal escoge, por bien que se enoja no se venga.    

 -Mira, Sancho -respondió don Quijote-: si el consejo que me das de que me case es porque sea luego rey, en matando al gigante, y tenga cómodo     para hacerte mercedes y darte lo prometido, hágote saber que sin casarme podré cumplir tu deseo muy fácilmente, porque yo sacaré de adahala,     antes de entrar en la batalla, que, saliendo vencedor della, ya que no me case, me han de dar una parte del reino, para que la pueda dar a quien yo quisiere; y, en dándomela, ¿a quién quieres tú que la dé sino a ti?

 -Eso está claro -respondió Sancho-, pero mire vuestra merced que la escoja hacia la marina,     porque, si no me contentare la vivienda, pueda embarcar mis negros vasallos y hacer dellos lo que ya he dicho.     Y vuestra merced no se cure de ir por agora a ver a mi señora Dulcinea, sino váyase a matar al gigante, y concluyamos este negocio; que por Dios que se me asienta que ha de ser de mucha honra y de mucho provecho.    

 -Dígote, Sancho -dijo don Quijote-, que estás en lo cierto, y que habré de tomar tu consejo en cuanto el ir antes con la princesa que a ver a Dulcinea. Y avísote que no digas nada a nadie, ni a los que con nosotros vienen, de lo que aquí hemos departido y tratado; que, pues Dulcinea es tan recatada que no quiere que se sepan sus pensamientos, no será bien que yo, ni otro por mí, los descubra.

 -Pues si eso es así -dijo Sancho-, ¿cómo hace vuestra merced que todos los que vence por su brazo se vayan a presentar ante mi señora Dulcinea, siendo esto firma de su nombre que la quiere bien y que es su enamorado? Y, siendo forzoso que los que fueren se han de ir a hincar de finojos ante su presencia, y decir que van de parte de vuestra merced a dalle la obediencia, ¿cómo se pueden encubrir los pensamientos de entrambos?

 -¡Oh, qué necio y qué simple que eres! -dijo don Quijote-. ¿Tú no ves, Sancho, que eso todo redunda en su mayor ensalzamiento? Porque has de saber que en este nuestro estilo de caballería es gran honra tener una dama muchos caballeros andantes que la sirvan, sin que se estiendan más sus pensamientos que a servilla, por sólo ser ella quien es, sin esperar otro premio de sus muchos y buenos deseos, sino que ella se contente de acetarlos por sus caballeros.

 -Con esa manera de amor -dijo Sancho- he oído yo predicar que se ha de amar a Nuestro Señor, por sí solo, sin que nos mueva esperanza de gloria o temor de pena. Aunque yo le querría amar y servir por lo que pudiese.

 -¡Válate el diablo por villano -dijo don Quijote-, y qué de discreciones dices a las veces! No parece sino que has estudiado.

 -Pues a fe mía que no sé leer -respondió Sancho.

 En esto, les dio voces maese Nicolás que esperasen un poco, que querían detenerse a beber en una fontecilla que allí estaba. Detúvose don Quijote, con no poco gusto de Sancho, que ya estaba cansado de mentir tanto y temía no le cogiese su amo a palabras;     porque, puesto que él sabía que Dulcinea era una labradora del Toboso, no la había visto en toda su vida.

 Habíase en este tiempo vestido Cardenio los vestidos que Dorotea traía cuando la hallaron, que, aunque no eran muy buenos, hacían mucha ventaja a los que dejaba. Apeáronse junto a la fuente, y con lo que el cura se acomodó en la venta satisficieron, aunque poco, la mucha hambre que todos traían.

 Estando en esto, acertó a pasar por allí un muchacho que iba de camino, el cual, poniéndose a mirar con mucha atención a los que en la fuente estaban, de allí a poco arremetió a don Quijote, y, abrazándole por las piernas, comenzó a llorar muy de propósito, diciendo:

 -¡Ay, señor mío! ¿No me conoce vuestra merced? Pues míreme bien, que yo soy aquel mozo Andrés que quitó vuestra merced de la encina donde estaba atado.    

 Reconocióle don Quijote, y, asiéndole por la mano, se volvió a los que allí estaban y dijo:

 -Porque vean vuestras mercedes cuán de importancia es haber caballeros andantes en el mundo, que desfagan los tuertos y agravios que en él se hacen por los insolentes y malos hombres que en él viven, sepan vuestras mercedes que los días pasados, pasando yo por un bosque, oí unos gritos y unas voces muy lastimosas, como de persona afligida y menesterosa; acudí luego, llevado de mi obligación, hacia la parte donde me pareció que las lamentables voces sonaban, y hallé atado a una encina a este muchacho que ahora está delante (de lo que me huelgo en el alma, porque será testigo que no me dejará mentir en nada); digo que estaba atado a la encina, desnudo del medio cuerpo arriba, y estábale abriendo a azotes con las riendas de una yegua un villano, que después supe que era amo suyo; y, así como yo le vi, le pregunté la causa de tan atroz vapulamiento; respondió el zafio que le azotaba porque era su criado, y que ciertos descuidos que tenía nacían más de ladrón que de simple; a lo cual este niño dijo: "Señor, no me azota sino porque le pido mi salario". El amo replicó no sé qué arengas y disculpas, las cuales, aunque de mí fueron oídas, no fueron admitidas. En resolución, yo le hice desatar,y tomé juramento al villano de que le llevaría consigo y le pagaría un real sobre otro, y aun sahumados.     ¿No es verdad todo esto, hijo Andrés?¿No notaste con cuánto imperio se lo mandé, y con cuánta humildad prometió de hacer todo cuanto yo le impuse,y notifiqué y quise? Responde; no te turbes ni dudes en nada: di lo que pasó a estos señores, porque se vea y considere ser del provecho que digo haber caballeros andantes por los caminos.

 -Todo lo que vuestra merced ha dicho es mucha verdad -respondió el muchacho-, pero el fin del negocio sucedió muy al revés de lo que vuestra merced se imagina.

 -¿Cómo al revés? -replicó don Quijote-; luego, ¿no te pagó el villano?

 -No sólo no me pagó -respondió el muchacho-, pero, así como vuestra merced traspuso del bosque y quedamos solos, me volvió a atar a la mesma encina, y me dio de nuevo tantos azotes que quedé hecho un San Bartolomé desollado; y, a cada azote que me daba, me decía un donaire y chufeta     acerca de hacer burla de vuestra merced, que, a no sentir yo tanto dolor, me riera de lo que decía. En efeto: él me paró     tal que hasta ahora he estado curándome en un hospital del mal que el mal villano entonces me hizo. De todo lo cual tiene vuestra merced la culpa, porque si se fuera su camino adelante y no viniera donde no le llamaban, ni se entremetiera en negocios ajenos, mi amo se contentara con darme una o dos docenas de azotes, y luego me soltara y pagara cuanto me debía. Mas, como vuestra merced le deshonró tan sin propósito y le dijo tantas villanías, encendiósele la cólera, y, como no la pudo vengar en vuestra merced, cuando se vio solo descargó sobre mí el nublado, de modo que me parece que  no seré más hombre en toda mi vida.

 

 

 

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